Modas y fobias de las fiestas
Los sanfermines tienen tradiciones que se repiten con la misma asiduidad que las ligas del Bar?a. O sea, que a veces ni se repiten. El tradicional cohete del d¨ªa 6 se lanz¨® por primera vez desde el ayuntamiento en 1941; menos a?os tiene la t¨ªpica indumentaria pampionica, y a¨²n menos el canto al santo minutos antes del encierro. Antes de ser tradiciones pasan por la categor¨ªa de modas. La velocidad del cambio de modas casi obliga a la publicacion de una gu¨ªa secreta de los sanfermines, que habr¨ªa que revisar, si no diariamente, por lo menos una vez al a?o.Los ¨²ltimos a?os han visto la decadencia de las grandes verbenas de pago. Los clubes de Pamplona compet¨ªan por contratar a los mejores cantantes. Un par de verbenas monopolizaban la noche. Hoy la moda est¨¢ con las verbenas de quita y pon. Entre estas destacan las ubicadas alrededor de la Plaza de toros. La del Cabiya es la de la gente guapa, por concentrarse all¨ª presidentes, diputados y todo famoso que se precie. Por descontado que beben y bailan como los dem¨¢s.
No hace falta ser tan fino. La verbena del Cali, fuera del epicentro sanferminero, ha conseguido recuperar unos sanfermines caseros. Si hay bailongo, cruzan un par de coches en la calle, suben la orquesta a un remolque y se baila sin agobios con la vecina de toda la vida; si toca toro de fuego, los mismos padres detienen el tr¨¢fico para que los cr¨ªos se divierten sin peligro.
Pase de modelos
El Cali, la procesi¨®n, los gigantes y cabezudos o el baile de La Alpargata prueban que la alegr¨ªa no est¨¢ re?ida con la tranquilidad.
La gente guapa ha puesto de moda una de las ceremonias m¨¢s t¨ªpicamente taurinas, como es el apartado de lo toros. Bastar¨ªa que por all¨ª circularan purasangres en lugar de toros para que pareciera el hip¨®dromo de Ascot; en cualquier momento desfilar¨ªa Joan Collins con una de sus fiamentes pamelas. El apartado es un acto social y, m¨¢s que de blanco y rojo, se viste de punta en blanco, que no es lo mismo. Si se quiere ser alguien, hay que estar all¨ª y, adem¨¢s, ser fotografiado.
Sin llegar a ese exceso, es evidente el resurgimiento de la calidad frente a una ¨¦poca de invasi¨®n de la cutrez. Se reivindica el cristal frente al pl¨¢stico (para beber), las mini-verbenas, o las tertulias taurinas, como la del hotel Maisonnave, que adorna la palabra con exposiciones y el men¨² preferido de un ganadero. Se aprecia en todo un intento de compaginar la fiesta con la comodidad o la l¨ªmpieza.
Quiz¨¢s por ello, o por otras misteriosas razones, se confirma la lenta decadencia de las pe?as. Las, en otros tiempos, paradIgmas de las fiestas, no pasan ahora de ser un detalle casi marginal. Las pe?as, pese a su presunta rebeld¨ªa juvenil, son m¨¢s oficiales que el programa de fiestas. Su poder ya no es la alegr¨ªa, ni la m¨²sica -extendidas por doquier-, sino la burocr¨¢tica distribuci¨®n de unos abonos para las corridas, que en el mercado se cotizan a medio mill¨®n.
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