Defensa atl¨¢ntica
Uno de mis pasajes preferidos del Orlando furioso, ese follet¨ªn siempre delirante y a menudo genial, es el enfrentamiento entre la f¨¦rrea amazona Bradamante y el mago Atlante. El brujo pasea por los cielos en un corcel alado, como suelen hacer los de su clase, y se dedica a secuestrar nobles damas y altivos caballeros por razones no demasiado claras, pero a fin de cuentas bastante aceptables: a Ruggiero, por ejemplo, lo rapta para impedir que vaya a la guerra, motivo intachable para el Ayuntamiento de Bilbao y cualquier otro antimilitarista que se precie. Pero la forzuda Bradamante no simpatiza con tales hechicer¨ªas y se enfrenta sable en mano al temido encantador. Atlante, en cambio, no tiene espada: s¨®lo lleva en las manos un libro. Pero no es poca defensa, pues cuanto lee en sus p¨¢ginas -que hablan de lanzadas y tajos- lo siente Bradamante en carne propia como si la atacasen manos invisibles. ?La disputa quijotesca entre las armas y las letras resuelta del modo m¨¢s conciliador, al convertirse el libro en el arma privilegiada! Todos los ratones de biblioteca hemos sentido envidia de ese libro m¨¢gico de Atlante, capaz de derrotar a los mejores guerreros. A los guerreros quiz¨¢, pero no a las guerreras. Chica de pocas letras, Bradamante no se resiente demasiado de las cuchilladas literarias, aunque se deja caer al suelo, fingi¨¦ndose abatida. Y es que para que un libro le derrote a uno del todo hay que haber le¨ªdo y dado importancia a bastantes otros antes. Total, que ella se hace la vencida, Atlante se conf¨ªa y enseguida se encuentra con el filo de acero en la garganta. Pero la amazona es tan noblota como bruta: cuando ve que se trata de un viejo consumido y gimoteante le perdona la vida.Al hallarme rodeado de libros en el Sal¨®n del Libro de Tur¨ªn, me acord¨¦ del volumen belicoso del mago Atlante. ?No ha confiado siempre Europa, quiz¨¢ hoy m¨¢s que nunca, en defenderse y combatir los supuestos o reales enemigos que la asedian por medio de sus libros, en cuyas p¨¢ginas deben leerse m¨¢gicas estocadas que nadie es capaz de esquivar? Sortilegios de ancianidad que pueden resultar finalmente tan in¨²tiles como los del brujo de Ariosto. Precisamante el congreso al que asist¨ªa ten¨ªa como tema la identidad cultural europea. Una cuesti¨®n bastante libresca, no poco defensiva en el sentido atl¨¢ntico del t¨¦rmino y con su tantico de brujer¨ªa (o por lo menos de ilusionismo) como condimento.
Presentados por nuestro anfitri¨®n Gianni Vattimo, los ponentes nos debatimos animosamente con la cuesti¨®n propuesta. Quiz¨¢ la m¨¢s briosa result¨® Agnes Heller, cuya fr¨¢gil figura enmascara un temple pele¨®n no inferior al de la amazona Bradamante, pero mucho m¨¢s ilustrado. En su intervenci¨®n solicit¨® nada menos que un segundo renacimiento para nuestro zarandeado continente. Este nuevo episodio humanista, como el primero, contar¨¢ sin duda con los libros como instrumento privilegiado, pero tambi¨¦n con la tolerancia y con alg¨²n freno puesto a la soberbia ansia de infinito por el que antes ha solido desbordarse imperialmente el ¨ªmpetu europeo. Seg¨²n Agnes Heller, este renacimiento ha de ser mas cosmopolita que internacionalista. El internacionalismo ha funcionado como el reverso mec¨¢nico del nacionalismo, sobre todo en su versi¨®n marxista: una clase transnacional, el proletariado, ha de trastocar en todo lugar y circunstancia la desigualdad social homog¨¦neamente instituida; el cosmopolitismo, en cambio, busca las coordenadas universales de una reforma que en cada sitio tendr¨¢ perfil propio. No todos los ponentes compart¨ªan este combativo optimismo. Confieso que dormit¨¦ un poco durante la extensa intervenci¨®n de Jacques Derrida, pero saqu¨¦ la impresi¨®n general de que estaba m¨¢s bien remiso. Y a¨²n m¨¢s remiso se mostr¨®, sin duda, Jos¨¦ Saramago, alarmado porque los portugueses se afiliaran con prisa suicida al europe¨ªsmo antes de haber desentra?ado del todo los enigmas de la portuguesidad y las dimensiones pol¨ªticas peculiares que ¨¦sta comporta. Se preguntaba el novelista: ?ir¨¢ Jacques Delors a conseguir sin disparar un ca?onazo, s¨®lo a base de manejos econ¨®micos y de presiones pol¨ªticas, lo que no pudo lograr Napole¨®n? Las alarmas de Saramago tienen perfiles concretos: el 70% del ¨¢rea forestal portuguesa va a verse ocupado por eucaliptos, no seg¨²n decisi¨®n de los ciudadanos portugueses, sino por decreto de la Comunidad Europea, que ya sabemos c¨®mo se las gasta. Amenazas similares no faltan, desde luego. En un coloquio reciente sobre el mismo tema, S¨¢nchez Drag¨® se?al¨®, entre los agravios Inmediatos del europe¨ªsmo forzoso que nos abruma, la inminente desaparici¨®n de la horchata de chufas. ?Ay, mira que si luego de llenar Portugal de eucalipto y de dejarnos sin horchata Delors fracasa en la unidad pol¨ªtica europea por culpa de ingleses, prusianos y rusos, como Napole¨®n!
