Un debate necesario
LA CONFIGURACI?N del sistema educativo de los espa?oles del siglo XXI no es una cuesti¨®n menor que deba merecer de nuestra sociedad y de sus fuerzas pol¨ªticas representativas menos atenci¨®n que la que prestan a otros asuntos infinitamente menos relevan tes para su futuro. Sin embargo, es preocupante que en los dos largos a?os transcurridos desde la presentaci¨®n de la propuesta para la reforma de la ense?anza apenas se hayan producido reacciones, ni para bien ni para mal, sobre un asunto del que depende todav¨ªa m¨¢s el porvenir de los espa?oles que del Acta Com¨²n Europea o del resultado de unas elecciones generales. En todo caso, si el debate ha prendido no ha traspasado el estrecho contorno acad¨¦mico de los expertos o el c¨ªrculo de los colectivos m¨¢s directamente interesados: sindicatos de profesores, asociaciones de padres de alumnos y grupos de renovaci¨®n pedag¨®gica. Lo cual es a todas luces insuficiente. Porque lo que se dice a la calle, a la opini¨®n p¨²blica en su m¨¢s amplio sentido, ese debate no ha llegado ni por asomo.Una transformaci¨®n tan profunda de la educaci¨®n como la puesta en marcha por el proyecto de ley de Ordenaci¨®n del Sistema Educativo (LOSE) es algo que no puede, y seguramente no debe, producirse m¨¢s que muy de tarde en llarde, y por ello ser¨ªa deseable que la frialdad con la que hasta ahora parece haber reaccionado la sociedad espa?ola ante el proyecto de reforma sea s¨®lo eso, aparente. La LOSE va a permitir que por primera vez la etapa de la educaci¨®n infantil, que, como en el resto de Europa, ser¨¢ voluntaria, se integre plenamente dentro del sistema educativo para dejar de ser una especie de tierra de nadie y campo propicio para quienes siguen viendo la educaci¨®n como un simple negocio. De otro lado, la nueva ley permitir¨¢ un considerable progreso en la extensi¨®n de la educaci¨®n, al ampliarse hasta los 16 a?os el per¨ªodo de escolaridad obligatoria, que hoy finaliza a los 14. La nueva norma legislativa aborda tambi¨¦n un planteamiento absolutamente diferente de la formaci¨®n profesional. En primer lugar, se pretende proporcionar una formaci¨®n b¨¢sica a todos los estudiantes de la etapa de educaci¨®n secundaria (12 a 16 a?os), lo que puede contribuir a corregir el exagerado sesgo te¨®rico y libresco que ha caracterizado tradicionalmente la cultura general de los Ciudadanos espa?oles. Produce cierto sonrojo tener que reivindicar en este pa¨ªs todav¨ªa la cultura de las manos.
Mayor trascendencia reviste la nueva concepci¨®n de la formaci¨®n profesional espec¨ªfica, a condici¨®n de que sea efectiva la implicaci¨®n en la misma del mundo real de la producci¨®n (empresarios y sindicatos), tal y como se proclama en el proyecto. En ¨¦ste se estructura la formaci¨®n profesional en dos grados -medio y superior-, que se ofrecen como v¨ªas alternativas al bachillerato y a la Universidad, respectivamente, con la particularidad de que para cursar el grado superior ser¨¢ indispensable haber superado los dos cursos del nuevo bachillerato en cualquiera de sus cuatro modalidades. Si se consigue qu¨¦ los futuros t¨¦cnicos superiores (tal es la denominaci¨®n que se da a los que cursen la formaci¨®n profesional superior) reciban una ense?anza moderna, eminentemente pr¨¢ctica, ajustada a la realidad del actual y complejo mundo productivo, es posible que comience a paliarse la grave masificaci¨®n de la Universidad espa?ola.
Ser¨¢ poco cuanto se diga para estimular la implicaci¨®n de toda la sociedad en la redacci¨®n final de una ley de esta naturaleza. A este respecto es, por ejemplo, discutible si el compromiso pol¨ªtico para su financiaci¨®n, calculada por el Ejecutivo en un bill¨®n de pesetas, puede quedar garantizado con una simple memoria econ¨®mica, sin el menor reflejo en la propia ley. El imprescindible debate social sobre la nueva ley educativa, que toma el testigo de la ya vieja de 1970, no puede quedar reducido, como apuntan algunas reacciones, a un revival de la esperp¨¦ntica y decimon¨®nica divisi¨®n entre clericales y anticlericales al albur de la siempre secundaria cuesti¨®n de la ense?anza religiosa. Tampoco deber¨ªa servir para resucitar los nunca desaparecidos intentos de algunos de ideologizar la escuela.
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