Pararse en el tiempo
He dudado en contestar al art¨ªculo de Pere Sol¨¢-Gussiye Utilizaci¨®n simb¨®lica, r¨¦plica a su vez al que con el t¨ªtulo ?De nuevo el mito Ferrer? publiqu¨¦ estas mismas columnas el pasado 9 de noviembre. Porque tan due?o es el se?or Sol¨¢-Gussiyer como yo de mantener ideas u opiniones sobre la figura de Francisco Ferrer y sobre cuanto represent¨® en su tiempo. Adem¨¢s, el se?or Sol¨¢-Gussiyer no puede ser m¨¢s gentil conmigo: recuerda mis a?os de catedr¨¢tico en Barcelona, hace m¨¢s de un cuarto de siglo, y califica de "preciosas y concretas" mis lecciones universitarias. Supongo que fue alumno m¨ªo, y lamento no recordarlo: fueron miles los que pasaron por mi aula en aquella ¨¦poca.Sin embargo, lamentar¨ªa que quien leyese su art¨ªculo -sin haber le¨ªdo el m¨ªo- pudiera hacerse una falsa idea de mi aut¨¦ntica actitud, no ya como historiador, sino como persona, al enjuiciar de nuevo el caso Ferrer. El se?or Sol¨¢-Gussiyer dice que al reproducir "sin fundamentos un estereotipo de la figura y obra del creador y propagandista de la escuela moderna" contradigo mi "admirado magisterio de all¨¢ por los a?os sesenta". Pero yo no he variado mis criterios de entonces en lo m¨¢s m¨ªnimo; me remito a mi libro Alfonso XIII y la crisis de la Restauraci¨®n, publicado en Barcelona en 1969 y reeditado en Madrid en 1979. Ocurre simplemente que cuando uno mantiene una dif¨ªcil postura de centro -esto es, una postura guiada por el af¨¢n de entender la verdad de unos y de otros, aun sin identificar esas verdades parciales con la Verdad ¨²nica- tropieza con un hecho inevitable: mientras vive contra corriente en una situaci¨®n de ultraderecha maniquea (tal la espa?ola de aquel tiempo), su propia imagen se dise?a como la de un izquierdista peligroso. Y cuando esa misma postura de centro sigue manteni¨¦ndose en una situaci¨®n de izquierda (o de divine gauche) empieza a aparecer como un derechista o un conservador despreciable. La verdad es que yo no he cambiado: ha cambiado mi entorno.
Tampoco me molesta que me tachen de conservador: creo que hay cosas que conviene conservar siempre; la cuesti¨®n est¨¢ en decidir qu¨¦ cosas hay que conservar; pienso que pocas, pero muy importantes -de aqu¨ª que no pueda comulgar con lo de "hay que destruirlo todo"-. Saliendo al paso de tina posible calificaci¨®n de reaccionario escrib¨ª ya en el pr¨®logo Alfonso XIII.- "El estudio detenido de los hechos y la contrastaci¨®n de pareceres me ha llevado a convicciones muy firmes, que me limitar¨¦ a exponer con la m¨¢xima claridad y sinceridad al lector, a sabiendas de que ello me acarrear¨¢ una segura fama de reaccionario. Lo cual, dicho sea de paso, me es, desde luego, indiferente, porque siempre me ha preocupado, m¨¢s que la opini¨®n adversa o favorable de los dem¨¢s, la paz de mi propia conciencia -de m¨ª propia conciencia de historiador- En este sentido, me enorgullezco de tenerme por reaccionario: he reaccionado siempre contra lo que considero injusto y arbitrario, ya venga la injusticia o la arbitrariedad de la izquierda o de la derecha; he reaccionado siempre contra todo aquello que pretenda encasillarme, priv¨¢ndome de criterio, sustituyendo el raciocinio libre por la forzada consigna, y despu¨¦s de esto ser¨ªa demasiado pedir que miraran sin desconfianza -sin hostilidad al menos- las irreconciliables parcialidades de nuestro inc¨®modo presente, herederas directas de aquellas otras en que naufrag¨® la Espa?a de Alfonso XIII. Estoy, pues, desde ese punto de vista, muy bien avenido con el papel de polarizador de fuegos cruzados". No tengo el menor inconveniente en repetir este texto ahora.
