Descharnes, radiograf¨ªa de una obsesi¨®n
J. B. / J. J. N. A. Robert Descharnes vive en el segundo piso de un inmueble de la calle Gu¨¦ri¨¦gaud de Par¨ªs, una casa de escaleras gastadas y umbr¨ªas, con una destartalada cabina para la conci¨¨rge (portera) y una atm¨®sfera de tiempos pasados que hace que el visitante no se sorprenda al saber que en el primer piso habit¨® Robespierre.
En su hogar, acogedor y de una vetustez deliberada, frecuente en casas de intelectuales de origen boh¨¦mien, Descharnes se sit¨²a en las ant¨ªpodas de la imagen fr¨ªa y oportunista que adquiri¨® en los a?os del declive daliniano. "Estuve al lado de Dal¨ª desde principios de los 50, pero nunca para nada de negocios; todo eso vino despu¨¦s; yo llegu¨¦ antes de que Dal¨ª tuviera ning¨²n secretario", cuenta con una emoci¨®n que se convierte en algo m¨¢s cuando habla de Gala y Salvador, "dos monstruos de gran calidad, una pareja excepcional y sorprendente, en quienes a¨²n pienso como si estuvieran vivos, hasta el punto que me entristece que ahora est¨¦n separados, ella en P¨²bol y ¨¦l en Figueres".
El despacho de Descharnes en la Rue Gu¨¦ri¨¦gaud es como la radiograf¨ªa de una obsesi¨®n. Litograf¨ªas falsificadas o fraudulentas, que este hombre meticuloso analiza con celo detectivesco y guarda en aparente desorden, se amontonan sobre una mesa. Algunos recuerdos dalinianos -muchos menos de los que cabria esperar en la casa de un hombre que ha sido acusado de comerciar con la foto del, cad¨¢ver de Dal¨ª- puntean el acad¨¦mico desorden de Robert Descharnes, cuyos tesoros m¨¢s palpables son la memoria y las fotograf¨ªas, al margen de sus negocios en Demart, o de las certificaciones de obra daliniana que realiza a t¨ªtulo personal. "Mis fotos, mis vivencias y mi memoria , dice, "son mi patrimonio. Me han pedido infinidad de veces que escriba un libro sobre Dal¨ª, pero no lo he hecho, porque hay cosas de las que s¨®lo se puede escribir con perspectiva".
Personaje quijotesco
Descharnes posee una memoria selectiva, pero intensa, que todav¨ªa centellea de emoci¨®n cuando rememora que "yo era muy, muy j¨®ven cuando conoc¨ª a los Dal¨ª y estoy seguro de que Gala no era del todo insensible a mi juventud, pero yo enseguida tom¨¦ partido por Dal¨ª". Pese a ello, la misteriosa musa de Kaz¨¢n ocupa un lugar privilegiado en el paisaje mental de este franc¨¦s circunspecto y racionalista, al que los azares de la vida han llevado al papel un tanto quijotesco de adalid daliniano.
En las fotograf¨ªas de Descharnes -miles de negativos, centenares de rollos de pel¨ªcula utilizada con celo,_casi compulsivamente- parece volver al presente la ¨¦poca dorada. Un Dal¨ª distendido y retoz¨®n y una Gala Diakonoff a¨²n esbelta y radiante surgen del pasado, casi siempre en blanco y negro, enmarcados en una bah¨ªa de Port Lligat arc¨¢dica y pre-tur¨ªstica de la que ellos y sus amigos -Eleanor y Reynolds Morse, el propio Descharnes y su esposa- eran habitantes de privilegio.
"Creo que s¨®lo dos personas conocemos muy bien la obra de Dal¨ª: Antoni Pitxot y yo; cada uno a su manera, por supuesto, pero Pitxot es un pintor con un Ojo magn¨ªfico y un gran sentido de la calidad y la t¨¦cnica, mayor que el de Dal¨ª, que era genial, pero muy desigual t¨¦cnicamente. Lo curioso es que ni Pitxot ni yo llamamos jam¨¢s 'divino' a Dal¨ª, a diferencia de otros que luego han arremetido contra ¨¦l. En los a?os 50, Dal¨ª estaba rodeado de 0entes de buena calidad, com¨® los Morse o como el pintor Georges Mathieu, que me lo present¨® a m¨ª, pero m¨¢s adelante Dal¨ª tuvo a su lado un coro que, s¨®lo aplaud¨ªa sus ocurrencias".
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