El lugar del espectador
Henry, retrato de un asesino
Director: John McNaughton. Gui¨®n: J. McNaughton y Richard Fire Producci¨®n: EE UU, 1989. Int¨¦rpretes: Michael Rooker, Tracy Arnold, Tom Tewles. Estreno en Madrid: cine Alphaville.
?Qu¨¦ ocurrir¨ªa si las gentes que se sientan junto a nosotros en el metro, que se toman un caf¨¦ en la barra de un bar, no fuesen lo que, aparentan, seres an¨®nimos con unas rutinas similares a la nuestras? ?Y si detr¨¢s de su fachada de normalidad se escondiera un asesino? ?ste es el punto de arranque de innumerables ficciones criminales y ¨¦ste es tambi¨¦n el que adopta John McNaughton para trazar, con pincel mojado de sangre, su retrato de Henry, asesino en serie.Documentalista, autor de filmes para televisi¨®n, MacNaughton hab¨ªa realizado ya en 1983 una serie sobre la vida de famosos g¨¢nsteres, y de su primitivo oficio guarda un Ojo certero, implacable a la hora de contar su historia. Del rigor de su perfil biogr¨¢fico, vagamente inspirado en un asesino confeso, Henry Lee Lucas, s¨®lo se puede decir que resulta apabullante: Henry es tal vez el filme m¨¢s insoportable visto en muchos a?os, si por insoportable entendemos dif¨ªcil, inc¨®modo, ¨¢rido. Pero tambi¨¦n es magistral, porque es el ejemplo m¨¢s impresionante de sabidur¨ªa narrativa que haya producido el cine independiente americano en mucho tiempo. La dificultad de la visi¨®n del filme radica en una apuesta consciente de su realizador. Porque Henry, que empieza siendo un filme abstracto sobre asesinatos termina siendo una magistral reflexi¨®n sobre el trabajo del espectador, que nunca puede asirse a nada c¨®modo en su tarea.
McNaughton no le deja ni siquiera un atisbo de identificaci¨®n con su personaje principal, el asesino sin coartadas morales, y la imagen, rica en texturas diferentes, tampocos se revela apta para tales fines: no es formalmente bonita ni art¨ªstica, a veces -como en la estremecedora secuencia del asesinato familiar- se hace incluso borrosa.
Pero nunca pierde, y ah¨ª se aprecia su car¨¢cter documental, cercano a veces a una suerte de telediario estremecedor nunca un plano dura m¨¢s de lo estrictamente necesario y las elipsis dejan al espectador sin aliento. McNaughton no pontifica, s¨®lo muestra. Y es el espectador quien debe intentar dar su propio diagn¨®stico.
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