"Me han tratado mal, como a todo profeta"
Hoy, Alberto Mu?iz S¨¢nchez leon¨¦s de 52 a?os, arquitecto de profesi¨®n, escritor, pintor, educador, bi¨®logo, m¨¦dico frustrado e inventor de frases ("en realidad, yo soy un inventor de frases"), vive la resaca de un proceso, el proceso del T¨ªo Alberto, que convirti¨® el suyo en un nombre de notoria popularidad. "A m¨ª me ha dado igual", dice, "nunca me afect¨® demasiado lo que viene del exterior".Sin embargo, se le nota cansa do y amargo, "menos por mi que por lo que ha supuesto este esc¨¢ndalo para el porvenir de la CEMU. Ha habido desmoralizaci¨®n y desconcierto. Ahora tenemos que recuperar el equilibrio". Cuando hablamos con ¨¦l, su despacho fue un desfile constante de ni?os y de ni?as que le planteaban las necesidades m¨¢s diversas. Quien m¨¢s rato se qued¨® a su lado fue un ni?o de 11 a?os que luchaba porque T¨ªo Alberto le dejara ir solo a la parada del autob¨²s. "No puede ser, pero no pongas esa cara". El ni?o, uno entre el centenar de ni?os de infancia dif¨ªcil y acosada a los que acoge esta instituci¨®n, fumaba recientemente hasta una cajetilla diaria, "cuando no consegu¨ªa porros, que tambi¨¦n los ha fumado". Ahora, el muchacho s¨®lo fuma, seg¨²n dice ¨¦l mismo, dos o tres cigarrillos al d¨ªa, pero compensa esa carencia chup¨¢ndose e dedo constantemente. "Le falta la madre", dictamina Alberto Mu?iz, el t¨ªo Alberto.
Recibir calor
Alberto Mu?iz ha querido ser el padre. Y la madre. "Se me ha acusado de acostarme con ellos. Pues claro. Hay un momento en que estos chicos vienen de hogares destrozados y necesitan el cari?o de un padre, y han de combatir el miedo, o la enfermedad, teniendo a alguien cercano a quien acariciar, de quien recibir calor. En ese periodo de la vida de los ni?os, es cuando me necesitan, y me necesitan como un padre, no como un profesor. Esa ecuaci¨®n profesor-alumno ha sido una falacia: no ha sido jam¨¢s una relaci¨®n as¨ª, porque entonces s¨ª que hubiera sido morbosa. Ha sido una relaci¨®n de padre e hijo, de padre y de ni?o".
No es un ingenuo, ni podr¨ªa decirse que el suyo sea un car¨¢cter meloso. Dice palabrotas, niega permisos a los -chicos, y, al menos en el tiempo que estuvimos all¨ª, mim¨® con muchas cortapisas: a una muchacha le aconsej¨® que dejara de incordiar con la m¨¢quina de escribir, al peque?o de once a?os le dej¨® sin parada de autob¨²s, y a la que reclamaba una habitaci¨®n individual la remiti¨® al responsable del ¨¢rea.
En una de las atiborradas paredes de su despacho, que tambi¨¦n es su propio estudio de arquitectura, guarda un papel amarillo que acaso sea emblema de su preocupaci¨®n como educador: "Prometo al t¨ªo Alberto tratar de portarme como un buen ciudadano. ?scar". Debajo de la letra indecisa del muchacho, sin duda arrepentido de alguna travesura, la letra, un poco m¨¢s desparramada, de Alberto Mu?iz: "Prometo ayudar a ?scar a que cumpla su promesa. T¨ªo Alberto".
?Y por qu¨¦ este hombre, segundo de una familia numerosa m¨¢s bien acomodada, se meti¨® a redentor de ni?os dif¨ªciles, hijos de drogadictos y prostitutas, gente se?alada por la mala fortuna? "Como arquitecto, yo he ganado bastante dinero, y pienso que nadie puede ganar honradamente demasiado dinero. As¨ª que, hace poco m¨¢s de 20 a?os, decid¨ª revertir esas ganancias excesivas en el pueblo, y opt¨¦ por aquella parte. del pueblo m¨¢s desvalida, que es la que constituyen los ni?os". Alberto Mu?iz cree que sinti¨® desde peque?o "una forma precoz de sensibilidad social", que era la que le hac¨ªa preguntarle a su padre, en la posguerra, por qu¨¦ los fontaneros visten mal y son mal considerados. "Como no pod¨ªa ayudar a todo el mundo, pues me fij¨¦ en los ni?os, que es lo m¨¢s sincero del g¨¦nero humano. Eso no significa que los ni?os sean angelitos, porque hay ni?os muy malos, pero lo que s¨ª es seguro es que son de verdad".
