El mediador
Si la guerra del Golfo se desencadena en 1991, a?o de la suerte capic¨²a, este horror prefabricado va a tener al menos la ventaja de que el recuento de muertos de un bando y otro pueda hacerse leyendo indistintamente las cifras de derecha a izquierda o al rev¨¦s.En espera del primer disparo, el Vaticano, temeroso de pasar a los anales de la historia con las manos tan limpias como Pilatos, muestra una gran preocupaci¨®n. Asomado a su balc¨®n, el Papa ha dicho que la guerra es una aventura sin retorno, afirmaci¨®n muy exacta cuando imaginamos los miles de v¨ªctimas que caer¨¢n acribilladas sin poder volver jam¨¢s del frente. Pero ?cu¨¢ndo y en qu¨¦ t¨¦rminos ha condenado el Pont¨ªfice la agresi¨®n iraqu¨ª contra Kuwait? ?Cu¨¢ndo y en, qu¨¦ t¨¦rminos el pastor pol¨ªgloto ha expresado repulsa por la condena a muerte dictada por un l¨ªder religioso contra un escritor supuestamente blasfemo? Qu¨¦ justificaci¨®n puede dar de sus silencios, como no sea la triste conclusi¨®n de que quien calla otorga? ?O tal vez insin¨²a que s¨®lo es sensato opinar sobre determinados abusos cuando ha desaparecido el peligro de sus represalias? Con buena voluntad, pero tambi¨¦n con oportunismo mal disimulado, el cardenal Casaroli se muestra atormentado por el dilema de si es posible sacrificar la justicia en aras de la paz, y cuya respuesta juzga dificil¨ªsima. En unas declaraciones recientes a?ade que el Vaticano se siente enormemente pesimista por el giro que han tomado los acontecimientos en el Golfo. Alguien de prestigio, con independencia y credibilidad -dice Casaroli-, debe mediar en el conflicto. Pero ya es tarde. Durante cuatro largos meses, estas voces hoy tan afligidas callaron mientras la maquinaria b¨¦lica rug¨ªa prepar¨¢ndose para la destrucci¨®n. Lo ¨²nico que ahora pueden hacer estos santos varones es taparse los o¨ªdos con algod¨®n y guardar silencio de rodillas.
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