Cacharros por San Isidro
La plaza de las Comendadoras acoge hasta el domingo la Feria de la Cacharrer¨ªa que se instituy¨® hace doce a?os para recuperar un tradicional arte de cuya historia, a grandes rasgos, da aqu¨ª cuenta la inspiradora de la muestra.
En este mayo isidril se cumplen 12 a?os de la I Feria de la Cacharrer¨ªa en la plaza de las Comendadoras de Madrid. Parecer¨¢ a los m¨¢s j¨®venes que esa feria lleva celebr¨¢ndose muchos a?os por ser algo tradicional, y, efectivamente, de toda la vida se han vendido y venden c¨¢charros por estas fechas en la pradera de San Isidro.La feria de las Comendadoras, sin embargo, y con la venia del lector, es un invento de quien esto escribe, espoleada. la imag¨ª naci¨®n por la propuesta del alcalde socialista Tierno Galv¨¢n y el entonces concejal Enrique del Moral. Corr¨ªa el a?o 1980. Se intentaba poner de relieve una tradici¨®n al mismo tiempo que vitalizar una muy hermosa plaza de Madrid. Las pocas monjas que quedan en el magn¨ªfice convento de las Comendadoras, de Santiago (1650) se alegran del bureo y los trajines que por una semana se forman bajo sus celos¨ªas.
Hoy, la feria ha prendido y ha evolucionado como ten¨ªa que ser. Van a la feria no s¨®lo los vecinos del barrio, sino que acuden de otros porque la vena ecol¨®gica est¨¢ influyendo a la hora de elegir vasijas para guisar, y el barro es material privilegiado, tambi¨¦n en este aspecto. Se venden a precio asequible cazuelas zamoranas, lozas blancas de La Rambla o vascas de Narvaja. Y no pod¨ªan faltar los botijos coloraos de Salvatierra de los Barros (Badajoz), caracter¨ªsticos de la feria isidril.
Tambi¨¦n van a la feria gentes interesadas en piezas de extinguidos centros alfareros para tener en su entorno como cerros testigos de algo que no conocieron pero est¨¢ en la memoria colectiva. Justamente ha surgido un nuevo cliente, el coleccionista. A todos dan respuesta los comerciantes que se han asociado y son hoy ¨²nicos responsables de la continuaci¨®n de esta feria.
Repasando someramente la historia de la ind ustria cer¨¢mica en Madrid, vemos que los primeros documentos se refieren a tejeros y ladrilleros y son de 1500.
En los arrabales de aquel Madrid de barro y poca piedra, parte del paisaje se formaba con amplios y abiertos lugares donde las tejas y ladrillos se secaban al sol y donde se apilaba el ram¨®n para los hornos. Estaban en lo que andando el tiempo se llam¨® Puerta Cerrada.
Conforme Madrid crec¨ªa, las te er¨ªas se iban alejando, puesto que los humos eran intoxicantes. (?Qu¨¦ iron¨ªa escribir sobre la protocontaminaci¨®n madrile?a!) Las Tejeras, por ejemplo, era la zona donde exist¨ªan m¨¢s talleres. Hoy es el lujoso barrio de Chamber¨ª.
La capitalidad de Madrid supuso crecimiento de la poblaci¨®n y consiguiente necesidad de viviendas, dando buen trabajo a los del barro por ser casas terrizas la mayor¨ªa de las construidas. Eran de un solo alto y se las conoc¨ªa como casas a la malicia, no porque el pecado nefando se aposentara en ellas, sino para escapar al impuesto o regal¨ªa de aposento que gravaba a las viviendas de m¨¢s de una plant¨¢.
En esas casas tristonas y poco aparentes que tanto sorprend¨ªan a los viajeros que se dejaban caer por Madrid, y en los palacios y conventos, ?qu¨¦ cacharros se usaban para guisar y comer?
Jofainas baratas
En los 37 gremios en la Villa en 1622, ya aparecen los alfareros, aunque no sabemos d¨®nde estaban sus obradores, ni descripci¨®n de sus labores. L¨®gicamente se fabricar¨ªan ollas, pucheros, lebrillos, c¨¢ntaros, etc¨¦tera. En los a?os sesenta, document¨¦ alfares todav¨ªa activos en la llamada antiguamente Huerta del Obispo, en la calle de Villaamil, en Valdeacederas, y dos en el barrio de Arturo Soria. En -Madrid se fabric¨® tambi¨¦n loza. Sabemos que se fabricaban "escudillas de Madrid" que costaban siete maraved¨ªes, un plato grande de 14 y una jofaina de medio real. Bien barato si lo comparamos con el precio del pan: 21 maraved¨ªes el kilo, o el aceite a 61 el litro (pr¨¦cios de 1681).
Pero lo que en Madrid se usaba mayormente en el d¨ªa a d¨ªa de casas y figones eran cacharros venidos de la provincia. Y aqu¨ª las labores de Alcorc¨®n son protagonistas. De all¨ª han venido hasta los a?os setenta los famosos pucheros, cazuelas, barre?os, c¨¢ntaros que igual se produc¨ªa para agua que para fuego con probada calidad, seg¨²n testimonian las citas desde Lope de Vega hasta Eugenio Noel.
Compet¨ªan con Alcorc¨®n los barros de Camporreal, Chinch¨®n, Navalcarnero, Alcal¨¢ de Henares, Almonacid, Fuentelaencina.
El agua se refrescaba en los blancos botijos de Oca?a y en los coloraos de Salvatierra, y se guardaba, igual que el vino, en las panzudas tinajas de Colmenar de Oreja.
La loza ven¨ªa de Talavera, Puente del Arzobispo, Toledo, Manises y Alcora, aunque en el siglo XVIII exist¨ªan tres f¨¢bricas de loza en la capital. En el siglo XIX, los madrile?os se surt¨ªan de las lozas burguesas al tratar de la fabricaci¨®n al estilo estampado ingl¨¦s de La Cartuja de Pickinarim. (Sevilla), en Cartagena, en Sargadelos o en la cercana Valdemorillo.
Las lozas y los barros se compraban en los mercados de las plazas del Alamillo y de la Paja, en las Vistillas y las puertas de Moros, Toledo y San Vicente.
Se vend¨ªan en el suelo entre pajas, o todo lo m¨¢s entre cajones y tinglados que se armaban en esos puntos junto a las hortalizas y dem¨¢s mercanc¨ªas de consumo cotidiano llegadas a la Villa a lomos de mulos o en modestos carromatos guiados por trajinantes. El cacharrero de Goya es una ilustre prueba iconogr¨¢fica de dicho sistema de venta.
Andando el tiempo, y hasta casi hoy mismo, las lozas bastas y los barros se vend¨ªan en las inolvidables cacharrer¨ªas junto al jab¨®n y asper¨®n, los recortables, los soldaditos de plomo y los juguetillos de hojalata.
Bienvenida sea esta XII Feria de la Cacharrer¨ªa en la recoleta plaza de las Comendadoras, no lejos de la antigua casa beaterio para arrepentidas de la calle de San Leonardo y de la Galera -c¨¢rcel de mujeres- de la calle de'San Bernardo. En ese barrio, muchas mujeres han suspirado, trabajado, rezado, re¨ªdo, cerca de pucheros, ollas, jarras y misteriosos b¨²caros de oler y comer.
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