Pero no fueron estas intervenciones las que provocaron mayor discusi¨®n, sino las de Vittorio Strada y VIad¨ªmir Bukovsky sobre las consecuencias de la defunci¨®n s¨²bita del comunismo en los pa¨ªses del centro y este de Europa. Muchos oyentes se dieron por aludidos y mostraron su dolor. ?Qu¨¦ culpa han tenido los comunistas italianos o de otras latitudes de lo que en nombre del comunismo se hac¨ªa en esos pa¨ªses? Se les apoyaba un tanto, s¨ª, pero de buena fe y no sin reservas. ?Acaso es pecado luchar por la justicia y la utop¨ªa? Quiz¨¢ Ceausescu, Stalin o incluso Lenin se equivocaron, pero ?y Marx? ?Acaso no es cierto lo de Marx, aunque haya sido traicionado? Bukovsky no estuvo dispuesto a las concesiones: estableci¨® que fue precisamente Marx quien se equivoc¨® en la teor¨ªa, y los dem¨¢s intentaron corregir en la pr¨¢ctica sus errores a fuerza de cr¨ªmenes. Acab¨® contando un chiste ruso: "?Sabes por qu¨¦ el comunismo no es una doctrina cient¨ªfica? Porque si hubiera sido cient¨ªfico lo hubieran probado primero con animales". ?Entonces ya no puede uno llamarse comunista sin sonrojo? Record¨¦ a Maurice Bard¨¦che, que intent¨® probar en uno de sus libros que las atrocidades nazis fueron una traici¨®n a la verdadera doctrina fascista, y no por ello consigui¨® que llamarse fascista volviera a ser de buen tono...
Como siempre, la principal obsesi¨®n de los europeos parece ser apuntalar el pasado -su pasado- en vez de afrontar el presente. La innegable liquidaci¨®n por derribo del comunismo ha producido diversas reacciones, unas divertidas y otras ominosas. Entre las primeras, la de esos marxistas p¨®stumos
Pasa a la p¨¢gina siguiente
Defensa atl¨¢ntica
Viene de la p¨¢gina anteriorque decretan la muerte de la raz¨®n ilustrada y la rebeli¨®n oportunista de los enanos: son algo as¨ª como grapos de la teor¨ªa, en huelga de hambre ret¨®rica contra todos los frutos y embutidos que ofrece el mercado del d¨ªa. Fam¨¦licos y altivos, denuncian sin cesar la adulteraci¨®n generalizada con la que los dem¨¢s se ceban... Menos graciosa es la insuficiencia general de estudios sobre lo viable en cuestiones candentes como la xenofobia o los nacionalismos rabiosos. Aqu¨ª la palabra m¨¢gica que dispensa de pensar es solidaridad, pero una solidaridad en efecto despreocupada de las consecuencias de cada gesto: como la caridad de las se?oronas de anta?o, lo que importa es que siga habiendo pobres y mala conciencia, para ganar m¨¦ritos... Y lo m¨¢s inquietante de todo es el retorno triunfal de lo religioso, en el sentido m¨¢s eclesial del t¨¦rmino. Los tres monote¨ªsmos vuelven a la palestra, el cristiano, el musulm¨¢n y el jud¨ªo (este ¨²ltimo, apoyado en lucubraciones no s¨¦ si posmodernas o neobarrocas). Es fascinante y desalentadora la prontitud con la que lo religioso se cuela por cualquier fisura del realismo colectivo o individual para llenar los vac¨ªos, sea el dejado por el hundimiento de las grandes doctrinas colectivistas, el hueco de la autoridad desmitificada y la identidad comprometida, o el vac¨ªo craneal de los metaf¨ªsicos, siempre huerfanitos de Verdad con may¨²scula.
Y es que el mago Atlante, cuando la amazona derrot¨® b¨¢rbaramente su truco del libro, opt¨® por otra defensa. Atrap¨® en un fingido palacio a los h¨¦roes y los mantuvo cautivos del espejismo haci¨¦ndoles creer que en sus aparentes salones deb¨ªan buscar lo que cada uno m¨¢s anhelaba de su pasado, lo que para cada cual es el mayor bien, ese bien disperso por lo real entre los mortales "a chi pi¨´ e a chi meno ¨¦ a nessun molto", seg¨²n dijo Ariosto. Quiz¨¢ la Europa de hoy no sea, despu¨¦s de todo, m¨¢s que el ¨²ltimo avatar de este hechizo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.