Protocolo
Tengo la familia alborotada porque el mandam¨¢s de mi tierra se duele de que en los momentos importantes le .tomen por el mandamenos. La verdad es que un poco de raz¨®n s¨ª tiene. Para ciertos maestros de ceremonias y otros propios de? Gobierno central, el Estado de las autonom¨ªas no es m¨¢s que una especie de Club Mediterran¨¦e al que se va de vacaciones con los ilustres extranjeros y s¨®lo se espera de los capataces locales que preparen el rancho y paguen la m¨²sica. Llevan a?os llegando con el pro tocolo ah¨ª donde nunca osar¨ªan llegar con la punta de la Constituci¨®n. Pasan pont¨ªfices y figurones de la mano de la nurse centralista y al final ya no se sabe si los presidentes de las comunidades a los que la gente ha votado son algo as¨ª como acomoda ,dores sin luces o pajilleras sin ganas o gobernadores civiles sin civiliza ,ji¨®n. Y, la verdad, para esos viajes no hac¨ªan falta alforjas parlamenta rias ni llenarse la boca con emociones estatutarias ni otras ficciones auton¨®micas. Tambi¨¦n es cierto que el mandam¨¢s de mi tierra tiene la piel muy fina cuando le apean de la foto y no pierde ocasi¨®n para decir que todos los cachetes que le dan a ¨¦l los recibimos en nuestras mejillas. Y as¨ª vamos todos, con la cara amoratada, dispuestos a vengar la afrenta en el mejor de los casos con el voto, que es lo ¨²nico que calma la llantina. Vamos, que esta semana el jefe se nos ha resfriado y por lo visto nos toca toser a todos. Pero con tanto protocolo de sal¨®n a veces se olvida tambi¨¦n el peque?o protocolo de la vida cotidiana. Cerca de Barcelona llevamos una semana de intifada entre los vecinos de un barrio que no quieren tener cerca a otros vecinos m¨¢s oscuros. Hay gente hospitalizada, un barrio devastado y tiros de rifle que cruzan la noche contra los polic¨ªas. Esta gente tambi¨¦n querr¨ªa protocolo. Pero estamos tan preocupados con los salones que nos olvidamos demasiado a menudo de las calles. Y el mandam¨¢s de mi tierra, sin abrir la boca.
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