Cuatro mil ni?os "de verdad" han pasado por la CEMU. Al principio, hab¨ªa 10. Alberto Mu?iz recuerda el nombre del primer alcalde, que se llamaba Jacinto Molina. Ese contacto con los muchachos no le ha cansado.
'El ni?o es un personaje que siempre ha estado presente en mi, y yo mismo soy un ni?o, y de muy corta edad. El ni?o, adem¨¢s permite ejercer mi ego¨ªsmo. Yo me quiero un mont¨®n, y esto que hago es ego¨ªsmo positivo, no nar cisismo. Para satisfacerlo, ayudo a los dem¨¢s. Y lo hago porque quiero levantarme cada d¨ªa, y porque s¨¦ que esa satisfacci¨®n que te da un ni?o reconstruido no me la da un cuadro hecho o un art¨ªculo o un libro".
Como ?scar, el personaje de El tambor de hojalata; de G¨¹nter Grass, Alberto Mu?iz se ha negado a crecer, pero, como alcanzar esa ilusi¨®n resulta imposible, el T¨ªo Alberto reproduce su ni?ez en los qu¨¦ le rodean. "Cuanto m¨¢s les conozco, m¨¢s quiero a los ni?os. No son, ya digo, angelitos, pero tienen algo que ha perdido el hombre, que gana en conocimientos, pero pierde en humanidad. A partir de los quince a?os, el hombre se agranda, pero se pierde. El ni?o, para m¨ª, es un hombre herido por la raz¨®n". "La raz¨®n", prosigue, "mata la fantas¨ªa, acaba con la fe. Yo, en ese sentido, me siento ni?o, y, m¨¢s que ni?o, estulto, porque no me cuesta trabajo".
Salvarlos a besos
Las suposiciones sobre la actitud de Alberto Mu?iz con los ni?os le han costado un proceso. ?C¨®mo era esa actitud, en realidad? "El adulto ha de ser, antes que nada, amigo del ni?o, y no ha de adoptar en demas¨ªa el papel del adulto. Ha de compartir secretos, complicidades. Con ellos, yo soy un cr¨ªo. Y, en esa actitud, yo tengo en cuenta qui¨¦nes son estos ni?os: hijos de alcoh¨®licos, de heroin¨®manos. No puedes ayudarles sin tratar de conocerles. A partir de ese conocimiento, estoy en condiciones de salvarles de una situaci¨®n desastrosa. Les salvo, y luego me critican porque no llegan a ser doctores o ingenieros. Esa sociedad que permite que los ni?os se mueran de indigencia no tiene derecho a acusarme a m¨ª porque los coma a besos o los salve a besos. Ellos necesitan sentirse protegidos, palpar a la persona amada. Esa sociedad que me afea esa actitud s¨ª es la que les condena a muerte".
Los ni?os traicionan. "No, los ni?os no traicionan", dice Alberto Mu?iz, que fue acusado por muchachos que estuvieron bajo su tutela. "Tampoco mienten, pero pueden no decir la verdad. Los adultos ad¨²lteros adulterados s¨ª que tienen intenciones mal¨¦volas. Los adultos s¨ª que pueden pasar por encima de mi cad¨¢ver y olvidarse de los ni?os que quedan atr¨¢s, pero los ni?os nunca hubieran hecho eso".
Alguna vez, durante el proceso, sinti¨® desfallecimiento, "porque los ataques que yo recib¨ª tambi¨¦n hirieron a los ni?os. Pero no me ha cambiado nada en esencia. He cambiado comportamientos y me he decidido a preocuparme m¨¢s de m¨ª. Voy a hacer mi estudio-isla con un retraso de 25 a?os, y voy a ensimismarme en una especie de autoexilio, que pudo ser mi exilio si la sentencia hubiera sido una condena. No puedo cambiar en lo profundo. Me he hecho, eso s¨ª, m¨¢s adulto, m¨¢s c¨ªnico; pero mi comportamiento con los ni?os es el mismo, porque as¨ª ellos se han curado. Y yo estoy aqu¨ª para construir seres humanos".
?C¨®mo ha tratado este pa¨ªs a Alberto Mu?iz, padre vocacional de miles de chicos, padre real de un muchacho de 18 a?os que vive en la CEMU, salvado por la justicia de una acusaci¨®n de corrupci¨®n de menores? "Pues c¨®mo me va tratar: mal, como a cualquier profeta".
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