Sobre la pol¨ªtica espa?ola o las fortalezas asediadas
"Soy diputado y miembro del partido que ejerce la m¨¢xima responsabilidad de Gobierno, el PSOE, y en la parte que me toca no me siento satisfecho conmigo mismo" se?ala el articulista. "En algo hemos fallado cuando despu¨¦s de haber ganado limpiamente unas elecciones y de poder ofrecer un balance m¨¢s que satisfactorio de la acci¨®n de gobierno desde 1982 y un testimonio de honestidad p¨²blica incuestionable, nos hemos dejado convertir en una fortaleza asediada".
La pol¨ªtica espa?ola anda revuelta, pero dudo que sea muy estimulante para la mayor¨ªa de los ciudadanos. O mucho me equivoco o las formas y el tono de las pol¨¦micas y los temas en que ¨¦stas se han centrado tienen poco que ver con sus problemas m¨¢s urgentes y con los cambios que se est¨¢n produciendo en el mundo. Yo no digo que discutir sobre la libertad de expresi¨®n o sobre el tr¨¢fico de influencias no sea importante. Lo que digo es que hasta ahora no hemos sabido abordar estos temas en su aut¨¦ntica dimensi¨®n y nos hemos quedado anclados en la superficie y en la crispaci¨®n artificial.La libertad de expresi¨®n es ciertamente un derecho fundamental reconocido y amparado por nuestra Constituci¨®n y un derecho constitutivo de la esencia misma del Estado de derecho. Pero la libertad de expresi¨®n no es un derecho que se ejerce en el vac¨ªo, sino en una sociedad tributaria de una determinada cultura hist¨®rica y en la que conviven intereses, fuerzas, opiniones y poderes muy diversos. Detr¨¢s del ejercicio concreto del derecho a la libertad de expresi¨®n hay personas, empresas que pugnan por beneficios, luchas por las cuotas del mercado de la publicidad, intereses pol¨ªticos y econ¨®micos, poderes p¨²blicos, instancias administrativas e instituciones judiciales. Ning¨²n an¨¢lisis de la libertad de expresi¨®n puede separarla de estos elementos que la hacen posible, pero que tambi¨¦n la condicionan.
M¨¢s todav¨ªa, la libertad de expresi¨®n como derecho no es unilateral, no va s¨®lo en un sentido. No es s¨®lo la facultad que tienen los profesionales de la informaci¨®n de informar, opinar y criticar libremente, sino tambi¨¦n el derecho de todos los ciudadanos de hacer exactamente lo mismo y, por consiguiente, de opinar libremente sobre la tarea de los profesionales de la informaci¨®n. No hay, pues, un ¨²nico depositario leg¨ªtimo e incontestable de este derecho.
Es l¨®gico, pues, que el ejercicio de la libertad de expresi¨®n genere conflictos. Por eso es necesario que ese ejercicio est¨¦ protegido, no s¨®lo por los principios generales de la cultura y de la ¨¦tica dominantes -en los que se inserta en todo caso la llamada autorregulaci¨®n-, sino tambi¨¦n por instancias arbitrales que pueclan dirimir los conflictos. Y todos los ciudadanos, sean dirigentes pol¨ªticos o trabajadores no cualificados, dirigentes de empresa o empleados, profesionales de la informaci¨®n o lectores, tienen el mismo derecho de recurrir a estas instancias arbitrales. Todo esto es obvio y no deber¨ªa requerir mayor explicaci¨®n. Creo adem¨¢s que la libertad de expresi¨®n goza en nuestro pa¨ªs de buena salud, y dudo de que nadie pueda afirmar seriamente lo contrario. Pero tambi¨¦n creo que hay que recordar estas cosas, porque tenemos que acostumbramos al conflicto y a la b¨²squeda serena de soluciones, en vez de utilizar un derecho tan importante como un arma arrojadiza contra el adversario.
Recomendaci¨®n
Algo parecido hay que decir de otro de los grandes temas del momento: el tr¨¢fico de influencias. ?ste es un pa¨ªs que apenas ha conocido per¨ªodos de democracia estable y en el que la pol¨ªtica ha consistido tradicionalmente en el dominio de unas oligarqu¨ªas cerradas que no ten¨ªan m¨¢s sistema de relaci¨®n con los ciudadanos que el clientelismo, el enchufismo y la influencia, y en el que la cultura dominante se ha basado en instituciones como la recomendaci¨®n y la tertulia. Y esto no desaparece en cuatro d¨ªas, porque, en definitiva, los a?os que llevamos de democracia son eso, cuatro d¨ªas en nuestra historia contempor¨¢nea. Pero a la vez, nuestra sociedad ha empezado a cambiar tumultuosamente en los ¨²ltimos a?os, han surgido nuevas posibilidades de enriquecimiento r¨¢pido y se han producido grandes modificaciones en los valores colectivos. As¨ª, por ejemplo, ?qu¨¦ es nuestro sistema econ¨®mico sino un enorme entramado de intereses en el que el concepto de influencia tiene un papel decisivo? ?C¨®mo separar el concepto de influencia de los criterios que presiden la selecci¨®n del personal dirigente en todos los tipos de entidades, desde las econ¨®micas hasta las culturales y deportivas? No es extra?o, pues, que se puedan producir mezclas entre lo que subsiste de viejo y lo peor de lo nuevo y que acechen siempre tentaciones de utilizar el poder pol¨ªtico para hacer negocios o de hacerlos acerc¨¢ndose desde fuera al poder.
