Tel Aviv, hora punta
Masiva huida de la ciudad en autom¨®vil por temor a los misiles
PERU EGURBIDE ENVIADO ESPECIAL Primero est¨¢ la impresi¨®n de verte bloqueado en una calle semidesierta. Las puertas de la Universidad de Tel Aviv se han cerrado a tus espaldas. La ciudad queda lejos, hacia abajo, se acerca la noche y el taxi a Jerusal¨¦n, pedido por tel¨¦fono, lleva 20 minutos de retraso.
"?Andar y coger un taxi en el centro? No lo encontrar¨¢, ?no ve que todo el mundo quiere irse al mismo tiempo? Es mejor que espere al suyo". El consejo es de un hombre que conduce una furgoneta, probablemente de una empresa de limpiezas. Habla franc¨¦s y se presta a hacer de int¨¦rprete con el portero de la universidad, porque parece prudente tantear la disposici¨®n del conserje a prestar refugio, si llegara el caso. No hay problema. El gesto del portero es suficientemente expresivo.
Pero el taxi llega. En cinco minutos, aborda la autov¨ªa de Jerusal¨¦n y, en uno m¨¢s, se encuentra el gran tap¨®n. De cuatro en fondo, sobre s¨®lo dos carriles, la masa de coches parados llega hasta el horizonte.
El taxista coge el arc¨¦n, toma la primera salida y subehasta una rotonda donde el panorama es el mismo. Coches por doquier, sobre el puente que cruza la autov¨ªa sobre una calle paralela, en todas direcciones. El taxista pone la radio, hay noticias, y regresa a la autov¨ªa para coger la salida siguiente. No adelanta nada. El tap¨®n es omnipresente.
"Esto es p¨¢nico"
Pasamos junto a una zona afectada por los bombardeos de estos d¨ªas y bajo un letrero que indica Haifa. Quiere salir por donde sea y ya no es posible saber si va hacia el Sur o hacie el Norte.
Al volante del coche parado a nuestra izquierda, una mujer con expresi¨®n aguile?a se cepilla sin cesar los dientes. Veinte minutos m¨¢s tarde, y s¨®lo 100 metros m¨¢s lejos, la mujer sigue cepill¨¢ndose. Debe tener las enc¨ªas de estropajo. Queda el recurso de imbuirse de resignaci¨®n oriental y, quiz¨¢s, descabezar un sue?o. Pero el taxista, un joven de veintipocos a?os, se empe?a en ganar palmos in¨²tiles de terreno, acelerando por la cuneta o atajando por las gasolineras que hay en el camino."Esto es p¨¢nico", dice en un momento, cabreado por la masa que bloquea cada noche las salidas de Tel Aviv, huyendo de los bombardeos. En vallas y autobuses, hay grandes carteles con la imagen de Sadam Husein. Uno se entiende perfectamente, porque va adornado con un dedo enhiesto.
Salir a las seis de la tarde ayer de Tel Aviv, una ciudad de 350.000 habitantes, requiri¨® m¨¢s de una hora. Normalmente, el viaje en coche de Tel Aviv a Jerusal¨¦n dura entre 45 y 60 minutos.
La cabeza calcula instintivamente -"hoy es la hora del bombardeo de antes de ayer, si pasa algo en estas circunstancias las escenas de histeria pueden ser colosales"- cuando el taxi toma la autov¨ªa en la buena direcci¨®n. El tr¨¢fico es ya m¨¢s fluido, pero tambi¨¦n m¨¢s peligroso. Todos juegan con el cambio de luces, como si el de delante les negara una posibilidad de paso que no existe. La cabeza recuerda instintivamente que m¨¢s cornadas que.los misiles iraqu¨ªes dan los coches. Y constata que nunca el Sur pqreci¨® tan lejano y deseable para tanta gente.
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