La seducci¨®n de la voluptuosidad
Prince
Prince (voz, guitarra, piano), Miko Weaver (guitarra, coros), Levi Seacer (bajo, coros), Dr. Matt Fink (teclados, coros), Rosie Galnes (teclados, voz, coros), Michael Bland (bater¨ªa), Kirk Johnson, Damon Dickson y Tony Mosley (baile, Percusi¨®n). 50.000 personas. Precio: 4.000 pesetas. Estadio Vicente Calder¨®n. Madrid, 22 de julio.
La presentaci¨®n de Prince en Madrid, comienzo de su gira por cinco ciudades espa?olas, no llen¨® el estadio Vicente Calder¨®n y los indecisos que no acudieron se perdieron un recital intenso y magn¨ªficamente planificado y ejecutado.La noche comenz¨® con Louis Lane, un grupo de belgas con dos mujeres al frente, y continu¨® con Ketama. Los espa?oles salieron desbocados con deseos de agradar, pocas luces y mal sonido. Ketama sac¨® a escena, entre m¨²sicos y familiares, hasta 16 personas Demasiadas para las posibilidades t¨¦cnicas que se conceden a los teloneros y para unas canciones enraizadas con el flamenco que requieren mayor intimismo. Realizaron una breve actuaci¨®n, y hasta sus dos ¨²ltimas canciones, Loko y Kalike?o, el grupo no comenz¨® a sonar con potencia. El p¨²blico despidi¨® a Ketama con cari?o y se tom¨® con tranquilidad el periodo de espera. Hasta que apareci¨® Prince.Enigma en penumbra
Con su aire distanciado y su enigma permanente envuelto en la penumbra, Prince dej¨® desde el principio bien claras sus intenciones. Pocas concesiones a la espectacularidad, escasas a la comercialidad y casi ninguna al p¨²blico. El m¨²sico de Minneapolis bas¨® su recital en dos pilares que le bastaron para cerrar su actuaci¨®n, casi dos horas despu¨¦s, con un rotundo ¨¦xito: la sensual energ¨ªa interpretativa y una m¨²sica de ra¨ªz profundamente negra, derivada del soul. A Prince le bast¨® y le sobr¨® defender con poder¨ªo estas dos l¨ªneas maestras para llevarse el gato al agua, acabar en apoteosis y salir por la puerta grande.El planteamiento musical de Prince en directo difiere notablemente de lo que ofrece en sus discos. Mientras en las grabaciones resulta evidente su inter¨¦s por las sonoridades, los ambientes y los hallazgos t¨ªmbricos, en directo prefiere supeditar este inter¨¦s a un esquema r¨ªtmico duro, mon¨®tono y lineal.
Como un James Brown de los noventa, Prince desarroll¨® temas largos, en los que demostr¨® sus enormes cualidades como cantante, instrumentista y bailar¨ªn con gran naturalidad sin avasallar y sin aspavientos. En un escenario carente de los alardes espectaculares a los que nos tienen acostumbrados los grandes ¨ªdolos del pop, Prince ofreci¨® en todo momento su tremenda intuici¨®n musical y su seguridad. En la canci¨®n Purple rain agarr¨® su guitarra futurista y desarroll¨® un espl¨¦ndido solo pleno de intensidad y precisi¨®n. Sentado ante el piano de cola, se introdujo en ambientes cercanos al jazz o al impresionismo franc¨¦s. Y como un consumado y original bailar¨ªn, enriqueci¨® con detalles tan estudiados como apenas perceptibles determinados aspectos de su m¨²sica.
Prince ofreci¨® en Madrid un repertorio en el que prim¨® el ritmo sobre la melod¨ªa, a excepci¨®n de la citada Purple rain o Nothing compares 2U, y t¨ªmbricamente no alcanz¨® el grado de originalidad a que nos tiene acostumbrados en sus grabaciones. El recital se ajust¨® al rigor de la mejor m¨²sica negra, que desde el nacimiento del soul en los a?os sesenta re¨²ne extensi¨®n e intensidad en un mismo pu?o. Por esto el recital del norteamericano alcanz¨® un elevado nivel. Por su dificultad y radicalismo. Por la emoci¨®n, la sensualidad y la fuerza interpretativa. Por su capacidad de fundir su aire inalcanzable con una naturalidad defendida con la entrega por encima del artificio y del divismo.
Cuando hab¨ªa transcurrido poco m¨¢s de una hora de recital, Prince abandon¨® en escenario. Fuegos artificiales y amago de un final soso y convencional. Fue entonces cuando el p¨²blico madrile?o cogi¨® las riendas del concierto y comenz¨® la segunda parte del espect¨¢culo, la que convirti¨® la primera actuaci¨®n de Prince en Espa?a en una apoteosis pocas veces vista en un macroespect¨¢culo.
El regreso del m¨²sico norteamericano al escenario signific¨® el inicio de uno de los desarrollos mejor planificados en un recital, con una conexi¨®n entre p¨²blico y artista emocionante por su intensidad. El arrollador carisma de Prince y su naturalidad y espontaneidad para adecuar el espect¨¢culo a las exigencias de un p¨²blico entregado fueron magn¨ªficos. El ¨ªdolo baj¨® a tierra, los asistentes se dieron cuenta que lo ten¨ªan al alcance de la mano y aprovecharon la ocasi¨®n.
Y Prince no escatim¨® entrega, fue generoso y consigui¨® un ¨¦xito tan merecido como inesperado por la forma en que se produjo. Como un nuevo m¨²sico de Hamel¨ªn, encandil¨® con aparente sencillez, con una oferta c¨¢lida y con un recital mod¨¦lico en su planteamiento y ejecuci¨®n aunque algo decepcionante en cuanto a aportaciones musicales. Pero al p¨²blico no le import¨® este detalle. Se hab¨ªa rendido ante la capacidad de seducci¨®n del pr¨ªncipe de la voluptuosidad.
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