El despertar a la escritura
Antes de leer el Quijote, en dos ocasiones tom¨¦ la pluma para escribir literariamente. En la primera lo hice para llamar la atenci¨®n de una muchacha; en la segunda, para imitar a Conan Doyle y a Gast¨®n Leroux. Debo aclarar que en aquella ¨¦poca mis ambiciones no eran literarias. Lo que yo realmente quer¨ªa era correr cien metros en nueve segundos y ser campe¨®n de box y de tenis.Cuando le¨ª el inolvidable comienzo y todo aquel primer cap¨ªtulo que nos refiere c¨®mo era don Quijote, d¨®nde y con qui¨¦nes viv¨ªa, sent¨ª una emoci¨®n muy fuerte. Hab¨ªa en ella un dejo de ansiedad, porque don Quijote abandonar¨ªa esa vida apacible, para salir en busca de aventuras, y una fascinaci¨®n que probablemente el despreocupado tono del relato exacerbaba.
Si mal no recuerdo, antes de concluir el primer cap¨ªtulo supe que yo quer¨ªa ser escritor. Sin duda lo quise para contar, en tono despreocupado, historias de h¨¦roes que dejan la seguridad de su casa o de su patria y el afecto de su gente, para averiturarse por mundos desconocidos. No tard¨¦ ciertamente en emprender la composici¨®n de una largu¨ªsima novela, en cuyas p¨¢ginas iriciales un joven espa?ol llegaba a Buenos Aires para hacer la Am¨¦rica.
Nuestro futuro es inescrutable y los caminos de la vida trazan extra?os dibujos. Qui¨¦n me hubiera dicho que al cabo de 60 a?os felices, ocupados en contar historias, yo recibir¨ªa el premio que lleva el nombre del querido escritor que me inici¨® en las letras.
Tengo por afortunada casualidad la circunstancia de que mi primera ambici¨®n literaria no haya sido de gloria, sino de suscitar alg¨²n d¨ªa en los lectores una fascinaci¨®n como la que despert¨® en m¨ª una novela. Quien aspira a la gloria, piensa en si mismo y ve a su libro como un instrumento para triunfar. Sospecho que para escribir bien, debemos pensaren el libro, no en nosotros.
Fluir de versos
Poco tiempo despu¨¦s, en una antolog¨ªa escolar, encontr¨¦ las coplas de Jorge Manrique A la muerte de su padre. Con emoci¨®n jubilosa admir¨¦ el fluir de los versos y escuch¨¦ la tranquila enunciaci¨®n de las inexorables verdades de nuestro destino. Dir¨ªase que la conjunci¨®n de limpidez po¨¦tica y de veracidad profunda no dejaron lugar para que la tristeza del tema me acongojara. Vi en el poema cuanto parec¨ªa confirmar mi convicci¨®n de que la vida es para una sola vez y que por ello debemos estar atentos mientras la recorremos. Repare asimismo en los versos que pod¨ªan servirme de talismanes contra la vanidad. Desde luego, los de la primera estrofa, pero tambi¨¦n:
?Qu¨¦ se fizo el rey, don Juan?
Los infantes de Arag¨®n
?Qu¨¦ se fizieron?
?Qu¨¦ fue de tanto gal¨¢n, que de tanta invenci¨®n,
qu¨¦ fue como trujeron?
En aquellos d¨ªas, mi plan de trabajo consist¨ªa en leer todos lo libros y escribir otros tantos Como la novela en preparaci¨®n, postergaba las historias que se me ocurr¨ªan, la hice a un lado y, con alivio, me puse a escribir un libro de relatos que no gust¨® a nadie. Borges atribuy¨® mis errores al apresuramiento; no me dej¨¦ enga?ar por su generosa hip¨®tesis: comprend¨ª que los errores proven¨ªan de la inmadurez de mi criterio. Para mejorarlo estudi¨¦ ma nuales de t¨¦cnica literaria y cuando descubr¨ª Agudeza y arte de ingenio de Graci¨¢n, proyect¨¦ un libro similar. Muy pronto hubo un cambio de planes. Yo pu blicar¨ªa un arte de escribir, a imitaci¨®n de uno "en veinte lecciones" de Valbuena, que me prest¨® mi t¨ªo Miguel Casares. Estaba seguro de que en el an¨¢lisis de los errores cometidos en mi libro de relatos, encontrar¨ªa leyes valiosas. Debi¨® de parecerme que nada mejor pod¨ªa hacer con mi experiencia de fracaso como escritor, que emplearla para la composici¨®n de un arte de escribir. No me pregunt¨¦ qu¨¦ opinar¨ªan los lectores.
En una tarde muy lejana, mi padre me habl¨¦ de Fray Luis de Le¨®n; se refiri¨®, conmovido, a las famosas palabras "como dec¨ªamos ayer" y record¨® estrofas de Vida retirada.
No creo haber olvidado esos versos. Fray Luis no propon¨ªa t¨®picos ret¨®ricos; dec¨ªa las verdades que yo quer¨ªa o¨ªr. Mostraba cu¨¢n insustanciales son los triunfos de la vanidad y recomendaba la vida retirada. A ¨¦sta la interpret¨¦, primero, como una isla remota y solitaria, a la que nunca llegu¨¦, salvo en mis novelas; despu¨¦s, como la casa de campo donde viv¨ª durante cinco a?os; por ¨²ltimo, como la vida privada, que llevo mientras puedo.
De los poemas de Fray Luis pas¨¦ a sus hermosas traducciones de Horacio. Una lectura lleva a otra: la siaerte me depar¨® Horacio en Espa?a, el encantador libro de Marcelino Men¨¦ndez y Pelayo. En sus p¨¢ginas se cotejan traduccilones de Horacio por numerosos escritores espa?oles, portugueses y latinoamericanos, de diversas ¨¦pocas. Este cotejo, en el que particip¨¦ como lector, me pareci¨® un util¨ªsimo ejercicio literario. Las traducciones de los Argensolas me agradaron particularmente, pero la mayor revelaci¨®n para m¨ª fue la espl¨¦ndida Ep¨ªstola a Horacio de Men¨¦ndez y Pelayo. Asombra c¨®mo, para la fama, un m¨¦rito oculta a otro. Porque se admira en Men¨¦ndez y Pelayo al erudito, se le olvida como poeta. Carta a unos amigos de Santander para agradecerles el regalo de una biblioteca es otro poema suyo que siempre releo. De este modo, con aciertos de lector y con errores de escritor, fui intern¨¢ndome en el ancho mar de la literatura o, para saludar una vez m¨¢s a don Marcelino, en El ancho mar de Pindaro y de Safo.
Doy las gracias a sus majestades los Reyes, que honran con su presencia este acto; a quienes me confirieron el premio y a quienes ahora me acompa?an tan amistosamente; a los colegas y a los periodistas de Espa?a, de nuestra Am¨¦rica y de mi pa¨ªs que, al enterarse de la decisi¨®n del jurado, escribieron sobre m¨ª y sobre mis libros, con una generosidad que nunca olvidar¨¦; a los amigos que me hicieron sentir que se alegraban a¨²n m¨¢s que yo; a mucha gente que por las calles de Madrid y, despu¨¦s, por las calles de Buenos Aires, me detuvo para felicitarme. Quiero tambi¨¦n expresar mi gratitud a un escitor que no est¨¢ aqu¨ª, pero que est¨¢ presente: Cervantes, a quien le debo la literatura, que dio sentido a mi vida.
Texto ¨ªntegro del discurso pronunciado por Bioy Casares en la entrega del Premio Cervantes 1990.
Babelia
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