Ambig¨¹edades nocivas
Cualquiera que, con cierta informaci¨®n hist¨®rica de base, haya seguido el debate que -en los c¨ªrculos pol¨ªticos y en los diversos medios informativosha suscitado la reivindicaci¨®n en el Parlamento catal¨¢n del derecho a la autodeterminaci¨®n, con inmediato eco en Euskadi (?faltar¨ªa m¨¢s! acabar¨¢ por no saber a qu¨¦ carta quedarse. Por una parte, el derecho a la autodeterminaci¨®n encierra connotaciones muy claras (ha sido siempre la base dial¨¦ctica para la emancipaci¨®n de situaciones coloniales). Por otra, se nos dice que es un derecho ya reconocido, y del que se hizo uso cuando se configuraron los estatutos auton¨®micos. En todo caso -tercera interpretaci¨®n-, se nos vuelve a hablar de una simple profundizaci¨®n en "el hecho auton¨®mico". Lo menos que podemos exigir los espa?oles de aqu¨ª y de all¨¢ -los que no somos separadores al modo de los castellanos, que confunden Castilla con Espa?a; ni separatistas al modo de quienes replican a aqu¨¦llos diciendo que no son espa?oles, sino catalanes (o vascos)- es que se nos aclare de una vez, y sin reservas, qu¨¦ es lo que entienden por autodeterminaci¨®n los ciudadanos espa?oles de Catalu?a y de Euskadi, y a qu¨¦ ¨²ltimo horizonte apuntan al reivindicarla. Nada detesto m¨¢s, en casos como ¨¦ste, que la ambig¨¹edad que permite colar un concepto bajo apariencias tranquilizadoras para convertirlo en explosivo disgregador cuando ya est¨¦ aceptado.No puede el Estado -el Estado de las autonom¨ªas, tan trabajosamente cuajado hace solamente una d¨¦cada- aceptar una situaci¨®n de continuo reto, de continuo sobresalto, de continua duda sobre su entidad y su solidez. No entro en el caso vasco, que he vivido menos de cerca, pero s¨ª creo conocer bien el caso catal¨¢n, e incluso -en ocasi¨®n p¨²blica y solemne lo he afirmado- me siento en cierto modo catal¨¢n (sin dejar de ser castellano), puesto que los a?os decisivos y conformadores de mi vida han transcurrido en Barcelona, y en el ¨¢mbito en el que m¨¢s acusadamente se percib¨ªa, y se comprend¨ªa, el problema catal¨¢n, desmesuradamente agravado por el m¨¢ximo error de la dictadura franquista: la negaci¨®n de lo espec¨ªficamente catal¨¢n, la pretensi¨®n de convertir Catalu?a en una dimensi¨®n de lo castellano -confundido a su vez con lo espa?ol, y odiosamente disminuido lo espa?ol en una versi¨®n ortodoxamente cerril-. Y junto a ello, la persecuci¨®n de la lengua, cuya victoria, esto es, su afianzamiento como expresi¨®n de cultura, presenci¨¦, asimismo, a costa de uno de los repliegues m¨¢s significativos del pen¨²ltimo franquismo; la desvirtuaci¨®n de la historia catalana, paralela a la que se pretend¨ªa hacer con la de Espa?a en su conjunto, porque las depuraciones de Franco no s¨®lo atend¨ªan al presente -condicionando los caminos del futuro-, sino que se enfrentaban con el pasado para salvar de ¨¦l s¨®lo aquello que pod¨ªa sintonizar (le alguna manera con la Espa?a salida de la guerra civil.
Pero todo eso ha quedado atr¨¢s; las autonom¨ªas son un logro real, y yo dir¨ªa que venturoso, si no se vieran matizadas en su despliegue con un deje de insolidaridad muy claro, no ya con el Estado que les da cabida, sino con las otras autonom¨ªas, en un juego de celos y de envidias verdaderamente penoso para quien se siente espa?ol de toda Espa?a, y no de una determinada comunidad. (Me pareci¨® lamentable, durante el ¨²ltimo debate de investidura, el goteo de quejas, desde uno u otro ¨¢ngulo auton¨®mico, por si era m¨¢s o si era menos lo que el presupuesto estatal les reservaba; la ofens,iva contra Andaluc¨ªa por parte de determinadas comunidades, cuando son tan l¨®gicas las inversiones preferenciales con vistas al 92; reclamaciones de Catalu?a pero tambi¨¦n contra Catalu?a... Un juego de envidias y resentimientos que no era, desde luego, el espejo de una familia feliz.)
