"Dentro de poco se leer¨¢ con diccionario"
El novelista veranea en un pueblo burgal¨¦s, rodeado de ¨¢rboles y de palabras
Miguel Delibes (Valladolid, 1920) ha publicado 40 obras. Cerca de 1.300.000 espa?oles tienen en su casa La hoja roja (19 59), su novela m¨¢s vendida. El cine y el teatro tambi¨¦n le han dado millonarios derechos de autor. Y, sin embargo, ¨¦l vive en Sedano, en una casa sin tel¨¦fono, entre paredes de piedra, al otro lado de una puerta que hay que golpear con los nudillos para hacerse recibir.El hombre medieval edific¨® sus fortalezas en las alturas, y desde las almenas descubr¨ªa al enemigo y le complicaba sus planes. All¨¢ en lo alto el hombre medieval pudo poseer el paisaje; y esa sensaci¨®n ancestral de propiedad sobre el terreno que alcanza el ojo le invade a uno en los montes que rodean Sedano. Delibes la saborea desde ah¨ª arriba, mientras caza, mientras pasea a sus perros, y la disfruta sobre todo porque sabe que estos placeres se est¨¢n acabando poco a poco en una naturaleza que agoniza.
-Mire qu¨¦ hachazo le han dado al monte, con esa carretera que llega hasta arriba.
En efecto, es una carretera recta, obra de un le?ador desmedido.
-Si al menos la hubieran construido por el otro lado de la falda, dando la vuelta, de modo que no se viera desde el pueblo... Pero f¨ªjese, toda recta, como un hachazo.
La carretera conduce hasta una antena cuyo hierro puntiagudo rasga las nubes que han bajado esta ma?ana hasta Sedano. Y all¨ª sube Delibes de paseo con los perros, la Fita y el C¨®quer, y con Adolfo, bi¨®logo, uno de sus siete hijos.
-Hay poca codorniz, padre.
-No ha llovido y el sol pica demasiado.
Y padre nos explica: "Ahora no se siembra en hazas, ahora siembran en grandes extensiones, ya se ve ah¨ª arriba, y eso gusta menos a las perdices. Hace treinta a?os esto era un cazadero de perdiz excepcional".
La Fita est¨¢ loca por empezar la caza.
-En las fiestas -dice Adolfo, el hijo -oye los cohetes y sale ya a buscar la pieza.
"Ayayayayayayayayay", le grita padre. Y la Fita acude. Su piel sale escarchada por la humedad de los brezos. Llovizn¨® hace un rato, y corre el relente.
-Padre, la Fita est¨¢ en celo.
-S¨ª, s¨ª -asiente padre-, ayer vi que la persegu¨ªa un gozquecillo, y me dije: ¡®Buenos estamos si se l¨ªa con ¨¦se¡¯.
El Rudr¨®n siempre fue truchero, y se le llega casi all¨ª mismo, por San Felices. All¨¢ va Delibes con sus trebejos. A ¨¦l siempre le gust¨® la lucha entre un animal silvestre que aprendi¨® en el r¨ªo a defenderse, y un ser racional que ha desarrollado en tierra la habilidad para el alimento.
-Lo que ocurre es que ahora las truchas son de piscifactor¨ªa. Las echan por la noche para que se recreen los aficionados al d¨ªa siguiente. Y eso ya no me gusta, eso me est¨¢ retirando.
Tampoco tiene suerte Delibes con los cangrejos. La repoblaci¨®n con cangrejo americano trajo una enfermedad que mat¨® al aut¨®ctono, mucho m¨¢s sabroso.
-Nuestros cangrejos eran los barrenderos del r¨ªo, y hac¨ªan una labor. Pero ¨¦stos que han tra¨ªdo se comen el verde.
Ese progreso irresponsable no le hace ninguna gracia. Por ejemplo, ya no va tan tranquilo en bicicleta como cuando recorr¨ªa 100 kil¨®metros a pedal para ver a su novia, que veraneaba en Sedano. Entonces apenas encontraba coches en el camino. A?os atr¨¢s le regalaron sus hermanos una bici estupenda, con cambio y todo. Pero no lo usa.
-Es que suena a chatarra cuando meto la palanca.
Cada d¨ªa recorre 20 kil¨®metros en hora y cuarto. Pero con el o¨ªdo puesto en los tubos de escape, por si acaso.
Todo esto lo cuenta mientras recrea su mirada en la hornillera y en los dujos donde habitan las abejas, o cuando observa la humedad de los tallos del rastrojo.
-Don Miguel, ya casi nadie sabe esas palabras.
-Es una l¨¢stima, dentro de poco tendr¨¢n que leer los libros con diccionario.
Es otro de los placeres de acercarse a los or¨ªgenes. A veces se escuchan en Sedano palabras cuyo significado ignoramos. Pero suenan tan bien que da gloria o¨ªrlas.
