"?Es a m¨ª?"

-?Adolfo!-?Es a m¨ª?

El chaval, que remonta en solitario la cuesta de polvo, al atardecer, con el petardo en la mano, se tambalea y desv¨ªa los ojos perdidos. Las chabolas, su territorio, a su derecha. A la izquierda, una calle con su fuente en la esquina, por donde trasiega una riada de yonkis que entra y sale.

-?Te importa que te hagamos una foto?

-No, hacedla, hacedla.

-?Cu¨¢ndo has vuelto?

-Ayer.

Adolfo no quiere ir hacia su casa para la foto pero posa decidido, con su estatura infantil embutida en un niki a rayas negras y naranjas y un pantal¨®n azul de ch¨¢ndal, sus ojos grandes y velados mirando hacia la c¨¢mara. Y el cigarro, continuamente en los labios. Fuma y esnifa hero¨ªna, seg¨²n comentan varios vecinos. El confes¨® que se mete coca¨ªna y hero¨ªna desde hace dos a?os. "Se tira muchos pegotes. Siempre habla de lo que se r¨ªe con esas cosas, de lo bien que se lo pasa", dice un amiguete. No va al colegio.

Pero el poblado vigila, ha vigilado siempre: "?Ven p'ac¨¢¨¢¨¢¨¢!, chilla un yonki alucinado de ojos azules, con su jeringa empapada de sangre en el bolso, "?Vamoooos!", chilla una mujer rubia furibunda, cuando el fot¨®grafo desenfunda. Se acercan grit¨¢ndole y Adolfo se aleja. El yonki lleva una piedra en la mano y la tirar¨¢ mientras arrecian los insultos. Adolfo se va hacia ellos y se lleva su historia infaintil, sus fugas, su mirada inteligente y colgada. Se pierde en el perfil irregular de las chabolas y los postes de luz, picudos como jeringas. Vuelve a casa.