El fin de la clandestinidad
La normalizaci¨®n resuelve problemas, pero abre inc¨®gnitas para los inmigrantes
M¨®nica, Svetlana, Fritah, Mamadou y Grant ser¨¢n los nuevos ciudadanos de un Madrid multirracial en 1992. Venidos desde los cinco continentes, la regularizaci¨®n significa para ellos acabar con la clandestinidad. Conseguir la tranquilidad tras a?os de huidas, decisiones arriesgadas o b¨²squeda de un nivel de vida mejor. "Poder pasear sin temor a que la polic¨ªa te pida la documentaci¨®n", dicen, "y dejar de estar a merced de los empresarios". Pero para todos ellos queda en el aire una pregunta: ?qu¨¦ pasar¨¢ dentro de un a?o?
"Hay gente que ha estado muchos a?os luchando por quedarse en este pa¨ªs, yendo a abogados, haciendo gestiones en los ministerios, tratando de conseguirlo por todos los medios legales, y no lo han logrado. Y ahora... ?la regularizaci¨®n es un descanso!" As¨ª se explica M¨®nica Zorrilla, una chilena de 43 a?os que lleg¨® a Espa?a hace cinco huyendo de la dictadura de su pa¨ªs.Primero vino su marido "a hacer las europas" y m¨¢s tarde ella con un beb¨¦ de siete meses. Poco a poco consiguieron traer a sus otros tres hijos, "con mucho sacrificio". Ahora todos los mayores de edad est¨¢n regularizados, y el peque?o, de seis a?os, es "todo un espa?olito".
M¨®nica era en su pa¨ªs ama de casa. Al llegar a Espa?a se puso a estudiar y ahora trabaja como asistente social en una organizaci¨®n no gubernamental que ayuda a refugiados y emigrantes, Conirade. Ella cree que los espa?oles rechazan a los extranjeros simplemente porque no los conocen.
Para Marnadou lade, un senegal¨¦s de 26 a?os, el obtener la regularizaci¨®n ha supuesto poder ejercer su profesi¨®n. Trabaja como electricista para la empresa Wirilec y quiere volver a Senegal en vacaciones para ver a su mujer y sus dos hijos, a los que espera poder traer alg¨²n d¨ªa. Lleg¨® a Espa?a hace un a?o como turista, y cuando se agot¨® su visado pidi¨® asilo pol¨ªtico.
"Antes no ten¨ªa autorizaci¨®n. Vend¨ªa en mercadillos relojes y figuras de madera. Ten¨ªa un amigo con residencia en Espa?a y cada a?o marchaba a Senegal para traer estatuillas. ?Claro que era ¨¦l el que m¨¢s ganaba! Ahora con mis papeles puedo ganar como esa gente, pero si no los tienes has de comprarle la mercanc¨ªa a ellos", explica Mamadou.
Fritah Karnal es marroqu¨ª, tiene 22 a?os y lleva dos en Espa?a. Cruz¨® la frontera huyendo de la polic¨ªa porque no deseaba realizar el servicio militar obigatorio. Svetlana Miltenova es b¨²lgara, tiene 32 a?os y un hijo de cuatro. Tambi¨¦n lleg¨® a Espa?a huyendo de la polic¨ªa hace poco m¨¢s de un a?o. "Tuve que mentir para salir de Bulgaria sin visado, pero no pod¨ªa esperar".
Espa?ia le gusta
Grant Keny, un pintor neozeland¨¦s de 28 a?os, es un caso at¨ªpico. Confiesa que vino a Espa?a ¨²nicamente -porque le gustaba y le parec¨ªa un buen lugar para pintar y estudiar. Grant asegura que dej¨® su pa¨ªs porque "me sent¨ªa aislado, rodeado por el mar, en el otro extremo del mundo".
El abuelo de M¨®nica era espa?ol. Se fue a Chile huyendo de la guerra civil. Ella volvi¨® una generaci¨®n m¨¢s tarde con la esperanza de que todo ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil eligiendo Espa?a como destino, al no tener que enfrentarse con la barrera del idioma. Para los africanos Espa?a es lo m¨¢s cercano, y para los europeos del Este, la frontera m¨¢s permeable.
Entran con visados como turistas, clandestinamente o como solicitantes de asilo, y luego se las ingenian para quedarse. No volver¨¢n a su tierra a vivir pero s¨ª de vacaciones, "a ver a la familia", porque hasta que han obtenido la regularizaci¨®n estaban, atrapados en Espafia: "Cruzar la frontera era un camino sin retorno".
"?Dificultades? La principal, el idioma; Iuego, como para todos los emigrantes, encontrar un trabajo y un piso", explica Svetlana. Ella es farmac¨¦utica, pero trabaja como empleada de hogar ,y traductora de ingl¨¦s, b¨²lgaro y ruso en la cooperativa de Comrade. Su mayor deseo es poder ejercer su profesi¨®n.
"Cuando yo buscaba trabajo", contin¨²a Svetlana, "una mujer que ya me hab¨ªa dicho que s¨ª llam¨® a los cinco minutos para preguntar el color de mi piel". A pesar de la an¨¦cdota, Svetlana piensa que los espa?oles no son xen¨®fobos ni racistas, sino nacionalistas, y que su sociedad es culturalmente muy cerrada". No opina lo mismo Mamadou, que no encuentra un piso porque es negro. "Cada d¨ªa que voy al trabajo cojo el metro y la gente viene y me pregunta:
-Oye, por favor, ?tienes algo?
-?Algo de qu¨¦?
-Coca¨ªna.
-?Qu¨¦ es coca¨ªna? -les contesto- Yo no tocar tabaco ni beber cerveza.
No a la asimilaci¨®n
Fritah cree que en Espa?a no hay racismo. "?En Francia s¨ª que son racistas!", afirma. Grant afina mucho m¨¢s: "No se rechaza a los extranjeros, no hay rechazo a los rubios y de ojos azules, pero s¨ª a los negros. Aunque hay gente para la que no importa el color de una persona mientras tenga trabajo".
Los emigrantes no quieren ser asimilados. Desean seguir manteniendo su cultura y piden ser aceptados como son. Temen, por otra parte, convertirse en ciudadanos de segunda. "Ahora que somos trabajadores regularizados pagamos los mismos impuestos que los espa?oles, pero no tenemos los mismos derechos". Svetlana opina que la regularizaci¨®n de familiares es muy dificil: "Yo la he pedido para mi hijo y te piden m¨¢s papeles que para un trabajador".
"La regularizaci¨®n no es suficiente. La mayor¨ªa de la gente tiene miedo. ?Qu¨¦ pasar¨¢ con nosotros dentro de un a?o?". Esto se pregunta Svetlana, pero est¨¢ en la mente de todos.
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