Adi¨®s a Boyo
La bofetada electoral convierte al estadista en diputado de a pie
El sue?o termin¨® el jueves, con el estupor de la madrugada y la derrota. El beso de las urnas ha devuelto a Neil Kinnock, el estadista, a la realidad del viejo Boyo, el simp¨¢tico charlat¨¢n. Quer¨ªa madurar como primer ministro, pero envejecer¨¢ en un esca?o oscuro de la oposici¨®n. Los libros de historia no le dedicar¨¢n cap¨ªtulos, sino notas a pie de p¨¢gina. Tal vez esas referencias marginales le hagan, por una vez, justicia. Los historiadores tender¨¢n a olvidar el car¨¢cter pintoresco y las lagunas intelectuales de Boyo (Boy, chico, tal como lo pronuncia ¨¦l con acento gal¨¦s), y constatar¨¢n que fue honrado y valiente, profundamente solidario, que se dej¨® la piel en el empe?o de reformar la izquierda brit¨¢nica.Es un orador exuberante (26 palabras cada frase, como promedio) y es incapaz de callarse un chiste incluso en los momentos m¨¢s inoportunos. Con esa extraversi¨®n encubre su fragilidad, sus repentinos cambios de humor y sus ocasionales depresiones -"tendencias suicidas", como las llama la ultraconservadora prensa sensacionalista- Ahora, sin duda, atraviesa la peor de las crisis. Su rostro, embotado y r¨ªgido, refleja el infierno personal. en que se encuentra.
Ingres¨® en el Partido Laborista a los 14 a?os, y al partido se lo ha consagrado todo. Naci¨® el 28 de marzo de 1942 en Vale View, una aldea de Gwent (Gales), hijo ¨²nico de una enfermera y de un minero.
El ambiente de su infancia fue el del proletariado gal¨¦s, devastado por la dureza del trabajo en la mina y los accidentes profesionales. "Soy el primer var¨®n de mi familia, en unas tres generaciones, que puede confiar razonablemente en abandonar este mundo con m¨¢s o menos el mismo n¨²mero de manos, piernas, dedos y ojos que ten¨ªa al nace", dijo una vez.
En la universidad no destac¨® por sus notas, muy mediocres, pero s¨ª por su vigorosa presencia en las asambleas. Obtuvo su primer ¨¦xito pol¨ªtico con un boicoteo contra las naranjas racistas surafricanas en la cafeter¨ªa de la Universidad de Cardiff.
En 1970, con s¨®lo 28 a?os, fue elegido diputado. De esa ¨¦poca son sus actitudes antimon¨¢rquicas, su defensa de los "impuestos confiscatorios sobre los que est¨¢n podridos de dinero" y su absoluta fe en el marxismo, cuyo complejo entramado te¨®rico nunca lleg¨® a entender.
Su gran aventura personal comenz¨® en octubre de 1983, cuando sucedi¨® a Michael Foot al frente del Partido Laborista. Tuvo que abdicar de todas sus convicciones personales para hacer electoralmente aceptable el programa laborista, impregnado del trasnochado radicalismo que le convert¨ªa, en frase de la ¨¦poca, en "una larga nota de suicidio".
Han sido nueve a?os como jefe de la oposici¨®n. Nadie, en la historia pol¨ªtica brit¨¢nica, hab¨ªa resistido tanto tiempo en el inc¨®modo banco de los perdedores. En su caso, la tortura era doble, porque sentada enfrente estaba la feroz Margaret Thatcher, con la que disput¨® casi 600 debates.
Mientras soportaba las pullas de Thatcher y de la prensa, tuvo que enfangarse en el trabajo sucio de purgar el partido de ultraizquierdistas, y lo hizo con paciencia y determinaci¨®n. Encabez¨® una larga marcha desde la izquierda ultramontana a la social-democracia, desde el aislacionismo a la fe en la Comunidad Europea. Dot¨® al partido de un programa casi atractivo e hizo de s¨ª mismo casi un primer ministro.
El esfuerzo no ha sido suficiente. Neil Kinnock inici¨® hace nueve a?os la traves¨ªa del desierto, pero no ha podido conducir a su gente a la tierra prometida.
Parece quedar mucho camino todav¨ªa. Podr¨ªa ser, como dicen algunos, que la tierra prometida del laborismo ya no exista.
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