Las cornadas de Europa
El mayor perjuicio que acarrea la condena como injustificables de las corridas de toros por parte de algunos es, sin duda, que otros se sienten en la obligaci¨®n de justificarlas. No hay g¨¦nero m¨¢s fastidioso que esta apolog¨¦tica, ni menos convincente. Si alguien decide que una actividad l¨²dica es degradante para los espectadores, ?c¨®mo convencerle de que sus efectos son, por el contrario, beneficiosos y llenos de gracias culturales? A poco que se las examine de cerca, casi todas halagan pasiones ambiguas, desarrollan capacidades que pueden ser muy mal utilizadas y tienen un trasfondo de vil negocio que repele a los enemigos (ruidosos y numerosos) de las ganancias ajenas. Para colmo, en algunas (carreras de autom¨®viles y motos, boxeo, alpinismo ... ) no son raros los accidentes mortales y es moda de la ¨¦poca salvar la vida del pr¨®jimo quiera o no quiera: ?pero si hasta hay que llamar eutanasia al venerable suicidio y dotarle de certificados m¨¦dicos para que resulte tolerable ante tanto benefactor tir¨¢nico y burocr¨¢tico como tenemos suelto! Los abogados defensores de la tauromaquia acumulan Goya sobre Picasso, Lorca sobre Bergam¨ªn, y nos abruman con disquisiciones sobre el toro de Minos y los rituales de fecundidad mediterr¨¢neos; otros, m¨¢s primarios, tararean Espa?a ca?¨ª y nos estampan lo de la fiesta nacional, con lo cual ya no hay quien levante cabeza. Y a¨²n menos arreglan quienes arguyen que cosas peores se ven por el mundo, como gasear jud¨ªos o enterrar vivos a soldados iraqu¨ªes.De modo que no pienso intentar justificar las corridas de toros, lo subjetivo y opinable de cuyas excelencias me parece evidente. Ni mucho menos intentar¨¦ menoscabar el aprecio cultural o moral que merecen aquellas personas a las que tal entretenimiento desagrada e incluso asquea. En este terreno tengo por igualmente equivocados a todos los que convierten una cuesti¨®n de gustos est¨¦ticos y sensibilidad personal en base para apreciaciones morales, afirmaciones patri¨®ticas o exigencia de prohibiciones gubernativas. En el aspecto moral de la cuesti¨®n es donde se percibe con mayor claridad el equ¨ªvoco que rodea este asunto. La condena ¨¦tica de los toros se basa en dos supuestos: lo indebido y vil de ejercer la crueldad y el derecho de los animales a ser tratados humanitariamente. Pero es obvio que no toda crueldad (entendiendo por tal producir a sabiendas dolor) es nefasta ni responde a un capricho morboso: sin cierta crueldad nunca aprender¨ªamos nada (todo aprendizaje es cruel, empezando por el del habla), ni nos someter¨ªamos a leyes, ni aceptar¨ªamos deberes ¨¦ticos. Ya Nietzsche se refiri¨® en su d¨ªa agudamente a esta dimensi¨®n de la formaci¨®n humana. S¨®lo la crueldad por la crueldad, cuyo exceso o sinsentido la convierten en fin en s¨ª misma, merece repulsa moral. La innegable crueldad de la fiesta taurina es un medio para lograr algo distinto, sea belleza pl¨¢stica, exaltaci¨®n simb¨®lica o simple pasatiempo. ?Es inmoral que un pasatiempo sea cruel? Pues todos suelen serlo, desde los juegos de azar y los concursos televisivos hasta la tragedia griega. ?Acaso son innecesarios los pasatiempos? Para nosotros los hombres, ¨²nicos seres conscientes de la crueldad del tiempo que nos hace y deshace, nada hay tan necesario.