-?Hay aqu¨ª un se?or Cayo?
-S¨ª, el se?or Dar¨ªo. Sabe mucho del campo, de las cosechas, de los ¨¢rboles de los animales, de las palabras... Mire esos pinos, han agarrado bien ah¨ª en la ladera, y eso que sobre la osamenta de piedra no hay m¨¢s que una peque?a capa de tierra
-Usted va poco a la Academia. ?Por qu¨¦ no se trae aqu¨ª a sus compa?eros?
-Se aburrir¨ªan.
(?l tambi¨¦n se cans¨® de ir todos los jueves a su sill¨®n):
-Llev¨¦ 30 nombres de p¨¢jaros que no est¨¢n en el diccionario, y D¨¢maso me dijo: ¡°Son muchos¡±. Y otro: ¡°El diccionario no es un tratado de ornitolog¨ªa¡±.
Usted, Miguel, mantiene una relaci¨®n injusta con el progreso. El progreso le golpea a usted, le acorrala, y sin embargo usted est¨¢ dispuesto a adaptarse: se acurruca en Sedano; toma mayonesa de bote porque hoy en d¨ªa amenaza la salmonela, que ya le intoxic¨® una vez; incluso, aunque le parezca absurdo, juega al tenis sin contar de uno en uno, sino 40-30 (¡°ya ves t¨² qu¨¦ tonter¨ªa¡±). Y hasta escribe novelas cortas, porque usted cree que la gente ya no tiene tiempo de leer...
-..S¨ª, s¨ª, pero fue al rev¨¦s: empece escribiendo novelas cortas y luego vi que eso era bueno para que la gente las leyera en un viaje en tren. Pero no soy pesimista, ahora la gente lee m¨¢s. En 1850, El Norte de Cast¨ªlla [el diario que ¨¦l dirigi¨®] ten¨ªa cuatro p¨¢ginas, y ahora tiene 96.
-Por cierto, ya que hablamos de sus obras. Uno recorre tranquilamente un relato suyo, disfruta de palabras y descripciones, y de repente se lleva un susto: aparece impensadamente la violencia. Eso ocurre en La hoja roja, en El disputado voto..., en Los santos inocentes, en El Tesoro, eso le ocurre mucho a usted. ?Pero es esa una violencia de las gentes del campo que les llega de la ciudad?
-No, no, tambi¨¦n est¨¢ en el campo. Est¨¢ en el hombre, y por eso tuvimos tantas guerras civiles. En el campo hay quien mata por una linde.
En cualquier caso, no en Sedano. Ah¨ª todo es tranquilo, al menos por ahora. De esa tranquilidad lleva disfrutando los 30 a?os que ha cumplido la casa.
-Mi mujer [que falleci¨® en 1974] me compr¨® un estudio en Valladolid, porque crey¨® que si me aislaba ser¨ªa capaz de escribir el Quijote. Pero era tal el silencio que no se me ocurr¨ªa nada. Necesito vida para hacer vida. Y me constru¨ª el estudio aqu¨ª, junto a la casa. Aqu¨ª oigo las voces de mis nietos, pero tamizadas al otro lado de la ventana, y escucho los p¨¢jaros.
"Es dif¨ªcil que escriba novelas"
-Ya nadie distingue los p¨¢jaros, nadie diferencia el gorjeo de un gorri¨®n del silbido de un mirlo.
-Ni un hayedo de un robledal.
-?Hay p¨¢jaros en la novela que est¨¢ escribiendo ahora?
-Novelas es ya dif¨ªcil que escriba. La novela tiene una estructura compleja, y empiezo a preocuparme de que debo conservar la suficiente cabeza para darme cuenta de que voy perdiendo la cabeza.
-C¨®mo, ?quiere esto decir que ya no escribir¨¢ m¨¢s novelas?
-No, no. Pero s¨ª que me lo pensar¨¦ m¨¢s. De todas formas, no soy yo quien elige la novela. La novela me elige a m¨ª. Un d¨ªa ves a un ratero, le sigues, hablas con ¨¦l, piensas luego en su miseria... y ya has quedado embarazado. El ratero te ha pre?ado. As¨ª naci¨® Las ratas.
-En esto tambi¨¦n vuelve usted a sus or¨ªgenes, porque eso que describe es casi periodismo.
-Bueno, el periodismo es un borrador de la literatura... Y la literatura es el periodismo sin el apremio del cierre.
Nada le apremia a ¨¦l en Sedano, en un predio que no tiene tapias. Todos en la casa respetan la soledad del escritor si est¨¢ trabajando en el despacho. Luego, cuando salga a la fresca, le arropar¨¢n en su rinc¨®n, bajo la sombra del endrino.
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