El concierto m¨¢s grande
Carlo Maria Giulini dirigi¨® el lunes en el Palau de Valencia un concierto que podr¨ªa considerarse como el m¨¢s grande celebrado en el auditorio de la ciudad. Su versi¨®n de la Sinfon¨ªa Pastoral permanecer¨¢ como un hito que dif¨ªcilmente podr¨¢ repetirse.
La compenetraci¨®n entre el maestro Giulini y la Orquesta Filarm¨®nica de la Scala de Mil¨¢n es tan grande, que alcanza a obviar una calidad orquestal s¨®lo relativa. La agrupaci¨®n milanesa, expert¨ªsima en el foso oper¨ªstico, no puede medirse, por el nivel real de sus diferentes secciones, con formaciones como las filarm¨®nicas de Berl¨ªn o Viena. No importa. Bajo la mirada amorosa de Giulini, los m¨²sicos de la Scala operaron el milagro de una Pastoral beethoviana que marca una referencia en la interpretaci¨®n de esta obra. La planificaci¨®n din¨¢mica, la proporci¨®n del tempo musical, el modelado del frasco, la tensi¨®n ag¨®nica, la direccionalidad del discurso sonoro, todo ello tiende en Glulini hacia una presencia metaf¨ªsica: la del reencuentro del hombre con su propia y doble naturaleza. El himno de acci¨®n de gracias con que culmina esta Pastoral tiene, en el pensamiento de Glulini, la dimensi¨®n de abrazo universal a la Humanidad.
La mano izquierda de Glulini apaga la sonoridad orquestal, la impulsa con un gesto m¨ªnimo y controla el equilibrio de los planos sonoros. Estimula, de modo caracter¨ªstico, la presencia de la cuerda y jam¨¢s es acuciante para el metal y la percusi¨®n. Su batuta articula, pero no martillea. De ah¨ª lo recortado de su gama din¨¢mica en el fort¨ªssimo, si se la compara con lo que hacen los directores poskaralanianos.
Si la Pastoral fue una cumbre, la S¨¦ptima beethoveniana represento un ejercicio de sabidur¨ªa, quiz¨¢ no tan imprescindible. Al final Glulini, feliz, fue aclamado por un p¨²blico seducido.
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