Opereta nacional
?Recuerdan ustedes c¨®mo empieza La viuda alegre, la c¨¦lebre opereta vienesa de comienzos de siglo? La primera acotaci¨®n de su libreto establece: "La acci¨®n transcurre en un pa¨ªs imaginario de Centroeuropa llamado Pontevedra". En su d¨ªa, la cosa hizo re¨ªr bastante por estos pagos, pero ahora se ha convertido en el m¨¢s serio de los lugares comunes: no pasa d¨ªa sin que oiga uno a alguien asegurar que vive en un lugar imaginarlo del B¨¢ltico llamado Tarragona o en un rinc¨®n balc¨¢nico llamado Bermeo. Todo nacionalismo tiene mucho de opereta, por lo menos en sus mejores ratos: lo malo es cuando por culpa de unos o de otros se convierte en tragedia. Lo que m¨¢s choca de los nacionalismos, cuando se los mira con ojos c¨¢ndidos, no es que prefieran la naci¨®n al Estado, sino que no vean en la naci¨®n m¨¢s que un medio para llegar al Estado. Puede que los Estados-naci¨®n est¨¦n en decadencia, como con sabias razones argumentan algunos, pero desde luego no ser¨¢ por culpa de los nacionalismos, que -fieles a sus or¨ªgenes hist¨®ricos- siguen siendo estatistas por fervor intacto. De hecho, ya nadie tiene verdadero entusiasmo por el Estado y parafernalia simb¨®lico-administrativa salvo los nacionalistas. La dimensi¨®n cultural, rom¨¢ntica, incluso m¨ªstica que el concepto de naci¨®n pueda tener son simples tr¨¢mites que a nadie satisfacen de veras salvo como pasos para llegar al Estado propio, la mayor¨ªa de edad nacional. Cuando un nacionalista habla de voluntad de ser se refiere a la voluntad de ser Estado (porque el otro ser, el nacional que haya nacido siendo, no parece requerir especial fuerza de voluntad); cuando se dice que hay que recuperar la propia identidad, a lo que se alude es al documento nacional de identidad o, en su defecto; al pasaporte.
Nada de raro tiene esto, porque en la naci¨®n (como tradici¨®n cultural o memoria colectiva) no hay cargos p¨²blicos ni selecci¨®n de mandos, mientras que en el Estado s¨ª; de lo que se trata es de legitimar nuevas jefaturas. En s¨ª misma, esta pretensi¨®n nada tiene de reprochable, pues casi todos los Estados en los que vivimos los europeos han nacido de modo semejante. Lo peligroso ser¨ªa que este entusiasmo por los or¨ªgenes hiciera olvidar ciertas lecciones esc¨¦pticas propiciadas por la historia pol¨ªtica: por ejemplo, que los Estados, convenciones administrativas surgidas del enfrentamiento de los grupos humanos, volvieran a ser so?ados como emanaciones naturales de entidades plat¨®nicas llamadas pueblos, cuyo perfil un¨¢nime les preexiste. 0 que se llegue a creer que los Estados, para ser como es debido, deben refrendar la uniformidad de lo id¨¦ntico (en lengua, etnia, creencias o h¨¢bitos) en lugar de armonizar con mayor o menor conflicto lo diverso (no debe haber en el mundo otro Estado estrictamente monoling¨¹e que Islandia, y eso porque all¨ª todas las lenguas llegan "pasadas por agua", como dir¨ªa Bergam¨ªn).
De todas formas, tampoco hay que dramatizar demasiado el prurito antinacionalista, actitud que puede encubrir el apoyo ultramontano a otro nacionalismo rival: lo peor es que un nacionalista hace ciento en su contra, como dicen que pasa con los locos. Despu¨¦s de todo, el respeto a la libertad de los ciudadanos incluye acatar tambi¨¦n su derecho pac¨ªfico a desanudar ciertos lazos institucionales, si est¨¢n dispuestos a correr con los riesgos y costes de la operaci¨®n y se respetan los derechos de los dem¨¢s. En los pa¨ªses del este de Europa, de lo que se trata es de salir como sea de un totalitarismo cuyo camino de regreso nadie sabe demasiado bien c¨®mo se anda: la ideolog¨ªa nacionalista viene a llenar el hueco perdido de cohesi¨®n social, a falta de cosa emotivamente fiable m¨¢s a mano. En el Estado espa?ol, los nacionalismos son especialistas en amagar y no dar; qu¨¦ digo no dar: en amagar y cobrar. Puede que a medio plazo una salida federal fuese aconsejable, aunque hay que recordar que el federalismo s¨®lo funciona donde es flexibilizaci¨®n de la lealtad a la uni¨®n y no excusa que la autoafirmaci¨®n desafecta. En todo caso, siempre tendremos que convivir con nacionalismos de un tipo u otro, porque nunca ha de faltar, como dijo Albert Cohen, "esa buena gente que s¨®lo se siente a gusto junta detestando a otros", o a lo que de otro hay en s¨ª mismos, a?ado yo.
