Un 'maquiavelo' tropical
La sentencia contra Noriega no aclara los ministerios que rodean al general
Es probable que ¨¦sta sea una de las ¨²ltimas cr¨®nicas que se publiquen sobre el general paname?o Manuel Antonio Noriega, un hombre insignificante que, pese a serlo, llen¨® durante media d¨¦cada las p¨¢ginas de todos los peri¨®dicos y ocup¨® la atenci¨®n prioritaria de la primera potencia del mundo, Estados Unidos. Un largo juicio, en Miami lo lleva a la c¨¢rcel para el resto de su vida sin aclarar los misterios que rodean a este extravagante general, a medio camino entre un vulgar delincuente de barrio y un maquiavelo tropical.
?Qu¨¦ sabe, en realidad, Noriega de los hilos siniestros que mueven el narcotr¨¢fico? ?Qu¨¦ sabe de los sinuosos caminos por los que ha transitado la pol¨ªtica de EE UU en Centroam¨¦rica en los ¨²ltimos a?os? ?Qu¨¦ sabe de Nicaragua, de la contra, de la CIA? ?De qu¨¦ habl¨® con Fidel Castro, con George Bush, con Pablo Escobar? ?Para qui¨¦n trabajaba? ?A qu¨¦ pactos lleg¨® con Washington? ?A qui¨¦n le rob¨® dinero, a qui¨¦n se lo entreg¨®?El propio general se neg¨® a dar explicaciones durante su juicio en Miami. Quiz¨¢ porque no ten¨ªa nada que decir. Quiz¨¢ porque asistimos, simplemente, al final de un personaje que no pas¨® de ser el protagonista de una opereta.
Hombre primitivo y astuto, Manuel Antonio Noriega naci¨® hace 52 a?os en un remoto lugar de las selvas paname?as y pas¨® su infancia entre el lumpen de la capital del pa¨ªs. Se cri¨® sin madre, marcado por su origen social, el mestizaje de su sangre y las secuelas de una viruela que le convirtieron para siempre en el cara de pi?a. Encontr¨® en el Ej¨¦rcito el refugio que en Panam¨¢, como en tantos otros pa¨ªses de Am¨¦rica Latina, buscan los que pretenden reconocimiento sin otros medios para conseguirlo.
Seguramente la mitad de lo que se ha dicho de ¨¦l son puras fantas¨ªas. Quienes le conocen bien saben que Noriega no daba la talla de la aviesa figura que se hizo de ¨¦l en v¨ªsperas de la invasi¨®n norteamericana de Panam¨¢ en 1989.
En buena medida, el general Noriega no fue m¨¢s que fruto de su tiempo y de su entorno. En esos a?os, en un pa¨ªs como Panam¨¢, los militares no llegaban a general precisamente por sus m¨¦ritos profesionales. Aunque Noriega tuvo algunos: fue un buen oficial del servicio secreto que le lav¨® los trapos sucios a Omar Torrijos en m¨¢s de una ocasi¨®n, y, quiz¨¢, hasta le salv¨® la vida cuando descubri¨® y contuvo un golpe de Estado preparado contra el entonces famoso y respetado coronel.
Negocios en marcha
Es d¨ªficil demostrar que los negocios de narcotr¨¢fico en los que Noriega tuvo participaci¨®n no estuvieran en marcha mucho antes de su ascenso a la c¨²pula del poder en Panam¨¢. Y es indiscutible que su r¨¦gimen dictatorial no fue m¨¢s que una continuaci¨®n -algo m¨¢s soez- del que hab¨ªa sido instaurado por Torrijos.Esto no permite tampoco establecer una semejanza entre Noriega y Torrijos. A Noriega le sobraba ambici¨®n personal y le faltaba sentido de la historia para parecerse a su antecesor. Frente a la excepcional grandeza humana de Torrijos, Noriega fue un personaje mediocre con aspiraciones mediocres: enriquecerse, disfrutar del poder y sobrevivir en ¨¦l. Es seguro que Noriega no quiso entrar en la historia de Panam¨¢; fueron las circunstancias las que le concedieron lo que hoy puede considerarse ese triste privilegio.
Manuel Antonio Noriega disfrutaba en sus fiestas nocturnas donde las mujeres se postraban a sus pies para reclamar alg¨²n favor. Disfrutaba con sus uniformes de dise?o, con su colecci¨®n de sapos, con sus infantiles regalos de cumplea?os, con su whisky Chivas y sus galletas Oreo. Disfrutaba, sobre todo, con Vicky Amado, la ¨²nica mujer que le comprendi¨® y le hizo feliz, y la que le mantuvo lejos de la pesadilla de su esposa Felicidad, que le avergonz¨® hasta el ¨²ltimo momento con sus aficiones cl¨¦ptomanas.
No se puede pensar en Noriega como en el cl¨¢sico general bananero con delirios. de grandeza. Sus delirios iban por otros derroteros que tienen m¨¢s que ver con su mente tortuosa. Costar¨ªa creer que un hombre al que se le supon¨ªa al servicio de diversas agencias de espionaje empleara tanto tiempo en la b¨²squeda de su equilibrio espiritual. Ese af¨¢n le arrastr¨® detr¨¢s de cada hechicero o vidente que se pon¨ªa de moda, le llev¨® del catolicismo al budismo, para acabar en el anglicanismo o en qui¨¦n sabe qu¨¦ ¨²ltima cosa.
Intuici¨®n
Noriega sab¨ªa hacer uso del poder, pero no por inteligencia, sino por intuici¨®n. Durante su mandato tuvo la habilidad de causar m¨¢s temor por lo que se supon¨ªa que era capaz de hacer que por lo que hac¨ªa. Con mucha raz¨®n se le cre¨ªa un hombre sin escr¨²pulos. No se le conoc¨ªa m¨¢s regla moral que cuidar de s¨ª mismo. No es extra?o, por tanto, que fuese un gran amigo de los sandinistas al tiempo que prestaba ayuda a la Contra. Ni que formase parte de la n¨®mina de la CIA a la vez que negociaba con Cuba. Todos lo sab¨ªan y a nadie parec¨ªa importarle. En el fondo, porque en ninguna de esas misiones pas¨® de ser un correveidile, al que no le interesaban m¨¢s que los beneficios que extra¨ªa.Tampoco fue extra?o, por tanto, su pat¨¦tico final, escondido bajo las sotanas del nuncio Sebasti¨¢n Laboa, pocos d¨ªas despu¨¦s de la invasi¨®n, y encadenado, m¨¢s tarde, por los soldados norteamericanos, a los que se entreg¨® voluntariamente. En sus ¨²ltimos d¨ªas en Panam¨¢, Noriega no tuvo m¨¢s ayuda que la de las monjas que le lavaban sus calzoncillos rojos. Como era previsible, todos sus amigos, los que compartieron privilegios a la sombra del poderoso general, le abandonaron.
Durante las ¨²ltimas sesiones del proceso de Miami, Noriega era un hombre empeque?ecido , aislado por un idioma que no conoce y desorientado en un mundo que le es extra?o.
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