Cuatro iraqu¨ªes se rinden, a los periodistas
Una octavilla lanzada por los aviones norteamericanos, "santo y se?a" de los desertores
Los cuatro hombres dejaron de andar y uno de ellos extendi¨® la mano y mir¨® interrogante a su compa?eros. Conduc¨ªamos por el desierto al amanecer cuando atisbamos a unos hombres con uniforme verde oliva. Pensamos que eran soldados sirios. Dos de ellos llevaban rifles sobre sus espaldas y una mochila. De repente, dos de ellos mostraron unas peque?as hojas de papel. Comprendimos que eran iraqu¨ªes que se rend¨ªan.
Mis colegas -la fot¨®grafo Isabel Ellson; Ed Barnes y Tony O'Brien, de la revista Life- y yo no sab¨ªamos qu¨¦ hacer, ni cuando les divisamos ni al entender sus intenciones.Hab¨ªamos visto los panfletos que la aviaci¨®n estadounidense esparce por el desierto, que animan a los iraqu¨ªes a cruzar la frontera y rendirse, utilizando las octavillas como santo y sena. No hab¨ªa nada ni nadie en el desierto en ninguna direcci¨®n, excepto unos terramplenes, a unos tres kil¨®metros, que marcan la frontera entre Kuwait y Arabia Saud¨ª.
Paramos el todo-terreno y nos bajamos: "?Iraqu¨ªes?", preguntamos. "Iraqu¨ªes", dijeron al un¨ªsono. Les saludamos en ¨¢rabe y nos dimos la mano. Les ofrecimos cigarrillos, nos presentamos y les dijimos que les llevar¨ªamos hasta las posiciones de la coalici¨®n.
Cuando subieron al veh¨ªculo uno de ellos dijo: "Estamos acabados, Sadam est¨¢ acabado". Musa, Mohamed, Abu Wahed y Jaled, todos cabos, ten¨ªan la expresi¨®n deprimida y acobardada de los vencidos. Sus uniformes estaban sucios y ra¨ªdos; las botas, rajadas y desgastadas. Sin afeitar, hambrientos y exhaustos.
En la mochila hab¨ªa pedazos de pan, una peque?a lata de zumo de fruta y una botella de agua. Uno de ellos me di¨® sus prism¨¢ticos: "Un regalo, para ti". Regresamos hacia una unidad de fuerzas especiales, donde sab¨ªamos que hab¨ªa traductores. Los cuatro soldados empezaron a ponerse nerviosos. Nos dimos cuenta entonces de que no les hab¨ªamos desarmado.
Sopa y cigarrillos
Soldados egipcios salieron de sus tiendas y rodearon nuestro veh¨ªculo, cargando sus armas. Cogieron los kalashnikov, las granadas de mano y la munici¨®n de los cuatro hombres y les registraron. Les llevaron a la tienda del coronel, donde les dieron sopa y cigarrillos. Una vez sentados en camastros, los cuatro se relajaron y comenzaron a explicar c¨®mo hab¨ªan abandonado sus trincheras.
Antes de partir hab¨ªan soportado los bombardeos durante d¨ªas, escondidos en las fortificaciones. Hab¨ªan le¨ªdo las octavillas y pensaron que si cruzaban la frontera estar¨ªan a salvo. "Sab¨ªamos c¨®mo es Arabia Saud¨ª y que son ¨¢rabes, como nosotros, buena gente, y que nos recoger¨ªan y nos dar¨ªan comida", dijo uno de ellos.
"Est¨¢bamos juntos en una trinchera, as¨ª que esperamos que cayesen las bombas y que se fuesen los aviones", a?adi¨® uno de los prisioneros. Sus oficiales les hab¨ªan dicho que el enemigo les disparar¨ªan y que las octavillas estaban impregnadas con veneno.
Abandonaron su posici¨®n a loas ocho de la tarde del martes, dos horas despu¨¦s del crep¨²sculo, y caminaron toda la noche. "And¨¢bamos y nos escond¨ªamos, and¨¢bamos y nos escond¨ªamos", dec¨ªa uno de ellos como una letan¨ªa.
Tuvieron que cruzar campos de minas, pero sab¨ªan donde estaban colocadas. "Minas detr¨¢s de nosotros, alrededor, minas en todas partes", dec¨ªa Musa. Las minas parec¨ªan estar colocadas para prevenir que los soldados iraqu¨ªes desertasen o para que no pudiesen retroceder.
Los cuatro iraqu¨ªes tambi¨¦n sab¨ªan que, si eran descubiertos por otros soldados iraqu¨ªes, les disparar¨ªan. "Si alguien camina durante la noche o intenta cruzar, disparan", dec¨ªa uno de ellos.
Por la noche la l¨ªnea de frente est¨¢ iluminada por bengalas que arrojan los aviones de la coalici¨®n multinacional y la artiller¨ªa iraqu¨ª para localizar cualquier se?al de movimiento.
Jaled dijo que no hab¨ªan hu¨ªdo antes por la intensidad de los bombardeos. "Todos quer¨ªan irse, como nosotros... cuando empez¨® el ataque a¨¦reo, todos quer¨ªan rendirse", dijo lanzando sus brazos al aire. Finalmente, el coronel egipcio les llev¨® fuera de la tienda y subieron a un cami¨®n del ej¨¦rcito. Nos estrechamos las manos y nos deseamos suerte. Les pregunt¨¦ c¨®mo se sent¨ªan por haber sido capturados por periodistas. Abu Wahed contest¨®: "Estamos contentos, pero cuando te divis¨¦ r¨¢pidamente pens¨¦ que eras de una patrulla iraqu¨ª y dije 'r¨¢pido, dame la metralleta', pero entonces vi que el todo-terreno no era iraqu¨ª". Y Abu Wahed me di¨® las gracias.
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