Las fotos fijas de Francisco Ayala
La Biblioteca Nacional abre una exposici¨®n dedicada al autor de "El jard¨ªn de las delicias"
Hay una foto fija en la memoria de Francisco Ayala, el autor de Recuerdos y olvidos, que le muestra en 1934 recibiendo un homenaje porque le hab¨ªan hecho catedr¨¢tico de Derecho en Madrid. Alejado, algo hura?o, este granadino que ahora tiene 83 a?os aparec¨ªa all¨ª como un espectador esc¨¦ptico. Hoy tendr¨¢ que reprimir una mueca similar porque el Ministerio de Cultura le otorga en la Biblioteca Nacional el homenaje de su vida: la exposici¨®n de su obra y la colecci¨®n de, sus recuerdos gr¨¢ficos, que incluyen la plenitud republicana, la vida del exilio y la cr¨®nica del regreso a un pa¨ªs que crece y le incomoda.
Francisco Ayala ve en la incomodidad que produce Espa?a hoy "un s¨ªntoma de crecimiento brutal para el que nada estaba preparado". Paseante habitual y residente en la zona de Madrid donde en los a?os sesenta Enrique Tierno instituy¨® el santuario en el que beb¨ªan los progres de entonces, Ayala es vecino ahora de Izquierda Unida y de los abogados que heredaron aquel esp¨ªritu tiernista. Aunque viaja habitualmente, es un granadino sedentario y viv¨ªsimo, que se enfrenta al ¨¦sta es su vida de hoy "con la misma cara esc¨¦ptica de 1934: yo no soy un hombre de homenajes, aunque a ¨¦ste asisto encantado y agradecido".El Ministerio de Cultura le ha dedicado esta exposici¨®n, cuyo comisario es Andr¨¦s Amor¨®s, porque Ayala gan¨® el a?o pasado el Premio Nacional de las Letras Espa?olas. Ese premio y esta acumulaci¨®n de agasajos que tiene hoy su muestra en la Biblioteca Nacional son consecuencias del paso del tiempo, dice Ayala. "El hecho de que uno se resista al tiempo tiene como consecuencia que lo conviertan a uno en una gloria viva. Es una fatalidad que sucede porque no me ha dado la gana de morirme antes".
Aunque ¨¦l no es dado a la nostalgia, s¨ª cree conveniente el recuerdo. "No hay que olvidarse de las cosas. Yo recuerdo bastante, pero soy muy dado a mirar al futuro y no a recluirme en el pasado". De ese recuerdo que hoy se ver¨¢ en los paneles de la Biblioteca Nacional, hay algunas fotos fijas, imaginarias o reales, que Francisco Ayala fue desgranando el pasado lunes en la paz espaciosa de su casa madrile?a. "Las fotos de mi infancia est¨¢n hechas y figuran en El jard¨ªn de las delicias. No son, en todo caso, fotos detenidas, sino fotos del pasado que tratan de verse con la perspectiva del presente".
"De ese pasado que hoy se puede detener y convertir en una foto fija, como ustedes quieren, nunca me he querido fijar en los momentos positivos. Por ejemplo, en esta exposici¨®n que ha preparado Amor¨®s hay una fotograf¨ªa tomada en el Hotel Par¨ªs de Madrid, cuando saqu¨¦ la c¨¢tedra, en 1934; y en esa foto se me ve f¨¢cilmente como un hombre que no estaba entregado a aquel acto, como si aquello no me desvaneciera. Y ah¨ª se refleja mi ¨ªntima manera de ser: no soy vanidoso, o al menos lo soy el m¨ªnimo indispensable".
Aquel tiempo que le circundaba, sin embargo, "era un momento de gran ilusi¨®n colectiva, porque la Rep¨²blica hab¨ªa creado una Constituci¨®n muy bien hecha, se viv¨ªa una gran explosi¨®n creativa, pero el conexto internacional resultaba muy desfavorable. Yo me hab¨ªa hecho una posici¨®n magn¨ªfica y la guerra la iba a destrozar".
RecuerdosAyala no entiende c¨®mo se pueden tener buenos recuerdos de la guerra. Un recuerdo muy melanc¨®lico de aquel tiempo, como ,otra foto fija imaginaria: "Al final de la guerra estuve con Juan Llad¨®, financiero, compa?ero y amigo querid¨ªsimo. Estaba a cargo del Consejo de Estado en la zona replublicana. Todos sab¨ªamos que aquello se acababa y con ese esp¨ªritu habl¨¢bamos en el jard¨ªn del consejo, en Barcelona. Era al oscurecer. ?l me dijo: 'Te envidio, porque te vas, pero yo no me puedo ir'. Por su posici¨®n, Llad¨® no se pod¨ªa ir, y fue a la c¨¢rcel. Yo me pod¨ªa ir y lo sab¨ªa; ¨¦l no sab¨ªa qu¨¦ iba a ocurrir despu¨¦s".
Ayala se mantiene tan joven acaso porque es muy protest¨®n, muy activo y un hombre a contracorriente. Considera, por ejemplo, que el llanto por el perjuicio del exilio es "una jeremiada fuera de tono". "El referente f¨ªsico que ten¨ªamos se hab¨ªa perdido ya porque la Espa?a que nosotros quer¨ªamos dejaba de existir; en el exilio, sin embargo, nos encontramos con una sociedad m¨¢s pr¨®xima a la que era nuestro ideal. El desarraigo era mucho peor para los que se quedaban".
Ayala mantiene fresca otra foto fija del exilio, que vivi¨® en una amplia primera parte en Buenos Aires. "Fue a verme Borges al hotel donde me qued¨¦ alg¨²n tiempo. No me pregunt¨® ni por la guerra ni por sus consecuencias, sino por la literatura: no fue por. delicadeza, sino porque Borges era as¨ª. S¨®lo hablaba de lo que le importaba mucho, y eso era la literatura. Los que luego dijeron que era un hombre interesado en premios y en honores no saben nada: Borges s¨®lo quer¨ªa tener cerca la literatura; lo dem¨¢s eran bromas suyas que la gente se tomaba en serio".
Ayala regres¨® en 1960, y de aquella Espa?a que encontr¨® tiene el siguiente retrato: "Era una Espa?a sombr¨ªa en la que todo el mundo estaba cabreado. La groser¨ªa de hoy es distinta, de nuevos ricos; antes era la groser¨ªa de la mala leche de los mal vestidos. Mi impresi¨®n fue entonces muy penosa. Hoy me da gozo que la gente viva mejor, pero me dan rabia la prepotencia y la irresponsabilidad".
Hijo de Quevedo, de Cervantes y de Graci¨¢n, y de los rom¨¢nticos, este granadino esc¨¦ptico echa de menos una ausencia en el sentimiento espa?ol actual: "el sentimiento de la caridad, que es una manera del amor m¨¢s exigente". Hoy el mundo oficial le presta esa exigencia y ¨¦l asiste a ello como si la cosa fuera con otro.
Babelia
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