'El ni?o que grit¨® puta' peque?o gran comienzo
El primer filme en concurso de esta edici¨®n de la Seminci -que sigue siendo uno de los festivales mejor organizados y m¨¢s en onda con la evoluci¨®n del cine actual- es una peque?a gran obra, un dur¨ªsimo y estremecedor filme independiente neoyorquino, primer largometraje del joven realizador argentino Juan Jos¨¦ Campanella, escrito por la expert¨ªsima guionista Catherine May Levin y protagonizado por un ya casi veterano actor-ni?o: Harley Cross. Los tres son, cada uno en su compleja tarea, excepcionales, y su pel¨ªcula -con un largo y extra?o t¨ªtulo: - una producci¨®n menor con resultados art¨ªsticos mayores, m¨¢s que serios.
Su director la define como un "thriller psicol¨®gico emocional"; su joven actor, como "el comienzo de una mutaci¨®n en m¨ª y en -mi manera de actuar"; y la guionista, con el sello de multitud de r¨¦plicas de di¨¢logo dignas de un gui¨®n de William Faulkner (El sue?o eterno), Raymond Chandler (Extra?os en un tren) o Phillip Jordan (Johnny Guitar). Una r¨¦plica entre muchas: m¨¦dico psiquiatra: "?Siempre fue tartamudo su hijo?". Madre: "No. S¨®lo desde que comenz¨® a hablar". Se trata de un duelo infernal, abominable pero hermoso, entre una joven madre y su hijo, resuelto al mismo liempo con horror y ternura inseparables.
El filme est¨¢ rodado con cuatro cuartos y cuatro millones de toneladas de verdad y de conocimiento de un abismo contempor¨¢neo: c¨®mo se forja en la ni?ez la bestia que anida en algunos adultos violentos, y en concreto adultos violentos espec¨ªficos de la sociedad estadounidense actual.
La leyenda de 'Espartaco'
Nadie, salvo sus autores Y sus censores, conoc¨ªa la versi¨®n integral de la legendaria Espartaco, dirigida en 1960, sobre un gui¨®n de Dalton Trumbo, por Stanley Kubrick. Guionista y realizador rompieron en ella los l¨ªmites de permisividad del Hollywood de entonces, y los distribuidores del filme tuvieron que suprimir algunos inquietantes flecos er¨®ticos en la relaci¨®n entre Laurence Olivier y Tony Curtis. Precisamente ahora, cuando la regresi¨®n puritana vuelve a afilar las tijeras de los censores del cine estadounidense, la Seminci ofreci¨® como respuesta la versi¨®n integral de esta obra mutilada. Y la pantalla del teatro Calder¨®n vallisoletano vibr¨® de nuevo con el rescate del verdadero cine, del cine libre. Este Espartaco integral se ver¨¢ pronto en las pantallas espa?olas y habr¨¢ ocasi¨®n entonces de hablar de algunas de sus espectaculares minucias, que han crecido con el tiempo, como tambi¨¦n el tiempo ha erosionado algunos aspectos de la obra ya cuestionados cuando se estren¨®: sobre todo las arritmias de su gui¨®n y su p¨¦sima banda sonora, degradada por una m¨²sica blanda y meramente ilustrativa de Alex North, que se limita a subrayar desde fuera lo que ocurre en la imagen, sin penetrar ni fundirse nunca en ella.
Pero lo esencial de esta bella y monumental pel¨ªcula queda ah¨ª, en la memoria de la pantalla, intacto: las geniales creaciones sobreactuadas de Charles Laughton y, en menor medida, de Kirk Douglas; la sobria composici¨®n de Olivier, ahora, por fin, completada y aclarada; las apasionantes escenas que nos llevan del apresamiento de Espartaco a su primera sublevaci¨®n, que suponen momentos de cine ¨²nico.
Luego, en su zona intermedia, la que corresponde a la representaci¨®n de la libertad del esclavo, el vigor del relato -ni Trubo, ni Kubrick supieron hacerlo crecer precisamente en su lado optimista, que es el que ellos m¨¢s amaban- decae para elevarse nuevamente al final, tras la derrota de los esclavos, de nuevo en el territorio de la opresi¨®n y la muerte de la libertad. Hay por ello, dentro de Espartaco, m¨¢s fuerza expresiva en sus negaciones que en sus afirmaciones; m¨¢s capacidad de convicci¨®n en la representaci¨®n del dolor del aplastamiento de una sublevaci¨®n contra la tiran¨ªa que en la alegr¨ªa de la sublevaci¨®n como tal. Esto acent¨²a secretamente la vigencia del filme, su estricta y brutal contemporaneidad.
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