Todo o nada
Jaime AledoGaler¨ªa Columela. Lagasca, 3. Madrid. Hasta el 14 de noviembre.
Con sus caracter¨ªsticas maneras secas y cortantes, pero, en esta ocasi¨®n, con un despliegue m¨¢s espectacular y abundante, Jaime Aledo (Cartagena, 1949) sigue obstinadamente su ins¨®lito curs¨® pict¨®rico a contracorriente. Se podr¨ªa pensar que hoy ya el propio hecho de pintar, y, m¨¢s como, forma y contenido, lo hace Aledo, implica situarse peligrosamen te en la heterodoxia, naturalmente respecto al dogma moderno y sus evoluciones. No es que la pintura de Aledo sea pompierista, ni que est¨¦ anclada en formas vanguardistas pasadas de moda, sino que todo su proyecto art¨ªstico tiene como principal objetivo volver el ideal modernista contra s¨ª mismo.
Comenz¨® su campa?a analizando concienzudamente la obra de Luis Gordillo, sobre el que lleg¨® a hacer una tesis doctoral. Lo que le fascinaba y a la vez horrorizaba a Aledo no era Gordillo en s¨ª mismo, sino como prototipo de lo moderno, con lo que nada tiene de extra?o que fuera rebuscando ra¨ªces m¨¢s profundas, tanto art¨ªsticas y filos¨®ficas, y que acabara top¨¢ndose ora con Duchamp ora con el mism¨ªsimo Hegel y hasta Hume.
Esta digresi¨®n pretende situar la vastedad del drama en el que Jaime Aledo, con una gallard¨ªa inusual en los tiempos que corren, pretende situar la pintura m¨¢s que su manera de interpretarla personalmente. El resultado es una combinaci¨®n a veces corrosiva y siempre divertida, como los juegos duchampianos en los que la sonrisa inteligente est¨¢ garantizada. Lo que ocurre es que Aledo es un Duchamp que pinta y que pinta, encima, con contenido, sin renunciar ni siquiera al s¨ªmbolo o la alegor¨ªa.
En este sentido, uno podr¨ªa evocar actualmente muy pocos casos parecidos, como, por ejemplo, sin salirnos de nuestros paios, el de S. Mart¨ªn Begu¨¦, con la ¨²nica, pero fundamental, diferencia de que Aledo s¨ª pretende impugnar el m¨¦todo de Duchamp porque no est¨¢ conforme con el mundo secularizado al que dicho m¨¦todo se ajusta.
As¨ª, subrepticiamente, Aledo maneja los resortes estil¨ªsticos de la moda y el descoyuntamiento verbal, pero, en vez de para vaciar la realidad, lo hace para mostrar su vac¨ªo. Ocurre, sin embargo, que este moralista de siempre no s¨®lo sigue siendo un parad¨®jico Duchamp que pinta, sino -y ahora lo podemos comprobar- que pinta y piensa cada vez mejor, o, lo que es lo mismo, con mayor complejidad. La exposici¨®n actual es, en definitiva, otra vuelta de la tuerca, sin duda obstinadamente peligrosa, pero por eso mismo admirable.
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