La segunda parte de la repulsa ¨¦tica estriba en el supuesto derecho de los animales al trato humanitario. En largos siglos de v¨¦rnoslas con animales, los hombres los hemos admirado como a dioses, los. hemos combatido o cazado, hemos anudado pactos amistosos con algunos de ellos, los hemos utilizado de mil modos, pero nunca les ofendimos tanto para tenerles por iguales. Hubiera sido el ¨²nico comportamiento realmente antinatural para con ellos. ?Se puede hablar por analog¨ªa o extensi¨®n de derechos de los animales? Ser¨ªa un uso tan equ¨ªvoco como el del ejecutivo que habla de nuestra filosof¨ªa de ventas, al que nadie confunde precisamente con Arist¨®teles. Por supuesto, ciertas religiones ordenan desviarse del camino para no pisar a la hormiga o respetar al piojo que anida en nuestra cabeza; pero aqu¨ª no se trata de derechos en el sentido ¨¦tico o jur¨ªdico del t¨¦rmino, sino de una determinada fe que no puede obligar al no creyente. Desde antiguo sabemos que complacerse en maltratar a los animales revela mala ¨ªndole (psicol¨®gica, est¨¦tica ... ), pero ¨¦ste es un punto en el que coinciden el cazador y el zo¨®logo, el vegetariano y el goloso de foiegras. Nadie conoce mejor que el aficionado la diferencia que hay entre maltratar a un toro o lidiarlo como es debido: la incesante estilizaci¨®n de la fiesta apunta toda ella en direcci¨®n opuesta al matarife o al barullo de la capea. En una palabra: si algo debemos a los animales es la conciencia del significado vital que en su compa?¨ªa perfilamos; por medio de ritos y mitos, nos empe?amos en rescatarles (y recatarnos) de la insignificancia.
Me molesta sobrecargar con rebuscadas pedanter¨ªas antropol¨®gicas, psicoanal¨ªticas o literarias la fiesta de los toros, cuyo encanto peculiar viene tanto de su fondo elemental como de su forma sofisticada. A ciertos aficionados nos gusta divagar sobre su simbolog¨ªa o inventarla, tarea inocente que puede efectuarse con la inspirada sutileza de Bergam¨ªn o con altisonancias acad¨¦micas. Ning¨²n pecado de leso patriotismo hay, desde luego, en desde?ar esa ret¨®rica y el espect¨¢culo mismo que la suscita. Pero ya es m¨¢s pecaminoso, en cambio, pretender uniformizar Europa en la asepsia y la ?o?er¨ªa, suprimir el camenbert por razones higi¨¦nicas, los toros por dictaduras ecologistas y la grappa porque es droga semidura, am¨¦n de abolir los huevos frescos de la mayonesa. Cuando todos los verdaderos problemas de la unidad europea est¨¢n a¨²n por resolver, ahora resulta que los espa?oles vamos a tropezar con una propuesta del Reino Unido y Alemania que, en nombre de la protecci¨®n de los animales sintientes (?qu¨¦ querr¨¢ decirse con semejante estupidez: que ciertos animales no sienten o que ante algunos de ellos nosotros lo sentimos mucho?), solicita la supresi¨®n de las corridas de toros. Pues bien, a m¨ª me rebela esa propuesta no como amante de los toros, sino como amante de Europa, de una Europa que no ha de ser ni asilo de solteronas hist¨¦ricas ni guarder¨ªas de ni?os desnatados. Temamos a los castizos del europe¨ªsmo a la sajona y recordemos que chulos son quienes Pretenden limitar los gustos de los dem¨¢s en nombre de los propios, no quienes practican los suyos sin tratar de impon¨¦rselos a nadie. En punto a barbarie bastante tenemos los europeos hoy con intentar combatir entre nosotros a quienes pretenden tratar a ciertos hombres como animales; espero que no tengamos que enfrentarnos tambi¨¦n a un nuevo g¨¦nero de b¨¢rbaros, empe?ados en tratar a ciertos animales como a humanos.
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