Juliette Gr¨¦co
Par¨ªs recupera una leyenda
Par¨ªs acaba de recuperar una de sus leyendas. En la noche del pasado martes, tras siete a?os de ausencia de los escenarios parisienses, Juliette Gr¨¦co reapareci¨® en la sala Olympia. Je suis comme je suis (Yo soy como soy), cantaba con insolencia Gr¨¦co en los a?os cincuenta, cuando era la musa de una generaci¨®n intelectual que beb¨ªa a tragos la libertad. A sus sesenta y pocos a?os, la amiga de Jacques Prevert, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Boris Vian y Raymond Queneau, la dama vestida de negro de la canci¨®n francesa, sigue siendo Gr¨¦co."Desde hace 40 a?os", dice Gr¨¦co, "canto las mismas canciones, y no es por nostalgia. Es que no me canso de hacerlas revivir. Una buena canci¨®n, como un buen cuadro o un buen libro, no envejece nunca". Ella tampoco ha envejecido: la Gr¨¦co del Olympia es una mujer bella y delgada, vestida con un elegante traje sastre en cuyo ojal destaca la Legi¨®n de Honor, una condecoraci¨®n que dice llevar como "una flor de sangre en recuerdo de los sufrimientos de mi madre, deportada por los nazis".
Gr¨¦co es feliz. Hace dos a?os se cas¨® con su pianista, que lo hab¨ªa sido de Jacques Brel, y cuando habla de su nieta se enternece como todas las abuelas. "No es una tara ser abuela", protesta la cantante. No lo es, en efecto. Pero serlo y seguir cantando Deshabillez-moi (Desn¨²dadme) tiene mucho m¨¦rito.
Hubo un tiempo en que Gr¨¦co fue la reina de las noches de Saint-Germain-des-Pr¨¦s. Fue la ¨¦poca del existencialismo, cuando poetas y fil¨®sofos iban con sus textos rezumantes de tinta a las ahumadas cavas de la RiveGauche a beber hasta caerse a pedazos y escuchar a Miles Davis y Juliette Gr¨¦co. En aquel tiempo, Bor¨ªs Vian tocaba la trompeta en los s¨®tanos del n¨²mero 33 de la Rue Dauphine, el cabar¨¦ Tabou, y en ese mismo antro cantaba Gr¨¦co. No lejos, en el Caf¨¦ de Flore, se juntaban cada noche un par de docenas de intelectuales de prestigio universal, todos peleados entre s¨ª.
Sartre, Camus, Vian y los otros estaban fascinados por la belleza andr¨®gina y la voz caliente de aquella mujer delgada, de ojos grandes, oscuros y profundos y rostro palid¨ªsimo. Gr¨¦co, libre, ir¨®nica, distante y sincera hasta la brutalidad, encarnaba el ideal existencialista de la mujer fatal: una dama elegante y canalla, siempre misteriosa. Sus admiradores la emparentaban con Marlene Dietrich.
Desde 1983, Gr¨¦co no aparec¨ªa en los escenarios parisienses. Y, sin embargo, no se hab¨ªa retirado. La cantante efectuaba giras por Europa y Jap¨®n, donde era recibida como el s¨ªmbolo viviente de lo que se entiende por canci¨®n francesa: textos po¨¦ticos y m¨¢s bien tristones y melod¨ªas refinadas y l¨¢nguidas.
Su actual resurrecci¨®n en Par¨ªs es espectacular. Un ¨¢lbum de discos compactos recoge 150 de sus canciones; una emisi¨®n televisiva de cuatro horas de duraci¨®n recuerda su vida, y, como para probar que no se ha quedado atada a un pasado f¨¦rtil, Gr¨¦co canta en el Olympla no s¨®lo sus temas cl¨¢sicos -Deshabillez-moi, Je hais les dimanches, Les feuilles mortes, Si tu t'imagines-, sino tambi¨¦n algunos nuevos.
La edad le ha dado a Gr¨¦co un aire de seguridad. En realidad, dice ella, sigue siendo "completamente fr¨¢gil". No obstante, la cantante agradece al paso del tiempo haberle limado algunas de sus asperezas juveniles. "Ahora", dice, "soy m¨¢s dulce y m¨¢s tolerante, m¨¢s generosa y m¨¢s abierta, ferozmente familiar". Su gran inquietud es la guerra que se avecina. "Yo he vivido una guerra y, no quiero que mi nieta conozca lo mismo. ?Por qu¨¦ los hombres siguen autoexcit¨¢ndose jugando a los poderosos?".
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