La recuperaci¨®n del prestigio
El autor considera que la vida pol¨ªtica espa?ola necesita recuperar su prestigio. Para ello suscita una reflexi¨®n sobre la necesidad de reformar los estatutos de los partidos, el perfeccionamiento del sistema electoral y la reforma del reglamento de las dos c¨¢maras legislativas.
Primero, hay que recuperar para el ciudadano el control de la vida pol¨ªtica; segundo, hay que restablecer el prestigio y la dignidad de la cosa p¨²blica.La primera recuperaci¨®n pasa por la aproximaci¨®n de la pol¨ªtica a los ciudadanos. La esencia de nuestro sistema es la representaci¨®n. ?sta se ejerce a trav¨¦s de las formaciones pol¨ªticas. El nuestro, como lo defin¨ªa Garc¨ªa Pelayo, es un Estado de partidos. ?stos han surgido y se han desarrollado en un clima determinado, en el de la transici¨®n. Era necesario robustecerlos. Faltos de antecedentes inmediatos en muchos casos, era conveniente reforzar el poder de lo ¨²nico cierto: sus promotores. Hace un a?o, en una interesante conversaci¨®n nocturna con un buen compa?ero, persona muy versada en derecho, ante mis an¨¢lisis sobre el poder expansivo de los aparatos me recomend¨® leer los estatutos y declaraciones de las formaciones que concurrieron a las elecciones de 1977. As¨ª lo hice. La inmensa mayor¨ªa hab¨ªamos optado por una organizaci¨®n interna que primaba el poder del l¨ªder y de su consejo pol¨ªtico. Congresos y comit¨¦s soberanos entre los congresos -modelo es el Comit¨¦ Federal del PSOE- gozan en principio de la posici¨®n m¨¢xima, pero ni se convocan con frecuencia, y es dif¨ªcil que lo hagan a petici¨®n de sus miembros, ni pueden fijar el orden del d¨ªa de sus sesiones.
Pluralismo en los partidos
La organizaci¨®n interna de los partidos debe adecuarse a una ¨¦poca m¨¢s normalizada y a la realidad del necesario pluralismo dentro de ellos. Catorce a?os de vida democr¨¢tica han creado personalidades pol¨ªticas de primer plano. Sin embargo, los partidos no recogen en su vida cotidiana esta realidad. El resultado son falsos planteamientos: aparecer como ideolog¨ªas lo que son relaciones entre personas, personalizar tendencias atribuy¨¦ndose las de una persona sin debate ni adhesi¨®n expl¨ªcita. Lo que est¨¢ en el c¨®digo -el estatuto partidista- debe estar en el mundo, y al rev¨¦s.
La misma emergencia de l¨ªderes carism¨¢ticos es m¨¢s dudosa cuendo se entra en una normalidad muy reglada; cuando, afortunadamente, no es probable que se atraviesen periodos cr¨ªticos en los cuales los mismos partidos poco centralizados buscan a la persona para lo excepcional. As¨ª, en el Reino Unido, los tories al marginado Churchill.
Pero los partidos -esta pieza esencial de nuestro r¨¦gimen representativo- se transformar¨¢n en la medida en que se corrigen los efectos de nuestra legislaci¨®n electoral. El sistema de listas bloqueadas y cerradas convierte a los estados mayores de los partidos en los ¨²nicos ¨¢rbitros de la futura presenta:ci¨®n a la elecci¨®n de un candidato. Exagerando un poco puede decirse que un diputado a escala nacional o auton¨®mica, Incluso un alcalde, puede ser representado aunque no tenga el apoyo concreto de la circunscripci¨®n si en ella su partido tiene fuerza y si ¨¦l es persona del agrado del aparato. El representante piensa m¨¢s -y cuida con mayor atenci¨®n- en el aparato que en sus electores. Aparecen as¨ª los casos de presentaci¨®n de candidatos a ayuntamientos, por ejemplo, distintos a los que los vecinos electores prefieren y reclaman. Siempre existe una diferencia entre popularidad e idoneidad para el aparato, pero en nuestro caso est¨¢ rebasando lo admisible. Una m¨ªnima personalizaci¨®n de los elegidos es necesaria.
Propuesta de debate
Este art¨ªculo no se destina a presentar propuestas de reforma concretas, sino a solicitar debate sobre si es necesario reformar y qu¨¦. No obstante, adelanto unas propuestas para su discusi¨®n.
1. Es necesario reformar los estatutos de los partidos tomando en cuenta que el normal desarrollo pol¨ªtico exige debate y pluralismo tambi¨¦n de ellos.
2. El sistema electoral proporcional de lista puede perfeccionarse, considerando los efectos de reformar su car¨¢cter cerrado y bloqueado. Tal vez un sistema como el federal alem¨¢n, en el que existe un voto por lista y un cierto n¨²mero de elegidos en decisi¨®n personalizada, sea conveniente. Surgen personalidades, algunas con matices importantes, y no se puede esquivar la realidad: el elector desea elegir siglas, pero tambi¨¦n personas.
3. En las elecciones donde cuentan mucho las calidades personales -por ejemplo, en las cercanas al pueblo (presidentes de comunidad, alcaldes de grandes ciudades)- se podr¨ªa ensayar el sistema de priniarias para la designaci¨®n de los candidatos de cada partido o coalici¨®n, mediante consulta a los militantes y aun a quienes se inscriban como votantes o apoyos de la formaci¨®n. De hecho, ahora las designaciones se producen formalmente en los ¨®rganos de los partidos, pero ¨¦stos, con una asistencia de militantes a veces escasa, se inclinan a la resultante de las tendencias de los miembros de los aparatos.
4. Es necesan o reformar los reglamentos de las dos c¨¢maras. Encontrar una funci¨®n real para el Senado como C¨¢mara de representaci¨®n territorial. Conjugar la disciplina parlamentaria y la cohesi¨®n de grupos -muy importante en el periodo de vida democr¨¢tica hasta ahora-, con la posibilidad de expresi¨®n individual. El equivalente a lo que en Westminster se denomina private bills, respondiendo a posiciones en temas concretos que exceden la afiliaci¨®n de partidos, puede ser, al menos, estudiado. No hay duda de que la coherencia y la disciplina de los grupos es factor esencial. A ellas debemos mucho del avance desde 1977. Pero ahora debe armonizarse con una mayor iniciativa de las personas, a menos que deseemos que ¨¦stas sean meros n¨²meros en las votaciones, actuando mec¨¢nicamente cuando a ellas se las convoca. En estas circunstancias no es extra?o que haya desinter¨¦s en participar y falta de conciencia en el voto.
Estas reformas aproximarian la vida pol¨ªtica a los ciudadanos. De esta aproximaci¨®n derivar¨ªa la revalorizaci¨®n de la cosa p¨²blica. En democracia lo p¨²blico no se legitima por la encarnaci¨®n de mitos, sino por la participaci¨®n, por la representaci¨®n. ?sta exige una mayor dinarrilizacI¨®n de los procesos pol¨ªticos. Si no lo hacemos, seguiremos viendo a la cosa p¨²blica y al Estado como opresores, ajenos, como encarnaci¨®n de todas nuestras frustraciones hist¨®ricas.
Fernando Mor¨¢n, ex ministro de Asuntos Exteriores, es miembro del Comit¨¦ Federal del PSOE.
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