La moda de los museos
Tras los militantes y comprometidos a?os setenta hubo de llegar el desencanto, y as¨ª se produjo en los ochenta una retirada hacia el seguro refugio de la privacidad. Ello supuso en lo econ¨®mico el rearme del capitalismo; en lo pol¨ªtico, la desmovilizaci¨®n ciudadana, y en lo cultural, el renacimiento de las tecnolog¨ªas del yo, representadas por el triunfo absoluto de la novela y la televisi¨®n, que se impusieron como suprema expresi¨®n del ensimismamiento privado. Pues bien, todo parece indicar que en los noventa el panorama ya est¨¢ cambiando, como prueba la resurrecci¨®n de los museos, que no hace mucho hubiera parecido tan sorprendente como la de los dinosaurios.Si los antiguos museos se ganaban a pulso su bien merecida fama de mausoleos del aburrimiento, los actuales, por el contrario, est¨¢n comenzando a resultar excitantes y provocativos, sin dejarnos permanecer ni un momento indiferentes ante ellos.
Esto ha supuesto un acercamiento del museo al teatro, es decir, a su consideraci¨®n como escenario p¨²blico donde se representa un espectacular acontecimiento festivo: una funci¨®n expresiva capaz de afectar e impresionar la sensibilidad del p¨²blico.
Ir al museo ya no es tanto querer aprender o cultivarse como desear participar en un espacio p¨²blico donde lo que se celebra, en definitiva, es la propia exhibici¨®n del p¨²blico expectante, que se admira de su misma congregaci¨®n. Por ello, el renacimiento de la afici¨®n a los museos debe ser asociado al resto de fen¨®menos emparentados (la man¨ªa del culto a la ¨®pera o el entusiasmo por los fastos deportivos), que parecen probar un decidido regreso al inter¨¦s por lo p¨²blico y colectivo (tras el pasado retraimiento privatizador), manifestado por la asistencia expectante a toda ceremonia festiva, escenogr¨¢fica o espectacular.
En efecto, anta?o la gente participaba en los espacios mediante algunos h¨¢bitos institucionalizados: ir a la iglesia, pasear o ir al cine. Luego, el v¨ªdeo y la televisi¨®n, como las m¨¢s potentes tecnolog¨ªas del yo, mataron aquellos rituales colectivos. Sin embargo, tras la resaca dejada por la privatizadora embriaguez de la televisi¨®n, el hambre y la sed de participar activamente en espacios p¨²blicos y colectivos vuelve a acuciar al p¨²blico de nuevo.
Pero, claro est¨¢, ya no se puede regresar a aquellas ceremonias de anta?o, pues los cines, las iglesias y los paseos hace tiempo que se cerraron. En consecuencia, han debido abrirse nuevos espacios p¨²blicos de encuentro colectivo, cada vez m¨¢s espectaculares, llamativos y modernos.
'Neobarroco'
Semejante cultura del espect¨¢culo ha sido llamada neobarroco por la casta intelectual italiana, o nuevo tribalismo por el escolasticismo franc¨¦s, y puede ser tambi¨¦n interpretada en el sentido de la revoluci¨®n silenciosa de Ronald Inglehart, como cambio cultural hacia el predominio de los valores expresivos (basados en la participaci¨®n p¨²blica) sobre los instrumentales (basados en la defensa de intereses). Pero tambi¨¦n puede ser una muestra del reencantamiento del mundo, advertido por Gellner tras la culminaci¨®n definitiva del proceso de secularizaci¨®n.En efecto, los museos son iglesias laicas, templos racionalistas, bas¨ªlicas seculares y santuarios intelectuales, donde la participaci¨®n p¨²blica en la fiesta colectiva que anta?o proporcionaba la asistencia a las funciones religiosas ha sido sustituida por el fervor expectante de asistir a otras funciones m¨¢s sagradas (por cuanto el arte y la ciencia son la religi¨®n de la modernidad), pero menos oscurantistas.
En este sentido, los museos ilustran e iluminan la memoria del pasado en lugar de cegarla y enmudecerla, como hac¨ªan las iglesias.
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