Menos perversos y m¨¢s humanos, reales
A¨²n reciente la proliferaci¨®n de C¨¢rmenes -Godard, Saura, Rossi-, nos enfrentamos ahora con dos versiones cinematogr¨¢ficas de Les liaisons dangereuses: la muy celebrada de Stephen Frears, que a su vez part¨ªa de una adaptaci¨®n teatral de la novela, y este Valmont de Milos Forman, que en Estados Unidos no ha despertado especial entusiasmo. Comparar una y otra pel¨ªcula es un ejercicio estimulante y demuestra hasta qu¨¦ punto el sentido de una obra depende mucho m¨¢s del ¨¦nfasis que se pone en ciertas cuestiones de puesta en escena antes que del mensaje expl¨ªcito que se deriva del entramado argumental.La cinta de Frears, sin duda espl¨¦ndida, ten¨ªa como principio indiscutible la perversidad del vizconde de Valmont y de la marquesa de Merteuil, excelentes John Malkovich y Glen Close. Eran dos personajes que jugaban con la pasi¨®n, en permanente estado de celo pero siempre con la cabeza fr¨ªa; se dir¨ªa que contentos de ser tan malignos. Y la pel¨ªcula planteaba la mec¨¢nica de la seducci¨®n como el ajedrez de los sentimientos. Lo que pue da existir de iron¨ªa antirroussiana en el rompecabezas epistolar de Laclos, desaparecer¨ªa.
Valmont
Director: Milos Forman. Int¨¦rpretes:Colin Firth, Annette Bening, Meg Tilly, Fairuza Bank, Sian Philips, Jeffrey Jones, Henry Thomas, Fabia Drake. Gui¨®n: Jean-Claude Carri¨¨re, basado en Liaisons dangereuses, de Choderlos de Laclos. Fotograf¨ªa: Miroslav Ondricek. Decorados: Pierre Guffroy. Vestuario: Theodor Pistek. Estreno en Madrid: cines Cartago, Juan de Austria, Novedades y Palacio de la M¨²sica.
Merteuil y Valmont eran unos te¨®ricos del deseo propio y de los dem¨¢s, unos nobles sacados de un destilado previo -el del dra maturgo Hampton- que man tiene muchos puntos de contacto con el ideado por Mishima para recrear un universo sadiano.
C¨®mplices
Milos Forman y Jean-Claude Carri¨¨re han humanizado y contextualizado la maldad de Merteull y de Valmont, han preferido las personas a las ideas, y sobre todo han abandonado el pedestal de jueces para convertirse en extra?os c¨®mplices de todos y cada uno de los personajes.En cualquier caso, por los que menos simpat¨ªa demuestran es por la seducida C¨¨cile de Volanges, que parece m¨¢s est¨²pida que inocente, y por su madre, que es una mujer intolerante y desp¨®tica. Madame de Tourvel pierde protagonismo, su virtud es mucho menos importante que el dolor que siente cuando descubre que ha sido enga?ada o, a¨²n m¨¢s, que prefiere repetir el enga?o antes que la dignidad de viuda. Eso ¨²ltimo, esa. grandeza de la debilidad, ser¨¢ lo que desoriente a Valmont, que partir del momento en que comprenda la sinceridad del amor de madame de Tourvel ya no podr¨¢ continuar jugando con los sentimiento de los dem¨¢s ni con los propios.
La pel¨ªcula de Frears tomaba al pie de la letra el universo aristocr¨¢tico pintado or Boucher, Fragonard o Baudouln, y de ah¨ª deduc¨ªa la intr¨ªnseca maldad l¨²brica de los arist¨®cratas frente la virtud de los burgueses. El filme de Forman prefiere compartir el punto de vista de Madame de Rosemonde, una anciana capaz de perdonarlo todo sin olvidar nada, que contempla toda la agitaci¨®n sexual de los j¨®venes como el juego de quienes, crey¨¦ndose controlar los instintos y sentimientos de los dem¨¢s, no hacen sino obedecer a los propios y a un destino que se burla de todos ellos.
Forman no condena a la viruela y a la ruina a Madame de Merteuil, ni mete a la pobre C¨¦cile en un convento, que son los destinos morales marcados por la obra de Laclos; prefiere que haya boda, nacimiento y enga?o, que el rey asista a todo ello y sobre todo, que los criados, pedig¨¹e?os o payeses, contemplen el espect¨¢culo de las liaisons en silencio, desde su miseria y su sometimiento. La sombra de la guillotina es la que aparece cuando, por en¨¦sima vez en el filme, los sirvientes apagan la ¨²ltima vela.
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