El artista bajo la nube y sobre la silla
Esa gran escultura al¨¢mbrica sobre la azotea del viejo edificio de la editorial Montaner y Sim¨®n, ese N¨²vol i cadira, es desde ahora un manifiesto de intenso contenido. Es una de las mejores esculturas de T¨¢pies, sin duda, pero adem¨¢s es casi el s¨ªmbolo de culminaci¨®n en el proceso para lo que podr¨ªamos llamar la "museificaci¨®n" de Barcelona.Las dificultades para la definitiva estabilidad de los museos barceloneses han sido -y son- evidentes. No es ¨¦ste el momento de metemos a fondo en el an¨¢lisis de circunstancias y responsabilid¨¢des. Hasta ahora, la ciudad ha resuelto estas deficiencias de una manera harto ins¨®lita, por lo menos en el ¨¢mbito espa?ol. Ya la fundaci¨®n del magn¨ªfico Museo de Arte de Catalu?a en los a?os treinta fue un esfuerzo exclusivamente local, casi podr¨ªamos decir, por encima de las posibilidades de la ciudad. Y despu¨¦s, la mayor parte de iniciativas han tenido que venir de la promoci¨®n de algunos grupos sociales, del empuje de algunas bases ciudadanas y de la buena voluntad y la generosidad de algunos artistas y coleccionistas, cuya eficacia inicial, al fin, se ha visto apoyada, si no por todas las administraciones, al menos por la municipal. El Museo Mar¨¦s, el Museo Clar¨¢, el Museo Picasso, la Fundaci¨®n Mir¨® y muchos otros menos conocidos no existir¨ªan sin este empuje inicial que sustituy¨® la ausencia de programas muse¨ªsticos oficiales, aunque luego el Ayuntamiento -secundado a veces, no siempre, por otras administraciones- ha apoyado su supevivencia y desarrollo. En cierta manera, otra instituci¨®n muse¨ªstica de urgencia ha corrido a cargo del urbanismo municipal en estos ¨²ltimos a?os: la creaci¨®n de un estimable conjunto de esculturas en las plazas y los jardines nuevamente urbanizados (Mir¨®, Chillida, Hunt, Serra, T¨¢pies, Kelly, Caro, etc¨¦tera, y, de inmediato, Lichtemtein y Olderiburg).
As¨ª, en espera del Museo de Arte Contempor¨¢neo -ahora, quiz¨¢s, adecuadamente encaminado-, Barcelona, por medios diversos y siempre bastante aut¨®nomos, ha logrado una muestra del arte contempor¨¢nea) -subdividido, fraccionado, con el ligero desorden que proviene de la imprevisi¨®n de las oportunidades y con evidentes limitaciones de contenido- que tiene, no obstante, una evidente calidad. Incluso se podr¨ªa decir que con ello se ha apuntado alguna consideraci¨®n pol¨¦mica: no estar¨ªa mal replantearse la sustituci¨®n de los grandes museos, de los inmensos almacenes agobiantes, por unas especializaciones menos gr¨¢ficas e incluso por una aparici¨®n desenfadada en el escenario p¨²blico de la calle.
La gran escultura de T¨¢pies en la azotea de la Muntaner y Sim¨®n culm¨ªna simult¨¢neamente estos dos procesos. Es la extroversi¨®n m¨¢s radical y escandalosa del arte, es la escultura m¨¢s integrada a la vida cotidiana de la ciudad, en el centro activo del en sanche de Barcelona, vertida sobre el tr¨¢nsito veloz y despreocupado de una calle casi convertida en una semiautopista urbana. Y la escultura tiene aquella identidad art¨ªstica fundamental que no permite confundirla con un ornamento o con un accidente banal
Divulgaci¨®n del arte
Es un signo cultural que marca una jerarqu¨ªa. Pero, adem¨¢s, inteligentemente enmara?ada en las r¨ªtmicas pantallas estructurales, es el anuncio fuertemente expresivo de lo que engloba y de lo que se propone la instituci¨®n a la que preside formalmente.
El contenido de la Fundaci¨®n es la antol¨®gica m¨¢s completa de nuestro primer artista, pero es, adem¨¢s, un programa de investigaci¨®n y divulgaci¨®n del arte contempor¨¢neo, un centro de trabajo abierto -tan abierto como la misma escultura al¨¢mbrica- a la vida ciudadana.
Otro valor significativo de esta escultura es de car¨¢cter m¨¢s espec¨ªficamente arquitect¨®nico. Es casi un manifiesto de c¨®mo hay que actuar en la reutilizaci¨®n y revaloraci¨®n de los edificios antiguos. El gran amasijo met¨¢lico se apoya sobre el edificio construido por Dom¨¦nech i Montaner sin cambiar en absoluto ni su composici¨®n ni sus intenciones formales, y lo a¨ªsla de sus pobres entornos -arquitectura mediocre y medianeras desnudas- devolvi¨¦ndole la escala y el car¨¢cter que deb¨ªa tener en el proyecto inicial, es decir, subrayando su identidad arquitect¨®nica.
Este manifiesto encuentra una buena respuesta en la obra interior de reutilizaci¨®n, llevada a cabo por los arquitectos Roser Amad¨® y Llu¨ªs Dom¨¦nech. Aparte de los complicados trabajos t¨¦cnicos de ampliaci¨®n de espacio y de instalaciones t¨¦cnicas, la labor de Amad¨® y Dom¨¦nech se ha centrado en recuperar las ideas fundamentales de Dom¨¨nech i Montaner, entre las cuales la m¨¢s importante era la gran unidad espacial y el ritmo de la estructura. Este ritmo estructural se exterioriza, incluso, con una t¨¦cnica sutil en el soporte de la escultura. Desde el mismo acceso al ed¨ªficio se comprende toda la arquitectura y se comprueba que era ya un espacio con todas las condiciones tipol¨®gicas para estos nuevos usos. La biblioteca es uno de los grandes aciertos: las viejas estanter¨ªas de la editorial han sido muy poco modificadas para lograr uno de los ambientes m¨¢s sugestivos, envuelto en el misterio de un aislamiento visual, en el que los ritmos de las carpinter¨ªas crean a la vez la intimidad y la comunicaci¨®n.
Realidad alucinante
No se crea, no obstante, que se trata de una intervenci¨®n pusil¨¢nime o estrictamente restauradora. Los arquitectos han actuado a fondo cuando hab¨ªa que modificar la luz o los itinerarios, cuando hab¨ªa que personalizar con caracter p¨²blico el patio del interior de manzana, cuando los ejes compositivos reclamaban una terminaci¨®n indicativa de los usos m¨¢s complejos. Todo ello, con un lenguaje adecuado, pero no travestiido. Los nuevos elementos arquitect¨®nicos subrayan y precisan incluso las cualidades b¨¢sicas de la arquitectura antigua, de igual manera que lo logra la escultura de fachada, aunque en unos t¨¦rminos art¨ªsticos m¨¢s distantes y m¨¢s operativamente contrapuestos. El N¨²vol i cadira de T¨¢pies es, pues, una alucinante, una crispante realidad que culmina muchos esfuerzos culturales, muchos programas ciudadanos en la promoci¨®n del arte contempor¨¢neo y que promete la continuidad de aquellos esfuerzos y de aquellos programas.
Oriol Bohigas es arquitecto.
Babelia
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