Qu¨¦ ser¨¢
Es una pena que el conflicto agudo rampante me pille mayor, y el posconflicto, ya ni les cuento, porque ardo en deseos de conocer c¨®mo va a ser ese orden nuevo que Jorge el predicador nos promete desde lo alto de su p¨²lpito urbi et orbi. Por ejemplo -ya que el inicio del ataque terrestre me cogi¨® en Italia-, es de esperar que el Gobierno italiano, tan alegremente embarcado en la sangrienta aventura, cuando se instaure el nuevo orden le pedir¨¢ a Bush una manita para que le ayude a deshacerse de la Mafia y otras sucursales: amor con amor se paga. Claro que, en alguna medida, ello equivaldr¨ªa a desmantelar el propio Gobierno, pero el orden es el orden y no estoy dispuesta a transigir.Tambi¨¦n es probable que, gracias al para¨ªso que se avecina, ETA y los GAL desaparezcan, que todo el mundo tenga vivienda y trabajo digno, que nadie sea discriminado por su religi¨®n o raza -ni por su condici¨®n social: todos seremos ricos- y que adem¨¢s Robert Redford me haga caso de una pu?etera vez. Tambi¨¦n quiero que inventen algo para no tener que cambiar el rollo depapel del retrete.
Un mundo feliz. Sin dolor, sin injusticia, sin menopausia -oh, cielos, no me lo puedo creer- y, lo que es mejor, pr¨¢cticamente sin gente. Al menos, sin gente en Irak, lo cual puede proporcionar a las constructoras una excelente ocasi¨®n para edificar una retah¨ªla de chal¨¦s ado sados entre el ?ufrates y el Tigris, en donde los vencedores comeremos tranquilamente los domingos. Sobre los alimentos a ingerir, no me atrevo a pronosticar. Infiero que el nuevo orden pasar¨¢ tambi¨¦n por el est¨®mago. Adi¨®s a la paella.
Si se fijan, no hay ni un maldito lugar en que esconderse para lo que vendr¨¢ despu¨¦s. Cierto, a bote pronto se me ocurren algunos: debajo de la cama, detr¨¢s del Papa, en el peinado de Pitita, tal vez en lo alto de un faro, junto al mar.
Pero, de la verg¨¹enza, ?d¨®nde y c¨®mo?
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