El 'problema catal¨¢n'
Llevamos siglos arrastrando el problema catal¨¢n. Ser¨ªa tan ingenuo negarlo, bien por desconocer su existencia, bien por darlo por resuelto, como suponer que se plantea siempre en los mismos t¨¦rminos. De alg¨²n modo el problema catal¨¢n existe desde la uni¨®n personal de los dos reinos, con largos periodos en que permanece latente y otros en que salta a la superficie con mayor o menor vigor. Pero no s¨®lo cambia la intensidad con que se presenta en la vida espa?ola, sino sobre todo por los t¨¦rminos en que se plantea. Formulado como el de "una naci¨®n a la b¨²squeda de un Estado propio", es una cuesti¨®n relativamente reciente que en sus primeros balbuceos todo lo m¨¢s se remonta a la segunda mitad del XIX.Ante esta ¨²ltima formulaci¨®n del problema catal¨¢n caben tres respuestas: la primera, negar que Catalu?a sea una "naci¨®n" y aplicar este concepto s¨®lo a la "espa?ola"; la segunda, reconocer la existencia de una "naci¨®n catalana" y, consecuentemente, aspirar a constituir un Estado propio e independiente; la tercera, admitir que Catalu?a constituye una "naci¨®n", pero, en vez de concluir la independencia como ¨²nica salida, subrayar las muy distintas formas de integraci¨®n pol¨ªtica practicables en sociedades plurinacionales. La unificaci¨®n pol¨ªtica de Europ¨¢ es un proyecto que impulsa y ratifica esta tercera v¨ªa.
Pues bien, en la situaci¨®n actual queda bastante bien definido el problema catal¨¢n, si se pone ¨¦nfasis en el hecho de que cada una de las tres respuestas posibles implica una buena dosis de ambig¨¹edades, dificultades y hasta contradicciones: vista desde Catalu?a la "cuesti¨®n catalana" no s¨®lo consiste en tener que optar por uno de estos tres caminos, sino sobre todo en que, cualquiera que sea la senda elegida, nos topamos con obst¨¢culos dif¨ªciles de salvar.
Examinemos brevemente cada una de estas v¨ªas. La forma m¨¢s f¨¢cil de disolver, que no de resolver, el problema catal¨¢n es negar que Catalu?a constituya una "naci¨®n". Y en efecto, la Constituci¨®n expresa claramente en el art¨ªculo 2 que "se fundamenta en la indisoluble unidad de la Naci¨®n espa?ola, patria com¨²n e indivisible de todos los espa?oles". Naci¨®n, como madre, no habr¨ªa m¨¢s que una, "la espa?ola", y Catalu?a quedar¨ªa rebajada a ser tan s¨®lo una "nacionalidad". No voy a meterme en los muchos recovecos y malentendidos que ocultan estos dos conceptos, que en el texto constitucional aparecen como diferentes y jerarquizados. La soluci¨®n "legal" del problema no evita que una buen parte de los catalanes considere que Catalu?a re¨²ne todos los requisitos hist¨®ricos, territoriales, culturales y ling¨¹¨ªsticos para constituir una "naci¨®n", diga lo que diga la Constituci¨®n "espa?ola". Queda as¨ª de manifiesto un primer aspecto del problema catal¨¢n: la Constituci¨®n deja fuera de su ¨®rbita a todos los catalanes que consideran que Catalu?a es una "naci¨®n". No hace falta subrayar la gravedad de este hecho, por mucho que hasta ahora el buen sentido de las partes no insista demasiado en ello.
La transici¨®n pac¨ªfica hacia la democracia supuso aceptar dos principios que para bastantes espa?oles eran todo menos evidentes, pero sobre los que no se permiti¨® disentir. Ambos est¨¢n recogidos en el art¨ªculo primero de la Constituci¨®n: la soberan¨ªa reside en el "pueblo espa?ol"; es decir, no hay m¨¢s "naci¨®n" que la "espa?ola". Segundo, "la forma pol¨ªtica del Estado espa?ol es la Monarqu¨ªa parlamentaria". La unidad y la forma mon¨¢rquica del Estado son los dos principios impuestos, en el sentido de que no hubo opci¨®n particular para cada uno de ellos: el que quisiese una organizaci¨®n democr¨¢tica del Estado franquista ten¨ªa que asumirlos. El independentismo y el republicanismo quedaron fuera del orden constitucional.
