Con cien ojos
Son dos especies muy particulares en el mundo de la vigilancia. La joven Ana vela por la integridad de las obras hospedadas en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sof¨ªa, y Aurelio ingres¨® en el cuerpo de vigilantes del Ministerio de Asuntos Exteriores tras dejar, por la edad, las Fuerzas Armadas.
Desde su puesto de vigilante de sala en el Reina Sof¨ªa, Ana Dargel ha podido comprobar c¨®mo un bronce bien moldeado incita al manoseo. Sin graves incidentes en su todav¨ªa corto historial, la primera vez que tuvo que ejercer como longividente se sinti¨® "sola ante el peligro. Fue en una sala que nosotros llamamos el grano, porque est¨¢ como adherida al edificio. Un lugar donde s¨®lo caben nueve o diez obras. Pas¨¦ la tarde entera observando los cuadros, uno a uno, como si de repente alguno pudiera desaparecer".Para colmo, no repar¨® en lo extenuante que pod¨ªa llegar a ser toda una jornada de vigilia oteando encaramada en seis cent¨ªmetros de tac¨®n. "Al llegar a casa no pod¨ªa plantar un pie en el suelo. S¨®lo vestimos el uniforme azul en las inauguraciones. A diario vamos c¨®modas, pero presentables.
"Por ejemplo", bromea, "con demasiada minifalda no te puedes sentar en el taburete".
Ana es una de las 60 personas contratadas directamente por el museo para vigilancia de salas, "aunque podemos estar tambi¨¦n en las taquillas o ascensores... Resulta un poco mon¨®tono subir y bajar, subir y bajar, y se pasa mucho fr¨ªo. Los primeros d¨ªas era divertido ver la ilusi¨®n de la gente por los miradores transparentes". Desde all¨ª, Ana pod¨ªa observar el atardecer madrile?o de una plaza, la de Atocha, que por fin recuperaba su horizonte. Ahora compite en eficacia con los 4.000 sensores conectados con la consola central que hacen del Reina Sof¨ªa un edificio inteligente.
Ni el m¨¢s leve roce
Cabr¨ªa pensar que esa tarea visual es la ¨²nica que realiza Ana Dargel. "Nuestra funci¨®n es disuasona. Procuramos que nadie toque las obras, que ni las rocen tan siquiera con el bolso, que los padres lleven a los ni?os de la mano. No llevamos armas, y las charlas con el p¨²blico, especialmente estudiantes, te ayudan a romper la monoton¨ªa". Aunque se reconoce una profana en la materia, esa convivencia de lujo con lo que un d¨ªa estuviera en las manos de Picasso, Renoir, Van Gogh o Dal¨ª -sus favoritos- le ha incuicado un profundo respeto por el arte.Por su parte, Aurello Romero ha sido vigilante jurado durante 11 a?os, y hasta hace s¨®lo un par de meses. Se trata de un jubilado por partida doble, ya que al retirarse de su puesto en las Fuerzas Armadas "me sent¨ª demasiado joven para quedarme en casa, y fui contratado directamente por Asuntos Exteriores. A pesar de su buena forma, sabe lo mucho que cuenta la edad en un trabajo donde adem¨¢s de una vista de lince puede usarse la fuerza. "A los vigilantes j¨®venes los veo demasiado impulsivos. ?En un banco? Tampoco estaba yo para esos trotes. En el ministerio ¨ªbamos armados, pero la mayor¨ªa de las veces ayud¨¢bamos a los ordenanzas". Aun as¨ª, Aurelio recuerda que tuvo que persuadir a los espont¨¢neos que se dirigen sin m¨¢s hasta el despacho del ministro para pedirle cuentas. Las amenazas de bomba y los paquetes sospechosos eran el otro pan, de cada d¨ªa".
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