El fin del comunismo
Es dif¨ªcil decir nada nuevo, o sugerente, sobre la crisis sovi¨¦tica y el desmoronamiento acelerado de los sistemas comunistas, como no sea insistir en la perplejidad y, falta de m¨¦todo de que hace gala un sector de la inteligencia occidental a la hora de analizar los acontecimientos. A estas alturas, muy pocos apostar¨¢n ya por que el siglo termine con la distribuci¨®n de fronteras y Estados nacionales en Europa, que fueron consagrados solemnemente en el Acta de Helsinki. La unificaci¨®n alemana hab¨ªa alertado sobre la inutilidad de seguir aferrados a unas convenciones jur¨ªdicas y diplom¨¢ticas que emanaban de una situaci¨®n de guerra fr¨ªa. Y los sucesos de Mosc¨² han logrado empeque?ecer injustamente los enfrentamientos en Yugoslavia, preludio y ejemplo de conflictos que pueden repetirse en las rep¨²blicas b¨¢lticas de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Los acontecimientos van tan deprisa que en el plazo de tiempo en el que he escrito este art¨ªculo las actividades del Partido Comunista de la Federaci¨®n Rusa han sido prohibidas por Yeltsin mientras el edificio del Comit¨¦ Central en Mosc¨² era requisado por el alcalde, Popov, que proced¨ªa, a cerrar sus instalaciones. De modo que, quiz¨¢, cuando estas l¨ªneas vean la luz hayan envejecido tanto que cualquier previsi¨®n que pudiera aventurar en ellas se podr¨ªa ver desmentida por los hechos de una realidad desbocada. En ella, a lomos de la democracia, cabalgan tambi¨¦n el populismo y el arbitrismo, en un desorden tan hermoso como inquietante.De todas formas, algunas cosas s¨ª podemos dar por ciertas, y no es la menor el fracaso del modelo socialista como sistema de creaci¨®n y distribuci¨®n de riqueza. Aunque tambi¨¦n merece una reflexi¨®n esta primavera de nacionalismos brillantes, con sus banderas, sus himnos y su apelaci¨®n a las diversas patrias, que har¨¢ incluso correr la sangre y pondr¨¢ en jaque los intentos, del todo t¨ªmidos, de construcci¨®n de un orden mundial que algunos auguraban. Por ¨²ltimo, y aunque parezca anecd¨®tico, no est¨¢ de m¨¢s reparar en el recalcitrante silencio de quienes nos castigaron los o¨ªdos con las excelencias y sufrimientos del r¨¦gimen de Sadam Husein, ante el apoyo, absolutamente consecuente, que el carnicero del Oriente Medio dio desde un primer momento al golpe de Estado contra Gorbachov. Tanta afasia s¨®lo puede deberse a una de dos cosas, ignorancia o falta de honestidad moral, y muy probablemente, a las dos juntas.
En un pa¨ªs como ¨¦ste, gobernado por la izquierda nominal y en el que la derecha todav¨ªa arrastra una larga tradici¨®n de ofensa a las libertades -de la que se ha desprendido hace no mucho tiempo-, el reconocimiento de lo que sucede tiene que ser obligatoriamente m¨¢s costoso que en regiones en donde disfrutan desde hace siglos de las libertades democr¨¢ticas, y que entronizaron los derechos del individuo como base del sistema de representaci¨®n pol¨ªtica. Porque lo que ya es innegable es que los reg¨ªmenes del socialismo real han devenido hasta la caricatura en sistemas militaristas y policiales, en los que la apelaci¨®n a la fuerza es el ¨²nico y desesperado m¨¦todo que posee el Partido gobernante para tratar de mantenerse en el poder. Fuera de eso, la propiedad p¨²blica de los medios de producci¨®n, base esencial del sistema econ¨®mico, ha demostrado ser una ingente m¨¢quina de fabricar miseria, un venero de corrupciones y marginaciones y un p¨¦simo m¨¦todo de redistribuci¨®n de riqueza. De modo y manera que es verdad que nada, o muy poco, de lo que estudiamos o de aquello por lo que so?¨¢bamos en los a?os sesenta tiene ya que ver con la realidad de las cosas.
A lo que el mundo asiste hoy d¨ªa, televisado en directo desde la Plaza Roja, es a las exequias del comunismo como experimento pseudocient¨ªfico de organizaci¨®n social y pol¨ªtica. Naturalmente, eso hace frotarse las manos de entusiasmo a los representantes de lo m¨¢s granado de la reacci¨®n conservadora, porque ven en los hechos de ahora una justificaci¨®n a sus errores y cr¨ªmenes de anta?o. Pero al margen de semejantes y ominosas tentaciones, la mala conciencia o la simple incomodidad de la inteligencia de izquierdas conduce recurrentemente a an¨¢lisis conmiserativos y autoexculpadores de las propias ideas. Seg¨²n ¨¦stos, en realidad lo que se estar¨ªa desmoronando no es el socialismo, sino una forma perversa del mismo, ya denunciada hace a?os por los socialdem¨®cratas de Bad-Godesberg o por los eurocomunistas de Carrillo y Berlinguer. Con lo que todos podemos dormir tranquilos.
