Miedos
Hubo un tiempo con mitos hisp¨¢nicos que desollar, pero hoy quedan pocos y sus ritos para pervivir han de convertirse en espect¨¢culo. El miedo al toro ya no es exorcismo de otros miedos, ni las corn¨¢s del hambre deciden el destino de las "figuras". Al perderse el miedo engendrado por la fatalidad de la historia, nos quedamos sin la ¨²ltima evidencia del mito. En los sesenta los novelistas confrontaban su identidad con la Espa?a encastada en sus esencias de siempre, y el miedo al toro significaba la impotencia, los quites, la lucha por la vida y el torero la "hostia emisaria del odio popular". Destruidos los miedos sagrados, quedan los llamados "puntuales". Salir al ruedo es menos arriesgado que un viaje por carretera.Creo que la expectaci¨®n la despiertan dos o tres toreros que cada tarde sucumben al miedo. Son testigos de una ¨¦poca en que la lidia era cruenta y apuntillar un mito era revoluci¨®n. Hemos sustituido el trauma por el s¨ªndrome, el dogma por la incertidumbre, los s¨ªmbolos por los modales, el rito por el espect¨¢culo. No se debe confundir la catarsis de la fiesta con la algazara del festejo, pero la simulaci¨®n es necesaria. Forma parte de la expectativa fallera el viaje en trenet hasta el centro inh¨®spito de la ciudad, el bullebulle de la calle J¨¢tiva, el pasodoble Paquito el chocolater, la huelga anual de camareros y, sobre todo, esa simulaci¨®n de compartir en las gradas el miedo que estaba hecho de otros miedos. Aunque el p¨¢nico del torero no sea el del portero al penalti, Espartaco es tan artista como Butrague?o, y el espect¨¢culo, que es simulaci¨®n, es la ¨²nica posibilidad nacional y auton¨®mica de ser consecuentes con estos tiempos.
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