El poder de una prosa
Todav¨ªa est¨¢ por escribir la adecuada cr¨ªtica de los logros ret¨®ricos y estil¨ªsticos de Ortega: sus or¨ªgenes y la trayectoria vital en su biograf¨ªa, su impacto en el estilo de la prosa del espa?ol contempor¨¢neo. Rechazando el rebuscado estilo t¨¦cnico com¨²nmente asociado al profesorado alem¨¢n del siglo XIX, fue Ortega el art¨ªfice de una prosa oratoria de poderes diversos, a veces elegantemente sencilla y enseguida disciplinada por la sabidur¨ªa y fermentada por el ingenio. Este estilo plenamente art¨ªstico, agudo y rico en invenci¨®n metaf¨®rica, era desde luego m¨¢s que una especie de superior esteticismo, ya que la pasi¨®n intelectual de este autodeclarado espectador enraizaba en su comprensi¨®n de la teor¨ªa en cuanto un inspirado contemplar, como escrutinio en busca de la verdad. Sin embargo, Ortega sab¨ªa que, pese a todo su poder de clarificaci¨®n, la teor¨ªa sola resultaba insuficiente para el precario viajar que es la vida humana, en la que cada uno de nosotros ha de trazar su propio rumbo a trav¨¦s de las incertidumbres de la alta mar que amenaza siempre con naufragios. Nadie mejor que Ortega ha evocado en este contexto el oprimente mundo circunstante que nos obliga a definirnos a nosotros mismos en ¨¦l y contra ¨¦l: la vida, se?al¨®, se nos dispara "a quemarropa". El hombre era para ¨¦l esencialmente un superviviente que sal¨ªa cada d¨ªa a superficie renovado para llevar de nuevo a cabo su proyecto vital. De ah¨ª el que la danza, los toros, la cetrer¨ªa, la navegaci¨®n y la estrategia b¨¦lica le proveyeran con muchos de sus esquemas para las actividades del pensar y del vivir.No es de extra?ar que el sentir de Ortega por la vivificante presi¨®n de las circunstancias corriera parejo con el de su egregio contempor¨¢neo Jorge Guill¨¦n, cuyas l¨ªneas del M¨¢s all¨¢ son una versi¨®n po¨¦tica del sentido de asombro y de alegr¨ªa del fil¨®sofo al encontrarse con el mundo: "Mientras van present¨¢ndose / todas las consistencias que al disponerse en cosas me limitan, me centran ". Y el decir de Guill¨¦n de "A ciegas acumulo / destino: quiero ser" es eco del sentir de Ortega de que nosotros escogemos nuestro destino al vivir nuestro camino hacia ¨¦l. Guill¨¦n -que habl¨® de vivir "a la altura de las circunstancias", que cant¨® Voy salvando el presente y que afirm¨® La realidad me inventa- articul¨® en versi¨®n l¨ªrica mucho de lo que Ortega ense?¨®. Ambos pusieron la experiencia inmediata y la integridad est¨¦tica por delante de la completividad sistem¨¢tica. Por su parte nunca permiti¨® Ortega que la busca de la teor¨ªa oscureciera su halconada visi¨®n de la vida o que menoscabase su apetito por la diversidad del mundo.
Comunicar
Al igual que la obra noble de Guill¨¦n, los ensayos de Ortega est¨¢n caracterizados tambi¨¦n por una consistente voluntad de comunicaci¨®n. Cierto que su desconfianza hacia determinados fil¨®sofos de su generaci¨®n surg¨ªa de su disgusto del tono histri¨®nico de ¨¦stos o de su proclividad hacia un arcano lenguaje terminol¨®gico.El primero de esos vicios lo detect¨® en Unamuno, cuyos soliloquios, sentido de crisis religiosa y cuasi m¨ªstico hispanocentrismo, eran extra?os a la mente de Ortega; el segundo, en Martin Heidegger, cuyos profundos buceos en el lenguaje despreciaban la claridad que Ortega consideraba ser la cortes¨ªa del fil¨®sofo hacia su p¨²blico. Como ¨¦l observ¨®, el buen estilo filos¨®fico consiste "en que el pensador, evadi¨¦ndose de las terminolog¨ªas vigentes, se sumerja en la lengua com¨²n, pero no para usarla sin m¨¢s y tal como existe, sino ref¨®rm¨¢ndola desde sus propias ra¨ªces ling¨¹¨ªsticas". Tal transformaci¨®n no tiene por qu¨¦ entrar a saco en el lenguaje sino que, por el contrario, debe llevar sus palabras corrientes hacia nuevos terrenos sem¨¢nticos. Con fines filos¨®ficos Ortega radicaliz¨® o acu?¨® de nuevo palabras clave del espa?ol tales como "ser", "estar", "vida", "yo", "circunstancia" y "salvaci¨®n".