Con esto no pretendo justificar nada ni relativizar casos recientes, entre los cuales el m¨¢s aireado es el de Juan Guerra. Quiero decir ¨²nicamente que ¨¦ste es un problema muy serio, pero que est¨¢ presente en todas las sociedades y que no es f¨¢cil de resolver. A nosotros nos ha cogido, adem¨¢s, en una situaci¨®n transitoria entre un pasado rechazable que todav¨ªa no hemos borrado totalmente, un presente que s¨®lo dominamos en parte y un futuro que no vamos a decidir solos. Nuestras instituciones, nuestros partidos pol¨ªticos y nuestros medios de comunicaci¨®n, p¨²blicos y privados, reflejan esta situaci¨®n, tanto en sus formas de organizaci¨®n como en su comportamiento. Por su formaci¨®n y su composici¨®n son un reflejo de la sociedad actual, con sus luces y sus sombras, sus contradicciones y sus expectativas, sus honestidades y sus complacencias.
El problema no es, pues, que surjan problemas de tr¨¢fico de influencias, sino c¨®mo nos enfrentamos con ellos cuando surgen y c¨®mo luchamos para evitar que se produzcan. Y tambi¨¦n si actuamos con serenidad y con ¨¢nimo de resolverlos o los utilizamos como armas arrojadizas en un combate sin cuartel. Cuando digo esto no estoy pensando en aquel art¨ªculo 6 de la Constituci¨®n de C¨¢diz, que obligaba a todos los espa?oles a "...ser justos y ben¨¦ficos", aunque ¨¦ste sigue siendo un magn¨ªfico ideal. Pienso que este pa¨ªs tiene enormes posibilidades por delante, pero que ¨¦stas se realicen o no depende en gran parte -aunque no ¨²nicamente- de lo que hagamos los que tenemos responsabilidades en la direcci¨®n de la pol¨ªtica y la econom¨ªa y en la formaci¨®n de la opini¨®n. Y m¨¢s exactamente, de nuestra capacidad de generar nuevos valores de solidaridad y de ¨¦tica colectiva.
La verdad es que hoy ninguno de nosotros puede sentirse satisfecho por la forma en que hemos abordado estos problemas. Yo soy diputado y miembro del partido que ejerce la m¨¢xima responsabilidad de Gobierno, el PSOE, y en la parte que me toca no me siento satisfecho conmigo mismo. En algo hemos fallado cuando despu¨¦s de haber ganado limpiamente unas elecciones y de poder ofrecer un balance m¨¢s que satisfactorio de la acci¨®n de gobierno desde 1982 y un testimonio de honestidad p¨²blica dif¨ªcilmente cuestionable, nos hemos dejado convertir en una especie de fortaleza asediada. Y en algo habr¨¢n fallado los dem¨¢s cuando la escena pol¨ªtica y la de los medios de comunicaci¨®n se han convertido en un carrusel de fortalezas que todas se proclaman asediadas por enemigos exteriores.
Honestidad y transparencia
Un campo de fortalezas asediadas quiere decir un campo de fortalezas incomunicadas o, m¨¢s exactamente, comunicadas s¨®lo por el improperio y el golpe, a ser posible bajo. Y quiere decir enquistamiento, alejamiento respecto a una sociedad que est¨¢ viva, que se mueve, que no quiere precisamente enquistarse y est¨¢ pidiendo a gritos que el gobernante gobierne, que el informador informe, que el funcionario funcione, que el juez juzgue y que, en definitiva, cada uno cumpla con su papel lo mejor que pueda y sepa y, en todo caso, con honestidad, transparencia y decoro.
En fin, que como ciudadano y como militante pol¨ªtico estoy inquieto y quiero dejar de estarlo. Deseo que nadie ponga en duda las cosas que considero m¨¢s valiosas y por las que tanto hemos luchado, como la ¨¦tica del colectivo en el que estoy integrado voluntariamente y que coincide, por consiguiente, con mi ¨¦tica personal. Para ello estoy dispuesto a combatir con las armas que me da la democracia contra los que quieran destruir con malas artes este precioso patrimonio. Hay ataques que te remueven las tripas de indignaci¨®n, pero en pol¨ªtica ¨¦ste es tambi¨¦n un dato de una situaci¨®n global ante la cual hay que saber reaccionar con la cabeza fr¨ªa. Precisamente por ello, es imprescindible saber distinguir entre los que atacan por intereses sectarios o por intereses espurios, y los que critican por errores realmente cometidos. Y, sobre todo, es imprescindible explicar las cosas con toda sinceridad, reconociendo lo bueno y lo malo que se ha hecho, reivindicando el acierto y asumiendo el error, de modo que para la gran mayor¨ªa de los ciudadanos no quede lugar a dudas sobre nada ni nadie. Porque, en definitiva, ¨¦ste es el veredicto que importa.
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