Pero en el fondo de la cuesti¨®n subyace que el nacionalismo se propone como oferta pol¨ªtica en la quiebra de otras o en su ausencia. Es bastante l¨®gico que la iglesia apoye el nacionalismo hoy, porque implica aparentemente cierto tradicionalismo misticoide frente a otras ideolog¨ªas estatistas m¨¢s laicas. Hace dos siglos, cuando el nacionalismo era revolucionario, se opuso a ¨¦l y apoyo el tradicionalismo mon¨¢rquico de los viejos reyes por la gracia de Dios, pero ahora su posible clientela -sobre todo al este de Europa- ha cambiado de signo. Su olfato en estos casos nunca falla. Sin embargo, lo importante es preguntarse qu¨¦ ideas pol¨ªticas practicables de signo progresista, de izquierdas o como se prefiera decir, pueden contrarrestar no s¨®lo los peores ¨ªmpetus nacionalistas, sino tambi¨¦n los racismos, integrismos religiosos o puritanos, autoritarismos pol¨ªticos de nuevo cu?o, etc¨¦tera.
De poco sirve enfadarse con quienes se regocijan ante el final del comunismo marxista realmente existente y empe?arse en proclamar que el af¨¢n de justicia o la inquietud social no pueden ser ahogados por el cinismo ego¨ªsta: como si el comunismo fuese "un af¨¢n o una inquietud" y no una determinada forma de interpretaci¨®n y organizaci¨®n de lo social (a menudo, por cierto, m¨¢s compatible con el cinismo que con la Justicia, seg¨²n hemos visto). La actitud intelectual de ciertos hu¨¦rfanos del naufragio marxista recuerda aquel viejo cuento jud¨ªo. El rabino de Cracovia anuncia un d¨ªa a su parroquia que ha tenido una visi¨®n, seg¨²n la cual, el rabino de Varsovia ha muerto. Los feligreses se maravillan de tan destacada clarividencia, hasta que algunos viajeros traen la noticia de que el rabino de Varsovia goza de envidiable salud. Para acallar las risitas de los imp¨ªos, los m¨¢s devotos claman con rabia: "S¨ª, pero... ?menuda visi¨®n vamos a perder!".
Sin embargo, los comunistas espa?oles o de otros pa¨ªses europeos que se niegan a unir su suerte a los aborrecidos sovi¨¦ticos tienen tambi¨¦n cierta raz¨®n.
No en todas partes la hoz y el martillo han sido hez y martillo. En pa¨ªses como el nuestro, el comunismo ha resultado muy positivo en la lucha por conseguir determinadas libertades civiles y garant¨ªas sindicales irrenunciables. La verdad es que el comunismo ha funcionado bastante bien en los pa¨ªses capitalistas; donde ha ido fatal ha sido en los pa¨ªses comunistas. Como corrector y encauzador del capitalismo moderno son indudables sus logros, tanto como nefasta es su pretensi¨®n de alternativa colectivista al mercado. Lo malo es que esas conquistas parciales, en las que han colaborado comunistas y socialistas con otros movimientos de izquierda, siempre han ido encuadradas en el marco milenarista de la enmienda a la totalidad del capitalismo, su superaci¨®n y, por tanto, el apoyo expl¨ªcito o a contrario a dictaduras comunistas aborrecibles, sobre todo en el Tercer Mundo. En Espa?a, por ejemplo, la pol¨ªtica interior de los comunistas suele ser mucho m¨¢s acertada que la exterior: ciertos atavismos que resurgieron durante la guerra del Golfo o aparecen con el caso de Cuba demuestran que en este sentido las cosas no han cambiado demasiado.
Ni el comunismo ni el socialismo son mejores que el capitalismo, por la misma raz¨®n que el Alka-seltzer no es mejor que el sistema digestivo. Lo cual no le resta utilidad al Alka-seltzer o a cualquier otro estomacal a¨²n m¨¢s perfecto que podamos inventar. Una izquierda capaz de rescatar libertades y garantizar derechos es tan necesaria como siempre; una izquierda que asuma el reto de la mundializaci¨®n efectiva de la econom¨ªa de mercado pero que luche porque se vea acompa?ada en todas partes del desarrollo pol¨ªtico y social alcanzado en los pa¨ªses m¨¢s privilegiados. Una izquierda que vea ante todo en la justicia no el igualitarismo obsesivo sino la erradicaci¨®n de la miseria, el hambre y la ignorancia; una izquierda con m¨²sculos m¨¢s realistas y con menos letan¨ªas hipocritonas para salvar el alma y mejorar el curr¨ªculo. Quiz¨¢ buscarle un nombrecito menos comprometido que comunismo vaya siendo buena idea...
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