El maldito embrollo del T¨ªo Alberto
"Una gamberrada de los chavales" acaba en una petici¨®n de 60 a?os para el fundador de la Cemu
Un esc¨¢ndalo en el que se mezclan celo, amor, sexo y violencia ha hecho que Alberto Mu?iz, T¨ªo Alberto, la figura ejemplar y carism¨¢tica que cre¨® hace 20 a?os la Ciudad Escuela de los Muchachos (Cemu) acabase ante el tribunal que le juzga estos d¨ªas, acusado de 10 delitos de corrupci¨®n de menores y enfrentado a una petici¨®n de 60 a?os de prisi¨®n. Lo que en un principio Mu?iz crey¨® una "gamberrada m¨¢s de los chavales" ha desembocado dos a?os despu¨¦s en un proceso que ha dividido a la docena de amigos que en noviembre de 1988 grab¨® la primera cinta en un pub de Legan¨¦s.
Todo empez¨® con una minicassette que los chavales grabaron medio en broma, a instancias del polic¨ªa municipal Domingo Blanqui?o, y que ¨¦ste deb¨ªa encargarse de hacer llegar a T¨ªo Alberto. El grupo de muchachos se sent¨ªa decepcionado. Les hab¨ªan dicho que ellos gestionaban la Cemu pero por encima siempre estaba T¨ªo Alberto. La cinta comenzaba con reivindicaciones propiamente infantiles. Que si se com¨ªa demasiadas veces pollo o que si apenas probaban el pescado.Fue una grabaci¨®n en grupo, con risas de fondo, pero que m¨¢s adelante se adentraba en el comportamiento del director con algunos de los j¨®venes en las noches que hab¨ªan compartido su cuarto. Eran los primeros indicios de posibles abusos sexuales, de juegos procaces que molestaban a los muchachos. A esta primera cinta siguieron otras ocho.
Domingo Blanqui?o, un polic¨ªa municipal que hab¨ªa entrado tres a?os atr¨¢s en la Cemu como profesor de k¨¢rate hab¨ªa ganado cierto predicamento entre los chavales y quiz¨¢ entrevi¨® que su popularidad pod¨ªa llevarle incluso a ser aIg¨²n d¨ªa el relevo de T¨ªo Alberto. Este y el polic¨ªa hab¨ªan tenido fricciones a causa de Olga, una quincea?era a la que el director hab¨ªa observado entusiasmada por Blanqui?o.
"Estuve enga?ada", dice Gloria Santiuste, una de las arrepentidas. "Me dijeron que s¨®lo iban a usar las cintas para que dos amigos que estaban fuera volvieran a la Cemu. Cuando las grab¨¦ me dijeron que eso no val¨ªa, que era flojo y ten¨ªa que decir cosas m¨¢s fuertes. Me dieron un papel con lo que ten¨ªa que decir". Gloria asegura que Blanqui?o, o alguien de su c¨ªrculo, le prometi¨® dinero o una moto por la grabaci¨®n.
Al contrario de Gloria, Pedro Fern¨¢ndez Valle, Pedrito, el joven de 19 a?os que ha concitado toddos los odios de los que defienden a T¨ªo Alberto, relat¨® en una de las cintas que Mu?iz le masturbaba y que una de las veces se limpi¨® las manos de semen con una camisa que acaba de comprarle.
En otros tiempos, Pedrito fue el querub¨ªn favorito de T¨ªo Alberlo. Pedrito gastaba chupa de cuero, viajaba a Benidorm con T¨ªo Alberto algunos fines de semana y poco antes del esc¨¢ndalo recibi¨® una moto nueva de su protector. En Pedrito ven unos y otros la clave del todo el embrollo.
Afirmaciones y desmentidos
Las cintas, v¨ªa Blanqui?o, acabaron en el juzgado. Tras las primeras, indagaciones, los muchachos le tomaron afici¨®n a la juez. A diario pasaban en grupitos por el juzgado, tan pronto a ratificarse corno a desdecirse. Un d¨ªa dec¨ªan: "Pues si, es cierto que me lo hizoo, ?que pasa?. Al siguiente rectificaban: "Jo, es que es una movida muy fuerte, mejor ponga que no".
El punto de inflexi¨®n en el sumario lo marc¨® un careo entre T¨ªo Alberto y Pedrito. El chaval, pese a haberse retractado de lo dicho en las cintas, le aguant¨® el tipo a su benefactor. "Est¨¢s mintiendo, T¨ªo Alberto, y t¨² lo sabes". La juez decidi¨® que en que aqu¨¦l maldito embrollo pod¨ªa haber algo m¨¢s que la fantas¨ªa de un adolescente.
"Los m¨ªos exigen que yo sea su padre en todo momento, incluso por las noches cuando buscan refugio y se meten en mi cama", asegura ahora en su juicio T¨ªo Alberto. "En la Cemu mantenernos un criterio de educaci¨®n en libertad. Es bueno que los ni?os se vean desnudos para ir descubriendo el otro sexo y aqu¨ª lo hacen as¨ª hasta que su mismo pudor les dice basta".
Un calor sofocante impregna una sala de juicio entreverada de efluvios de sudor adolescente. La presidente del tribunal y la magistrada sentada a su izquierda no dan reposo a sus abanicos mientras escuchan a los testigos. T¨ªo Alberto dibuja incesantemente. Chavales de ocho o diez a?os asisten sin ning¨²n impedimento a un juicio poco edificante y siguen impert¨¦rritos secuencias de preguntas sobre "masturbaci¨®n", "penetraci¨®n" o 'tocamientos de ¨®rganos genitales". Los mayorcitos, sentados detr¨¢s, resoplan continuos sarcasmos ante las preguntas de la acusaci¨®n. Forman una pi?a entre ellos y todos en tomo a ¨¦l. Nadie en el Palacio de Justicia de Madrid recuerda que a un acusado de corrupci¨®n de menores fuese recibido y despedido entre atronadoras ovaciones, gritos de apoyo y besos y abrazos a discreci¨®n.
Pero las acusaciones y evidencias se amontonan. Contra viento y marea, cuatro de los chavales han mantenido las acusaciones sobre pr¨¢cticas homosexuales de T¨ªo Alberto, y sus testimonios est¨¢n ah¨ª. Una testigo sorpresa de la acusaci¨®n reforz¨® los cargos de sevicias sexuales al asegurar que tras una noche de alcohol, amaneci¨® "en braguitas" en la cama del fundador. Tambi¨¦n las retractaciones se suceden. La madre de uno de los testigos puso por las nubes a T¨ªo Alberto y tild¨® a su propio hijo de dejarse involucrar en un montaje.
Lo cierto es que si Mu?iz resulta condenado la propia Ciudad de los Muchachos podr¨ªa estar condenada a su vez, a la desaparici¨®n. Desde que se inici¨® el esc¨¢ndalo han perdido todas las subvenciones. En esta ciudad-escuela, alrededor de 100 ni?os vi ven pendientes de lo que le ocurra a su padre.
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