Ortega comprendi¨®, como lo han hecho otros pocos fil¨®sofos, las hundidas ra¨ªces coloquiales de incluso la m¨¢s refinada de las expresiones ling¨¹¨ªsticas. Escribir no es hablar, pero el escritor que olvida la corriente vocal subterr¨¢nea que fluye bajo sus l¨ªneas se aliena a s¨ª mismo -y lo propio hace con quienes le leen- de la ecolog¨ªa del lenguaje. Como modernizador de lo que ¨¦l percib¨ªa ser una cultura filos¨®ficamente arcaica, Ortega estuvo decidido a hacer filosofia que fuera posible en espa?ol y al mismo tiempo asequible para un amplio p¨²blico culto. Mas tal reto impon¨ªa tambi¨¦n condiciones que le obligaban a exponer gran parte de su pensamiento en cursos universitarios, mediante ciclos de conferencias y a trav¨¦s de las p¨¢ginas de los peri¨®dicos. En su decisi¨®n de llegar a auditorios tan francamente distintos desarroll¨® un estilo oratorio vivo, realista y agradablemente ingenioso. Pero esas inn¨²meras tareas le privaron tambi¨¦n de poder revisar gran parte de su obra, acopiada a veces sin su repaso a lo largo de su vida o reconstruida despu¨¦s por sus editores. Esta realidad fundamental de su producci¨®n filos¨®fica trabaj¨® en su favor en ilustres y famosos ciclos de conferencias como ?Qu¨¦ es filosofia?, En torno a Galileo y Unas lecciones de metaf¨ªsica, pero el pleonasmo y la reiteraci¨®n empa?aron tambi¨¦n incluso sus mejores trabajos. En el exilio despu¨¦s de 1936 se apart¨® Ortega de su temprano papel de estupendo conferenciante y ensayista, y aspir¨® a igualar a Heidegger en la producci¨®n de grandes libros sistem¨¢ticos. Anunci¨® durante a?os la inminente aparici¨®n de sus magnus opus: La aurora de la raz¨®n hist¨®rica. Jam¨¢s lleg¨® a ver la luz como tal, aunque mucho de lo que probablemente intentaba para sus p¨¢ginas hall¨® su camino hacia su obra m¨¢s ambiciosa de posguerra: La idea de principio en Leibniz. Este libro -escasamente comprendido y probablemente poco le¨ªdo- Pone de manifiesto el poco feliz efecto de sus esfuerzos por distanciarse de su estilo primero. Ortega escribi¨® de modo prol¨ªfico tras su apresurada salida de Espa?a en 1936, pero su vocaci¨®n de intelectual se vio truncada por la tragedia de la guerra civil. Jam¨¢s volver¨ªa a sentir la l¨ªmpida relaci¨®n con un p¨²blico admirador que hab¨ªa inspirado sus m¨¢s hermosas y vigorosas obras tempranas, compuestas en la radiante ma?ana de una Espa?a nueva animada de grandes esperanzas por resurgir de las cenizas de la vieja monarqu¨ªa parlamentaria. En aquellos d¨ªas, incluso bajo el yugo de Primo de Rivera, Ortega se afan¨® por crear c¨ªrculos de ciudadanos ilustrados para quienes la filosof¨ªa fuera parte de la vida diaria. Este esfuerzo le condujo a la c¨²spide de su poder como escritor entre 1929 y 1935, a?os ¨¦stos en los que la crisis pol¨ªtica de Espa?a parec¨ªa confirmar su comprensi¨®n de la vida en cuanto acicate urgente para elegir constantemente lo que se va a ser. Cuando la historia arruin¨® ese conjunto de circunstancias, el cambio de estilo en Ortega como escritor registr¨® sismogr¨¢ficamente el hecho.
Enigm¨¢tico silencio
Algunos escritores recuperan, e incluso intensifican, su voz en el exilio, mientras que otros enmudecen. Ninguno de esos dos azares fue exactamente el de Ortega. Despu¨¦s de la guerra civil sigui¨® trabajando, mas nel mezzo del cammin hab¨ªa cambiado el temple de su voz, y el enigm¨¢tico silencio que se impuso a s¨ª mismo en relaci¨®n con la guerra de Espa?a y con la de mayor trascendencia en Europa apuntaba a una herida en el centro de su propio ser. Este hombre, que hab¨ªa aceptado la doble vocaci¨®n de la pol¨ªtica y la filosofia y que hab¨ªa sido el clar¨ªn de la m¨¢s esplendorosa generaci¨®n moderna de Espa?a, era ya un fil¨®sofo itinerante -si bien de universal renombre-, mas sin hogar cultural definitivo.Digan lo que digan los eruditos e historiadores de ma?ana sobre su contribuci¨®n a Espa?a y a la filosofia del siglo XX, lo cierto es que muchas de las p¨¢ginas de Ortega pertenecen a la historia eterna de las letras espa?olas. A lo largo y a lo ancho de su obra, el arquero -una de sus im¨¢genes centrales- alcanza una y otra vez la diana. De todos los fil¨®sofos del siglo XX es ¨¦l quiz¨¢ el que nos ha regalado con el m¨¢s v¨ªvido retrato de la vida humana, circunstancializada en cuanto continuo drama de la existencia, como representaci¨®n desapasionada sobre el escenario del teatro del mundo.
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