El triste destino del centauro
En un ensayo dedicado a la memoria de Kant dec¨ªa Ortega y Gasset que "nada es m¨¢s raro que una aut¨¦ntica disputa de palabras", porque para el p¨²blico "no habituado a la ciencia gramatical ( ... ) la palabra no es s¨®lo un vocablo, sino una significaci¨®n adjunta a ¨¦l". Por eso es que, al discutir palabras, la gente, seg¨²n Ortega, no hace m¨¢s que disputar sobre significaciones, o sea, conceptos. "Y como el concepto, a su vez, no es sino la intenci¨®n mental hacia una cosa", conclu¨ªa el gran fil¨®sofo, "tendremos que las pretendidas disputas de palabras son, en verdad, querellas sobre cosas" (Jos¨¦ Ortega y Gasset, 'Las dos grandes met¨¢foras', en Ensayos escogidos. Aguilar. Madrid, 1967).Pero lo anterior es v¨¢lido ¨²nicamente para la sociedad pragm¨¢tica y realista, sociedad en que el pan es un pan de verdad y el vino es realmente vino, y en que se entiende por norma que una palabra, adem¨¢s de asociarse con un concepto, denote una cosa o un fen¨®meno que existe en este mundo. En este tipo de sociedad, el concepto, la significaci¨®n ideal, son vistos como algo posterior al significado referencial de la palabra y como facultativo en el sentido de que un hablante, incapaz de dar difiniciones de los conceptos pan y vino, es perfectamente capaz de utilizar dichos vocablos con propiedad bas¨¢ndose ¨²nicamente en la relaci¨®n referencial de los mismos con las cosas mencionadas.
Ni que decir tiene que la sociedad pragm¨¢tica no admite la proliferaci¨®n de palabras como hada, centauro y otras que expresan ideas sin que haya objetos reales a que aqu¨¦llas puedan referirse. Son palabras creadas por la imaginaci¨®n del hombre para designar a personajes y seres irreales que habitan en un mundo de fantas¨ªa que nada tiene que ver con este valle de l¨¢grimas.
Mas el hombre moderno, como se?ala el propio Ortega, se distingue del antiguo, entre otras cosas, por una visi¨®n mucho m¨¢s idealista de s¨ª mismo, del mundo y de las cosas que le rodean. Semejante visi¨®n es producto de lo que Ortega denomina "conciencia imaginativa del hombre moderno". "En la conciencia imaginativa", dice Ortega, "los objetos no parecen llegar a nosotros por su propio pie, sino que somos nosotros quienes los suscitamos. Basta que de ello tengamos el humor para que de la m¨¢s negra nada saquemos al potro centauro y en un aire irreal de primavera, cola y cernejas al viento, le hagamos galopar sobre praderas de esmeraldas tras de las blancas ninfas fugaces" (Op. cit., p¨¢gina 95).
Pero la obra maestra de la conciencia imaginativa del hombre moderno no ha sido precisamente el centauro, sino el socialismo y todo el vocabulario que deriva de esta palabra, con la grave diferencia de que las mentes alucinadas con la idea socialista no se limitaron a la inocente ejercitaci¨®n po¨¦tica con este vocablo, sino intentaron superar las barreras que se paran los mitos y realidades arrojando a pueblos enteros a un espacio que siempre hab¨ªa sido coto reservado para todo tipo de personajes de cuento, un espacio en que ni el pan es pan, ni el vino, vino.
A diferencia del solitario centauro, la palabra socialismo ha servido para elaborar todo un lenguaje que iba a servir de arma en futuros torneos ideol¨®gicos. Era un lenguaje que a primera vista parec¨ªa disponer de todos los atributos de una lengua natural, pero que ten¨ªa mecanismo sem¨¢ntico deficiente; esto es: los vocablos que lo constitu¨ªan estaban provistos de significaciones conceptos, pero les faltaba la orteguiana "intenci¨®n mental hacia una cosa" por la sencilla raz¨®n de que tal cosa -socialismo, comunismo o lo que sea- no exist¨ªa.
