Un pu?o loco
A. F.-S. La carrera de Ava Gardner salt¨® casi de la noche a la ma?ana desde los sumideros de los repartos a las cabeceras de cartel en 1946, despu¨¦s del estreno de un filme negro de gran fuerza, basado en el relato The killers, de Ernest Hemingway, y dirigido por Robert Siodmak.
Y continu¨® hacia arriba, a trancas y barrancas, entre tormentas ¨ªntimas que fueron minando su salud y amoratando poco a poco los alrededores de sus ojos, en Venus era mujer (un mediocre filme dirigido por William Seiter en 1948); Las nieves del Kilimandjaro (una buena adaptaci¨®n de Henry King en 1953 del relato de Hemingway); Mogambo (¨²nica vez que trabaj¨® con John Ford, en 1953: una de sus creaciones m¨¢s libres y populares, donde ofreci¨®, en su contrapunto con la imagen d¨®cil de Grace Kelly, los rasgos de su car¨¢cter tierno pero indomable).
Y La condesa descalza (filme de Joseph L. Mankiewicz, realizado en 1954, que es probablemente su mejor trabajo, el que m¨¢s intensamente refleja el fondo agreste y secretamente amargo de su incomparable belleza, junto con el que hizo en La noche de la iguana con John Huston en 1964). Y Magnolia, dirigida por George Sidney en 1951; Cruce de destinos (realizada en 1956 por George Cukor, a quien la actriz consideraba su mejor director); La hora final (Stanley Kramer, 1959); 55 d¨ªas en Pek¨ªn (filme iniciado por Nicholas Ray y finalizado por Andrew Marton y Guy Hamilton en 1963); Siete d¨ªas de mayo (John Frankenheimer, 1964); La Biblia (John Huston, 1965), y, finalmente, un ¨²ltimo encuentro con John Huston, en su encarnaci¨®n de la c¨¦lebre actriz inglesa Lily Langtry en El juez de la horca, esplendoroso filme en el que Paul Newman compuso la ins¨®lita, oscura y detonante figura del juez Roy Bean con maestr¨ªa inolvidable.
A finales de la d¨¦cada de los a?os 60, Ava Gardner se march¨® definitivamente de Espa?a y se instal¨® en Londres, donde residi¨® desde entonces. Viaj¨® con frecuencia a los Estados Unidos, pero procur¨® mantenerse alejada de aquel Hollywood que le hizo llegar a ser amada por medio mundo, pero que ella odi¨® compulsivamente. Volvi¨® por ¨²ltima vez all¨ª en el a?o 1986, muy cerca del comienzo del fin, para internarse en un hospital de Santa M¨®nica, procedente de Londres y aquejada de una trombosis que paraliz¨® y desfigur¨® la mitad izquierda de su hermoso rostro. Desde entonces se escondi¨®, incluso de s¨ª misma: muri¨® dormida, tal vez ya muerta.
Mujer libre y apasionada hasta el fin, se neg¨® a que le curase sus males ning¨²n otro m¨¦dico que no fuera el suyo de cabecera. Esa fue la raz¨®n su ¨²ltimo viaje al principio. ?Era este m¨¦dico californiano aquel -as¨ª lo contaron comadres hollywoodenses de boca torcida, sin atreverse a publicarlo, aplastadas por el dinero de Mayer- que una noche de 1950 le resta?¨® las heridas que le hizo el pu?o loco de uno de sus amantes abandonados?
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