Catallu?a cont¨® en los comienzos de la transici¨®n con una figura verdaderamente excepcional, la de Tarradellas: en ¨¦l se encarn¨®, como pocas veces en la historia, el seny catal¨¢n, menos generalizado realmente de lo que ser¨ªa deseable. En una de sus ¨²ltimas apariciones en televisi¨®n, Tarradellas reconoci¨® con nobleza que durante la primera experiencia auton¨®mica -la de la Segunda Rep¨²blica- "Ias cosas no las hicimos bien, y es preciso no repetir las equivocaciones". ?C¨®mo echamos de menos, hoy por hoy, en el horizonte catal¨¢n y, por supuesto, en el horizonte espa?ol, la prudencia y la generosidad del honorable! Sin g¨¦nero de dudas ¨¦l hubiera desaconsejado esa nueva apelaci¨®n a la discordia agazapada en la ambigua y equ¨ªvoca reivindicaci¨®n del derecho a la autodeterminaci¨®n. Porque en el viejo patriarca no cab¨ªan dudas respecto de su doble afirmaci¨®n, catalana y espa?ola. Si ambas afirmaciones son irrenunciables, quiere decirse que en ning¨²n caso la una desplazar a la otra. Me temo que la ambig¨¹edad en el t¨¦rmino autodeterminaci¨®n apunta exactamente -aun neg¨¢ndolo- a una descarnada pretensi¨®n secesionista. Y en todo caso, eso es lo que deducen las j¨®venes generaciones adoctrinadas en el resentimiento, a las que, invariablemente, se les habla de agravios -sin reconocer los que pueda experimentar la otra parte- y de una contraposici¨®n entre Espa?a y Catalu?a, negativa para la primera. J¨®venes generaciones catalanas -no digamos las vascas- a las que se les potencia una sola parcela de su historia, devirtu¨¢ndoles deliberadamente la historia grande en que, antes y despu¨¦s de recorrer un trayecto temporal como porci¨®n diferenciada, estuvo inserta su propia nacionalidad.- desde la romanidad hisp¨¢nica y el epigonismo visigodo, a la monarqu¨ªa confederal de los Austrias y al pilotaje del desarrollo econ¨®mico espa?ol en las ¨²ltimas centurias. No hay, hablando de ambig¨¹edades, ambig¨¹edad mayor que la que supone repudiar la historia, reducirla a un solo tramo.
En lo que va de siglo no nos hemos movido de los t¨¦rminos pol¨¦micos entre cuatro actitudes ampliamente representadas a¨²n en la Espa?a de hoy: a) la de los separadores castellanos, incapaces de concebir otra Espaila que no sea Castilla; b) la de los separatistas catalanes (l¨¦ase, en su caso, vascos), que, en realidad, sacan las consecuencias de ese planteamiento, pero reduciendo las perspectivas hist¨®ricas de Catalu?a (o de Vasconia) a un solo punto de referencia y frustrando las de m¨¢s en un estrecho particularismo; c) la de los catalanes (o vascos) que entienden la libertad de Catalu?a (o de Euskadi) un medio de configurar el Estado com¨²n -Espa?a-, seg¨²n la hermosa f¨®rmula de Prat de la Riba ("Catalunya lliure dins l'Espanya gran"), y d) la de los castellanos que, adem¨¢s de ser castellanos, se esfuerzan por ser espa?oles de toda Espa?a. Las dos primeras actitudes han ocasionado tan graves da?os que superarlos requiere un esfuerzo ¨ªmprobo, y muchos a?os de constancia en ¨¦l. Las dos ¨²ltimas despliegan el ¨²nico horizonte racional y constructivo capaz de conciliar, realidades insoslayables y tradiciones hist¨®ricas que no pueden ser ignoradas (encarnadas hoy, como en cifra, por la Corona, que ha sellado la Constituci¨®n de las autonom¨ªas, porque a todas ellas est¨¢ hist¨®ricamente vinculada). Pero se impone una con dici¨®n previa: la voluntad sincera de renunciar a los viejos fantasmas y, sobre todo, de no utili zarlos oportunistamente cada vez que se trata de avanzar en el propio camino: es aqu¨ª donde puede resultar razonable aquello de "olvidar el pasado para pensar s¨®lo en el futuro". Sino que el futuro depende de c¨®mo sepamos entender y hacer planear el pasado sobre nuestro presente.
A los castellanos separadores yo les recomendar¨ªa siempre que meditaran sobre un admirable texto oratorio de Camb¨®: "Lo que nosotros queremos en definitiva es que todo espa?ol se acostumbre a dejar de considerar lo catal¨¢n como hostil; que lo considere como aut¨¦nticamente espa?ol; que ya, de una vez para siempre, se sepa y se acepte que la manera que tenemos nosotros de ser espa?oles es conserv¨¢ndonos catalanes; que no nos desespa?olizamos ni un ¨¢pice manteni¨¦ndonos muy catalanes; que la garant¨ªa de ser nosotros muy esa?oles consiste en ser muy catalanes. Y por tanto debe acostumbrarse la gente a considerar ese fen¨®meno del catalanismo no como un fen¨®meno antiespaol, sino como un fen¨®meno esa?ol¨ªsimo". A los catalanes separatistas les recordar¨ªa tambi¨¦n un texto epistolar de Am¨¦rico Castro dirigido al rector de la universidad de Barcelona, Balcells, a ra¨ªz de la desgraciada intentona secesionista de octubre de 1934: "Entre el extremismo social -todo o nada- y el de Catalu?a, se ha hundido aquella m¨¢quina ingenua que fraguamos llenos de entusiasmo. Si el Estatuto de Catalu?a hubiera seguido intacto, como estaba antes del 6 de octubre, habr¨ªan seguido ustedes actuando de coco, lo mismo que en otro sentido hac¨ªan los socialistas, y no estar¨ªa hoy el Ej¨¦rcito en manos de los enemigos del r¨¦gimen. Pero se quiso poner en circulaci¨®n la reserva de oro, y ya ve usted. El oro es para que est¨¦ en el banco, y se diga que est¨¢ ah¨ª".
Carlos Seco Serrano es historiador.
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