Un desconocido cineasta malayo da una lecci¨®n de cine al famoso James Ivory
A. FERN?NDEZ SANTOS ENVIADO ESPECIAL Despu¨¦s de varias jornadas llenas de cine aparente, ayer lleg¨® por fin a la Mostra veneciana el cine de verdad. En la sesi¨®n de lujo se proyect¨® El se?or y la se?ora Bridge, un brillant¨ªsimo pero hueco filme de? estadounidense James Ivory, el famoso director de Una habitaci¨®n con vistas. Horas despu¨¦s, en la sesi¨®n de relleno, surgi¨® lo que se espera de un festival de esta especie: cine puro. No proced¨ªa de las grandes f¨¢bricas de im¨¢genes de Europa y Am¨¦rica, sino de Malasia. Su t¨ªtulo es El muro, y su director, el impronunciable Adoor Gopalakrishnan.
La confrontaci¨®n entre El se?or y la se?ora Bridge y El muro con virti¨® a la Mostra durante unas horas en un aut¨¦ntico festival de cine. El filme de Ivory es bonito y convincente, pero su contrincante malayo es una joya cinematogr¨¢fica -el a?o pasado el filme chino Ciudad doliente, fue el que gan¨® merecidamente el Le¨®n de Oro
La petulancia del Primer Mundo atest¨® hasta la bandera la sesi¨®n donde se proyect¨® la pel¨ªcula norteamericana, mientras la sesi¨®n donde se exhibi¨® la malaya ocurri¨® casi a sala vac¨ªa: dos o tres docenas de periodistas, que se quedaron boquiabiertos por el vapuleo que el Tercer Mundo asest¨® inesperadamente a quienes su desprecio les hizo desertar de una pantalla con im¨¢genes creadas por un intruso indio, un impertinente poblador del trasero del planeta, que osaba cotejar su humilde obra con la de un opulento occidental.
Centenares de periodistas, despu¨¦s del el¨¦ctrico boca a boca que corri¨® por el Lido tras la proyecci¨®n de El muro andan por ah¨ª, sonados y mendicantes, pidiendo para ellos una nueva proyecci¨®n de esta hermosa pel¨ªcula.
Vayamos por partes. El se?or y la se?ora Bridge se ve bien muy bien, como todas las pel¨ªculas dirigidas por Ivory. El contenido de sus im¨¢genes es solvente, delicado, primorosamente interpretado por Paul Newman y Joanne Woodward (que pueden optar con justicia al premio de interpretaci¨®n) y minuciosamente adornado por el incontestable buen gusto de Ivory para la reconstrucci¨®n de interiores de ¨¦poca, en esta ocasi¨®n la que preludi¨® a la II Guerra Mundial en el universo quieto y cerrado de la alta burgues¨ªa provinciana del sur de los Estados Unidos.
Todo este conjunto de preciosismos encubre en la nueva -como ocurr¨ªa en las anteriores- pel¨ªcula de este refinado cineasta a un, al parecer irremediable, vac¨ªo de fondo, un vac¨ªo adherido como una piel a la blanda sensibilidad de Ivory que es un cincasta epid¨¦rmico donde los haya, expert¨ªsimo en parecer m¨¢s de lo que realmente es.
Abrumador regusto
En este sentido, El se?or y la se?ora Bridge puede ser la m¨¢s equilibrada -de sus obras, pues pretende menos que las prece dentes y por consiguiente consigue m¨¢s que ellas. Pero en lapantalla persiste el abrumador regusto de Ivory hacia la c¨¢scara de los comportamientos, a falta de intensidad intelectual y emocional para saber penetrar en la m¨¦dula de estos.
El muro no s¨®lo est¨¢ en las ant¨ªpodas geogr¨¢ficas de El se?ory la se?ora Bridge, sino tambi¨¦n en sus ant¨ªpodas est¨¦ticas. No hay en ella ning¨²n preciosismo, ni el menor desperdicio de tiempo rilmico en dudosas elegancias meramente ornamentales. Va derecha al grano y, olvid¨¢ndose de la c¨¢scara, penetra con rectitud en esa zona medular de la vida humana a la que la sofisticada superficialidad de Ivory no tiene acceso. Y as¨ª, casi dando la sensaci¨®n de que no se propone nada, el cineasta malayo de nombre impronunciable conmueve las (¨²ltimamente muy desabastecidas) viejas ra¨ªces del asombro y la emoci¨®n.
He aqu¨ª (merece esta vez enunciarse) la historia. Estamos en la ¨¦poca en que Gandhi, en la India, era arrestado un d¨ªa s¨ª y el siguiente tambi¨¦n por la polic¨ªa colonial brit¨¢nica. Un joven poeta y escritor de cuentos (Basheer, totalmente ver¨ªdico) es arrestado por actividades antibrit¨¢nicas y encarcelado.
All¨ª encuentra a una veintena de presos pol¨ªticos con los que entabla una entra?able batalla de amistad y con ellos conforma un grupo humano api?ado, solidario, casi enamorado, cerrado sobre s¨ª mismo. Pasan los meses y a los presos les llega la noticia de una amnist¨ªa para todos, salvo para Basheer. Y este se queda solo, completamente solo en el gran caser¨®n cercado por un enorme muro gris. Busca nuevos amigos: una ardilla, un ¨¢rbol, las plantas del huerto carcelario, las bandadas de tordos que se cobijan en la cresta del gran muro en los d¨ªas de lluvia. Habla con ellos. Pero un d¨ªa, al otro lado del muro, una voz de mujer contesta a su soliloquio. Al otro lado del muro est¨¢ la c¨¢rcel de mujeres. Y se entabla un idilio del hombre con la voz que proviene del otro lado del muro. Un d¨ªa, y otro y otro.
Pasan meses. Y un d¨ªa llega otro anuncio: hay una nueva amnist¨ªa y Basheer est¨¢ por fin libre. El hombre se niega a salir de la c¨¢rcel. Comprende que a partir de ahora el mundo exterior ser¨¢ para ¨¦l otra prisi¨®n, pero est¨¢, sin salida, sin posible amnist¨ªa, el signo de una nueva condena infinitamente m¨¢s larga, la cadena perpetua de la falsa libertad.
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