Si el concepto de "naci¨®n", tal como cuaja a lo largo del siglo XIX, significa todav¨ªa algo, no hay duda de que muy bien cabe aplicarlo a Catalu?a. Pero de nada servir¨ªa un largo y erudito discurso sobre el concepto de "naci¨®n" para mostrar que se puede atribuir a Catalu?a. No importa lo que dictaminen los expertos o piense el resto de los espa?oles; para ser Catalu?a realmente una "naci¨®n" basta con que los catalanes as¨ª lo quieran. Aqu¨ª est¨¢ la madre del cordero. Ignoramos la proporci¨®n exacta de catalanes que considera a Catalu?a una "naci¨®n". Hay que dejar constancia de que as¨ª como los catalanes se dividen en castellano-hablantes y catalano-hablantes, tal vez una proporci¨®n menor que estos ¨²ltimos considera Catalu?a una "naci¨®n" frente a los que la tienen por una "nacionalidad" o "regi¨®n" de la "naci¨®n espa?ola".
Por duro de encajar que resulte para algunos nacionalis-
Mos, hay que reconocer el hecho de que si Catalu?a es una naci¨®n", lo es de forma escindida, cultural, ling¨¹¨ªstica y pol¨ªticamente. Una parte de los catalanes re¨²ne todos los requisitos para ser una "naci¨®n" y adem¨¢s considera a Catalu?a como tal, mientras que otra buena parte de la poblaci¨®n se considera catalana desde su lengua y cultura castellanas, y no pocos incluso desde su fidelidad a la "naci¨®n espa?ola". As¨ª de hoscos y tercos suelen ser los hechos.
El impedimento fundamental para esta segunda v¨ªa independentista es la escisi¨®n de Catalu?a que, si bien se explica por la peculiar historia de este pa¨ªs, resulta consustancial con la Catalu?a actual y, por tanto, de alg¨²n modo irreversible. Por ejemplo, Catalu?a es una sociedad biling¨¹e: la "normalizaci¨®n del catal¨¢n", tan imprescindible y hasta ahora exitosa para consolidar, y aun extender, el catal¨¢n como primera lengua en Catalu?a, no puede aspirar a la larga a acabar con el biling¨¹ismo, sin producir hondas tensiones sociales. De la misma manera, cualquier nacionalismo independendista que se salga de la mera reivindicaci¨®n te¨®rica provocar¨¢ una reacci¨®n nacionalista "espa?ola" en sentido contrario.
El hecho es que no s¨®lo Espana se compondr¨ªa de distintas "naciones", sino que la misma Catalu?a es una sociedad pluricultural y plurinacional. La idea decimon¨®nica de una "naci¨®n catalana" culturalmente homog¨¦nea, si alguna vez fue cierta, hace mucho que ha dejado de corresponder con la realidad. En un momento hist¨®rico en que las viejas "naciones" europeas muestran tantas dificultades para convertirse en sociedades pluriculturales, Catalu?a es un ejemplo magn¨ªfico de este tipo de convivencia. El biling¨¹ismo es el destino asumido de cada vez m¨¢s ciudadanos europeos, y Catalu?a es nuestro mejor ejemplo de biling¨¹ismo practicado. Si Catalu?a se descubre tal como es, y no como pretenden que sea desde los distintos nacionalismos, caer¨¢ en la cuenta de que, lejos de ser la "excepci¨®n", la "diferencia"', en cierto modo es el modelo pluricultural de la Europa en ciernes. Parecen superadas las formas pol¨ªticas de integraci¨®n que adoptaron las viejas "naciones" -de ah¨ª la debilidad del "nacionalismo" empe?ado en crear nuevos "estados nacionales"-, pero las nuevas, federalistas dentro de la Comunidad Europea, son todav¨ªa dise?os futuros que podr¨ªan desvanecerse. Desde Catalu?a, el federalismo europeo aparece como una posible soluci¨®n del problema catal¨¢n; pero a nadie se le escapa que esta "soluci¨®n" est¨¢ todav¨ªa en el alero. Pueden ocurrir a¨²n muchas cosas que la revelen una mera ilusi¨®n. De ah¨ª que el problema catal¨¢n siga vigente, y, m¨¢s all¨¢ de la hojarasca ideol¨®gica cargada de prejuicios que se ha acumulado a ambos lados del Ebro, haya que discernir en qu¨¦ t¨¦rminos: hay tambi¨¦n un problema catal¨¢n, porque las relaciones entre los catalanes y el resto de los espa?oles no dejan de ser "problem¨¢ticas". En vez de desbaratar tema tan crucial con unas cuantas frases precipitadas, habr¨¢ que volver a ¨¦l en otra ocasi¨®n.
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