Por eso debo aclarar algunas cosas al se?or Sol¨¢-Gussiyer, el cual evidentemente se confunde al decir que estoy "m¨¢s preocupado en exonerar a Maura y en hacer el paneg¨ªrico de la monarqu¨ªa alfonsina que en restablecer la complicidad de la historia". No he sido nunca maurista.
De Maura admiro su ¨¦poca de la revoluci¨®n desde arriba. Pero siempre he dicho -y repito- que err¨® en 1909: en la manera de atender al conflicto de Melilla, movilizando a los reservistas, y en la manera de liquidar la Semana Tr¨¢gica. El se?or Sol¨¢-Gussiyer deb¨ªa haber le¨ªdo con calma lo que digo en mi art¨ªculo: "La represi¨®n subsiguiente le convirti¨® [a Ferrer] en cabeza de turco; su ejecuci¨®n, seg¨²n procedimiento sumar¨ªsimo aplicado por un tribunal militar, result¨®, adem¨¢s de injusta, contraproducente: vino a echar le?a al fuego cuando ¨¦ste parec¨ªa ya apagado. Porque era, de una parte, consecuencia de una pol¨¦mica ley anterior -la ley de jurisdicciones-que hab¨ªa venido a romper la tradici¨®n civilista de C¨¢novas, y supon¨ªa, por otra, el intento de fulminar a un s¨ªmbolo, y un s¨ªmbolo no puede ser fulminado con una descarga de fusiler¨ªa".
Lo repito ahora: el juicio contra Ferrer no puede ser aceptable nunca. A?adir¨¦ algo m¨¢s: aunque no hubiera sido una arbitrariedad, aunque se hubiera ajustado a derecho, yo no hubiera podido aplaudir esa condena, porque siempre he sido adverso -tajantemente adverso- a la pena de muerte. Que quede muy claro.
El exabrupto de Unamuno -dando por bueno el fusilamiento- responde evidentemente a otro punto de vista. Cierto que se trata de una reacci¨®n visceral que responde espont¨¢neamente a lo que estaba oyendo y viviendo, La rectificaci¨®n posterior obedeci¨® a otras circunstancias. De modo que no creo que pueda considerarse que anulaba la primera actitud. Por lo dem¨¢s, de sobra es conocida la irritante tendencia del parad¨®jico don Miguel a contra decirse una vez y otra: sobran los ejemplos. El ir contra esto y aquello defin¨ªa a Unamuno. Pero en cada momento dec¨ªa lo que dec¨ªa. Y ah¨ª quedaban sus palabras. (?Cu¨¢ndo resultaba m¨¢s aut¨¦ntico?)
En fin, insisto en que estoy dispuesto a admitir que no se puede justificar la represi¨®n mauro-ciervista de 1909; yo no la justifico. Pero de ah¨ª a sublimar como s¨ªmbolo a aquel "pedante de estrechas miras", seg¨²n la expresi¨®n de Brenan, que no era ning¨²n conservador, va un mundo. El mismo se?or Sol¨¢-Gussiyer reconoce que la "apropiaci¨®n que la izquierda posibilista e institucional" hace de Ferrer supone un reduccionismo consistente "en iluminar el aspecto librepensador del fundador de la escuela moderna e ignorar totalmente otras facetas, como su condici¨®n de animador del proyecto anarcocomunista ib¨¦rico de principios de siglo". ?Es ese proyecto el que aplaude el se?or Sol¨¢-Gussiyer? Del anarquismo, vocaci¨®n visceral larvada en muchos espa?oles -que son anarquistas sin saberlo cada vez que repiten que "no quieren saber nada de pol¨ªtica" o que son "apol¨ªticos"-, hay que reconocer que se trata de una ideolog¨ªa perteneciente a cierta galaxia muy alejada, por fortuna, de aquella en que se mueven pol¨ªtica y sociedad en nuestro siglo XX, al menos en los pa¨ªses m¨¢s desarrollados. Del comunismo... Bueno, me parece que no es preciso hablar a estas alturas: basta con echar una mirada hacia la Europa del Este.
Ferrer, como pedagogo, no daba para una estatua. El simbolismo del monumento de Barcelona va por otros caminos: obsoletos, en cuanto que ya no conducen a ninguna parte.
Hubo, s¨ª, un lapsus en mi art¨ªculo: daba por proyecto lo que la era una realidad. Lo lamento. Lamento dos cosas: el lapsus, el hecho de que sea realidad lo que no debi¨® pasar nunca de mal aconsejado proyecto. ?Eso s¨ª que es pararse en el tiempo!
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