Ahora que el proyecto socialista en su variante centaurina ha fracasado, cuesta trabajo explicar el curioso fen¨®meno de trastorno psicoling¨¹¨ªstico que padecieron millones de seres humanos, y que consisti¨® en aceptar y utilizar ese lenguaje seudocient¨ªfico de las maravillas -socialismo desarrollado, econom¨ªa socialista, etc¨¦tera- para referirse a una realidad que de maravilloso no ten¨ªa nada. Generaciones de sovi¨¦ticos, ense?ados a recitar plegarias del rito socialista, fueron convirti¨¦ndose en prisioneros de este lenguaje ingeniosamente construido que, parad¨®jicamente, por no tener ninguna relaci¨®n con la realidad, lleg¨® a ser, para muchos, una segunda realidad m¨¢s real que la verdadera -por algo se dice que no s¨®lo de pan vive el hombre-. A la larga, el lenguaje del socialismo devino lo que Ortega llam¨® deporte o "una gran monserga de ideales" que no ten¨ªa "m¨¢s fin que hacer posible una gran vida ficticia, ret¨®rica" o dar a la vida "una especie de segundo piso imaginario donde poder representar una comedia de grandes actitudes y hacer cuadros pl¨¢sticos de virtud, de ascetismo, de sacrificio" (Jos¨¦ Ortega y Gasset, 'Notas del vago est¨ªo', en Ensayos escogidos. Aguilar. Madrid, 1967).
Ahora bien, faltar¨ªamos a la verdad si dij¨¦ramos que en los pa¨ªses llamados socialistas no hubo intelectos capaces de ver la triste realidad que se pretend¨ªa ocultar tras el cortinaje ideol¨®gico de los discursos de los dirigentes y los ensayos y monograf¨ªas de los acad¨¦micos y doctores en ciencias cortesanas. Los as¨ª llamados disidentes -S¨¢jarov y Solzhenitsin entre ellos- no dejaron de rebelarse contra semejante interpretaci¨®n de la marcha triufante del socialismo de ficci¨®n, pero la fuerza de su intelecto, que era capaz de hacer temblar el castillo de naipes del mito socialista, no pod¨ªa con el aparato represivo real levantado sobre las palabras aparentemente vac¨ªas.
Tampoco faltaron intentos de dotar la idea socialista de sentido objetivo, de convertir la ficci¨®n socialista en realidad. El ¨²ltimo y m¨¢s importante proyecto de este tipo fue la perestroika, que, seg¨²n Gorbachov, "plante¨® elevar los genuinos principios de la revoluci¨®n socialista a la categor¨ªa de reales, puesto que, en el pasado, dichos principios, en la mayor¨ªa de los casos, no eran m¨¢s que meras palabras" (Mija¨ªl Gorbachov, 'Idea socialista y perestroika revolucionaria', en Pravda, 26 de noviembre de 1989). La perestroika no ha conseguido los nobles objetivos que hab¨ªa planteado su abanderado, pero hay algo positivo entre los resultados de esta extra?a revoluci¨®n: la perestroika ha cerrado definitivamente la etapa hist¨®rica del socialismo de ficci¨®n, la etapa del centauro socialista. El socialismo como cosa -r¨¦gimen, Estado, sistema- no ha existido jam¨¢s. Es posible que en un futuro se vuelva a utilizar esta palabra, pero si un d¨ªa el hombre llega a construir una sociedad en la que se hagan realidad los nobles principios de libertad, bienestar y justicia social, cualquier nombre ser¨ªa bueno para bautizarla. Parafraseando a Antonio Machado, podr¨ªamos decir: el hacer las cosas bien importa m¨¢s que ponerles nombres.
A. Yeschenko es analista pol¨ªtico.
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