?Se ahoga o no se ahoga?
Comprendo que ¨¦ramos muy becerros, y lo cuantitativo predominaba sobre lo cualitativo despu¨¦s de las hambres que hab¨ªamos pasado y a¨²n pas¨¢bamos. Los soci¨®logos de no s¨¦ qu¨¦ han dictaminado que las se?oras gordas y tetudas se llevan en tiempos de escasez, generalmente en las posguerras, y casi todos los excesos suelen corresponder a estos periodos hist¨®ricos, ¨¦ticos y est¨¦ticos. Si una actriz de Hollywood gustaba en relaci¨®n casi directa a su abundancia, los bar¨ªtonos eran m¨¢s apreciados si cantaban mucho y fuerte, sobre todo si aguantaban el do de pecho hasta las puertas de la UVI. Igual pod¨ªa decirse de los agudos de las cantantes, provocadores de bizqueos y desoxigenaciones cerebrales de las que muchas a¨²n no se han recuperado. Entre las frutas art¨ªsticas ex¨®ticas de la ¨¦poca recuerdo a Ima Sumac, presentada como princesa inca misteriosamente salvada del genocidio de los hermanos Pizarro y capaz de sobrevivir hasta nuestro tiempo sin otro prop¨®sito que vengarse de los espa?oles rompi¨¦ndoles el t¨ªmpano. La Sumac hac¨ªa con la voz lo que Robert de Niro con su cuerpo y su gestualidad: era capaz de cantar como una holoturia, como Manolo Caracol, como recogedor de basura de los a?os cincuenta y como la Torroja de Mecano, de la misma manera que Robert de Niro puede interpretar desde un jarr¨®n con flores o sin flores hasta don Francisco Franco cantando la Internacional en gallego.Pues bien, en este contexto de demanda de abundancias se nos present¨® un muchacho llamado Antonio Molina y nos dej¨® boquiabiertos. Yo a¨²n lo estoy. Ten¨ªa una voz ambigua para, los niveles de rigurosa bisexualidad de la ¨¦poca, pero era evidente que se trataba de un atributo l¨ªrico m¨¢s que de una mala intenci¨®n moral. Una voz pl¨¢stica para la expresi¨®n de los lirismos m¨¢s dulces hasta que de pronto el cantante estrangulaba la voz, la sub¨ªa, la bajaba, se la llevaba al Este, al Oeste, y todo eso sin respirar, ante la angustia del p¨²blico. ?Se ahoga, no se ahoga? No. No se ahogaba. El que casi se ahogaba era el oyente, porque conten¨ªa la respiraci¨®n en un acto mec¨¢nico o solidario, y m¨¢s de un asma cr¨®nica se ha contra¨ªdo por simpat¨ªa respiratoria con los excesos de Antonio Molina. Los adolescentes de la ¨¦poca, todav¨ªa con la voz a medio definir, a veces nos lanzamos a la aventura de imitarle, pero normalmente perec¨ªamos en el esfuerzo y as¨ª nos d¨¢bamos cuenta de lo mucho que costaba llegar a donde llegaba el ¨ªdolo. Porque lo era. Un ¨ªdolo que no dur¨® mucho, ignoro si por cansancio esc¨¦nico o por cansancio vocal, capaz de arrastrar masas y adhesiones debido a una simpat¨ªa que emanaba no s¨®lo de su voz acr¨®bata, sino de una manera de ser, de estar, representaci¨®n viva del proletario andaluz emancipado gracias al arte, aunque en aquellos a?os la palabra proletario estuviera prohibida y fuera sustituida por productor o econ¨®micamente d¨¦bil.
Los argumentos cinematogr¨¢ficos que le sirvieron al portentoso cantante eran de juzgado de guardia. Una agresi¨®n a la inteligencia del pa¨ªs, pero la inteligencia colectiva del pa¨ªs no se dio por aludida e hizo colas para ver a Antonio Molina interpretando el papel de aguador, de minero, de picapiedra, de lo que fuera con tal de que luciera la musculatura de la voz y del cuerpo. Ten¨ªa una belleza masculina, y l¨ªrica que gustaba mucho a las mujeres tan raciales de aquellos tiempos, y, de haber sobrevivido como arttista algo m¨¢s, Antonio Molina hubiera necesitado un Fellini a la espa?ola para acabar de dar el retrato de s¨ª mismo en la ¨¦poca que le hizo posible. A?os despu¨¦s le¨ª alguna revista que le recuperaba y me di cuenta de que era un hombre bueno y sabio, tolerante y l¨²dico, que se subi¨® a su voz para ver m¨¢s all¨¢ de la tapia de la pertinaz pobreza, de la pertinaz sequ¨ªa de la posguerra.
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