Descubrir ahora las aportaciones sustanciales del socialismo hist¨®rico -y aun del ut¨®pico- a la modificaci¨®n de las condiciones de trabajo y el sistema de distribuci¨®n de los pa¨ªses industrializados democr¨¢ticos parece innecesario. Es obvio que el capitalismo de hoy nada o muy poco tiene que ver con el espect¨¢culo del liberalismo salvaje denunciado por Marx y que dio origen a los movimientos sociales de la ¨¦poca. De entonces ac¨¢ nos separan, sin embargo, demasiadas cosas. La invenci¨®n de la electr¨®nica, el poder nuclear, dos guerras mundiales y la descolonizaci¨®n del Tercer Mundo han cambiado tanto las relaciones de producci¨®n como las existentes entre los pa¨ªses. El marxismo, quiz¨¢s la palabra m¨¢s satanizada de mi generaci¨®n, parece que se ha quedado para los libros de Historia o los de Filosof¨ªa. Pero lo formidablemente ingenuo fue el empe?o de buscar una respuesta cient¨ªfica a la organizaci¨®n de los pueblos y aplicarla a cualquier precio, como se hizo en la Europa del Este, el ?frica revolucionaria o Cuba, ante la ceguera y el silencio de tantos bienintencionados intelectuales. Y lo m¨¢s doloroso es la falta de coraje que impide hoy el reconocimiento de los errores, sin el que no ser¨¢ posible avanzar en la b¨²squeda de nuevas respuestas que, todav¨ªa, el mundo necesita.
Quiz¨¢ por la juventud de nuestra democracia o por nuestra propia y peculiar historia nacional, todo esto es hoy mucho m¨¢s visible en Espa?a que en casi ning¨²n otro pa¨ªs de la Comunidad Europea. Lo sufrimos en ocasi¨®n de la Guerra del Golfo, cuando los tic antinorteamericanos y el progresismo a la violeta se confabularon para arrojar a las tinieblas exteriores a todo aquel que no apoyara la causa criminal de Sadam Husein. As¨ª se ejerc¨ªa una vez m¨¢s el derecho de pernada que la respetabilidad moral que cierta sedicente izquierda tiende a adjudicarse. La opacidad de sus plumas despu¨¦s de todo lo sucedido s¨®lo es comparable, una vez m¨¢s, a la que exhiben hoy ante el espect¨¢culo impresionante de Mija¨ªl Gorbachov, defendi¨¦ndose de las acusaciones p¨²blicas de que el Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica es una organizaci¨®n criminal y acogi¨¦ndose a los principios de la democracia pluralista para responder negativamente a las demandas de prohibici¨®n del comunismo en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. La democracia es hoy -felizmente- el ¨²nico asidero v¨¢lido para todos, al margen las diferencias y posiciones ideol¨®gicas. Pero me pregunto si el solo mantenimiento de la misma servir¨¢ a secas para sacar a los pueblos del antiguo imperio sovi¨¦tico y a los del Tercer Mundo de la postraci¨®n en que se encuentran. Si no es preciso un esfuerzo de acumulaci¨®n no s¨®lo de dinero y ayuda econ¨®mica sino de pensamiento y caudal moral, que efectivamente apoyen esa tarea. Con el comunismo desaparece un sistema globalizador que trataba de entender y transformar el conjunto de la realidad. Tambi¨¦n el fascismo y otras ideolog¨ªas cometieron el mismo delito. Pero la durabilidad de la guerra fr¨ªa y el poder¨ªo militar de la Uni¨®n Sovi¨¦tica hab¨ªan llevado al mundo a un m¨¦todo esquem¨¢tico de Gobierno que se polarizaba a favor o en contra de alguna de las dos superpotencias existentes. Todo eso se nos ha venido abajo y tan dif¨ªcil como predecir el futuro de la URSS es hacerlo sobre nuestro propio futuro. La ausencia de ideaciones m¨¢s brillantes, la falta de investigaci¨®n en torno a un nuevo sistema de valores, que nos permita analizar la realidad, han dejado paso a la magia y la religi¨®n. El fundamentalismo tiende a ocupar el vac¨ªo que las fenecidas construcciones ideol¨®gicas generan. Y en el nacionalismo rampante de las rep¨²blicas sovi¨¦ticas no podemos dejar de ver con preocupaci¨®n la creaci¨®n de nuevas naciones-Estado en las que su miserable condici¨®n econ¨®mica contrasta todav¨ªa con su considerable poder¨ªo militar basado en el terror at¨®mico. Es imposible despreciar los peligros potenciales que esta dispersi¨®n del poder nuclear encierra para el equilibrio mundial.
Como dice Octavio Paz, la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn nos ense?¨® que no eran v¨¢lidas las respuestas que la humanidad hab¨ªa querido dar a sus problemas, pero eso no significa que las preguntas no subsistan. El fin del comunismo, contra lo que imaginara el brillante Fukuyama, no es precisamente el de la historia. Antes bien, si uno atiende a los acontecimientos de estos d¨ªas, parece el comienzo de una etapa alucinante y misteriosa de la misma.
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