La participaci¨®n creadora de Espa?a en la historia
En la v¨ªspera del siglo XXI, afirma el articulista, nuestro problema consiste en saber lo cue Con el cabal recuerdo y la debida estimaci¨®n de lo que fuimos y no fuimos anta?o podemos hacer los espa?oles para que la Espa?a una y diversa sea algo propio, no una pintoresca comunidad de consumidores en el concierto de los pueblos del planeta. Y a continuaci¨®n, el autor se?ala en qu¨¦ deber¨ªa consistir a su juicio el proceso de europeizaci¨®n de Espa?a.
Al margen de lo que los historiadores y los juristas han dicho y puedan decir sobre la realidad que nombra la palabra naci¨®n, dos egregios pensadores, uno del siglo pasado, Renan, otro del siglo XX, Ortega, han propuesto definiciones basadas en el sentimiento de quienes la componen. Renan se aten¨ªa al presente, en cuanto continuaci¨®n del pasado; para ¨¦l, la naci¨®n es "un plebiscito de todos los d¨ªas"; un t¨¢cito plebiscito, cabr¨ªa a?adir. Con su personal definici¨®n -"sugestivo proyecto de vida en com¨²n"-, Ortega pensaba ante todo en lo que la naci¨®n tiene de empresa colectiva, y, por tanto, de proyecto; proyecto l¨²cidamente vivido por los ciudadanos cultos y oscuramente sentido por los incultos.Dos preguntas suscita la hermosa definici¨®n de Ortega: vida en com¨²n, ?para qu¨¦?, y en el caso particular de Espa?a, ?cu¨¢l debe ser el contenido del proyecto para que realmente sea sugestivo?
?Para qu¨¦ la vida en com¨²n? No es preciso devanarse los sesos para dar con la respuesta: para convivir pac¨ªfica y creadoramente. Nadie negar¨¢ que dentro de un grupo humano puede haber vida com¨²n en la discordia; cruenta vida com¨²n hab¨ªa, pese a todo, entre los espa?oles que tan despiadadamente comenzaron a matarse entre s¨ª en 1936, y vida com¨²n escindida hubo en Espa?a bajo la paz que subsigui¨® a la victoria de Franco. Pero la paz como puro hecho -la no-guerra- no basta para la vigencia de un proyecto de vida en com¨²n, y menos si el proyecto ha de ser sugestivo.
Vida en paz
Hubo en el mundo antiguo dos modos de entender la vida en paz: la paz como pacto que nombra la palabra latina pax, paz meramente aceptada, y la paz como grato estado habitual, la eirene de los griegos. La actual Constituci¨®n espa?ola fue consecuencia de un pacto, y no menos lo ser¨¢ su reforma, si a ella se llega; en cierto modo, una pax al modo romano. ?Es posible que de esos pactos surja en Espa?a una convivencia ir¨¦nica, a la griega, y no meramente pactada, a la romana? S¨®lo si este hecho se produce podr¨¢ existir sobre nuestra tierra un sugestivo proyecto de vida en com¨²n. Pero, a la vez, s¨®lo si a los espa?oles pactantes se les ofrece un proyecto de vida en com¨²n sugestivo, s¨®lo as¨ª podr¨¢ ser realmente ir¨¦nica y no meramente pactada la. paz de su convivencia.
La llegada a esa meta exige como condici¨®n necesaria la vigencia real de una lengua com¨²n y el adecuado planteamiento de lo que una cultura com¨²n debe ser para los espa?oles. Pero tal condici¨®n no es suficiente, porque su cumplimiento conducir¨ªa a un estado, la pac¨ªfica convivencia, y no conllevar¨ªa un proyecto, la ejecuci¨®n de la vida en com¨²n hacia un objetivo realmente satisfactorio. El cual no debe ser otro que una eficaz participaci¨®n de la Espa?a una y diversa -participaci¨®n creadora, no meramente repetitiva- en la general historia de la especie humana. Con su importante contribuci¨®n en la g¨¦nesis del Estado moderno, con la colonizaci¨®n de gran parte de Am¨¦rica, con su literatura, su m¨ªstica y su pintura, con su tan decisiva parte en la invenci¨®n del derecho internacional, creadoramente ha contribuido Espa?a a la cultura universal. Bien lo demuestra la existencia de hispanismo e hispanistas en Jap¨®n y en Corea. Pero todas esas haza?as pertenecen al pasado, aunque sigan teniendo vigencia actual. En la v¨ªspera del siglo XXI, nuestro problema consiste en saber lo que con el cabal recuerdo y la debida estimaci¨®n de lo que fuimos y no fuimos anta?o podemos hacer los espa?oles para que la Espa?a una y diversa sea algo propio, no una pintoresca comunidad de consumidores en el concierto de los pueblos del planeta. O en su desconcierto, si prosigue el espect¨¢culo que hoy nos brinda.
La pertenencia a la CE exigir¨¢ que econ¨®mica, laboral y administrativamente se ponga Espa?a a la altura de los pa¨ªses de la Europa occidental. Bien venido sea cuanto a tal respecto se logre. Mas, para m¨ª, eso no ser¨¢ suficiente, porque la definitiva europeizaci¨®n de Espa?a -no la mera participaci¨®n decorosa en las estructuras econ¨®micas, laborales y administrativas de Europa- requiere una en¨¦rgica acci¨®n colectiva en la l¨ªnea de los dos m¨¢s centrales nervios rectores de la existencia europea: la mentalidad y la cultura.
Francia es Francia, Alemania es Alemania-, Inglaterra es Inglaterra, Italia es Italia. ?Hay una mentalidad com¨²n a todas ellas, en cuya virtud todas son genuinamente europeas? Pienso que s¨ª. G¨¢lica, germ¨¢nica, brit¨¢nica o it¨¢licamente realizada, singularizada en cada caso por notas accesorias, esa mentalidad consiste, desde la Baja Edad Media, en la firme voluntad de entender y gobernar racionalmente el mundo, de la cual son consecuencia una ciencia, una t¨¦cnica y una determinada ordenaci¨®n de la vida colectiva; ¨¦sa por la que -yendo a lo m¨ªnimo y cotidiano- cobran habitual realidad tantos y tantos hechos: que los trenes lleguen puntuales, haya limpieza en-los locales y servicios p¨²blicos, duren sin aver¨ªa los artefactos, se urbanice con previsi¨®n suficiente, predominen la eficacia sobre la apariencia y el c¨¢lculo sobre la improvisaci¨®n, et sic de caeteris.
La mentalidad europea
Miremos la realidad de Espa?a, y pregunt¨¦monos seriamente -el tema impide la broma- si esa mentalidad ha informado en medida suficiente nuestra vida social. S¨®lo entre los irresponsables ser¨¢ afirmativa la respuesta. Mirada Europa desde este punto de vista es evidente que su penetraci¨®n en Espa?a ha sido m¨¢s bien escasa. Somos europeos, egregiamente europeos, en ciertos ¨®rdenes del existir humano, pero muy poco en los m¨¢s directamente ata?ederos a la com¨²n y m¨¢s definitoria mentalidad de nuestro continente.
?Por qu¨¦? Desde Costa y Cajal vienen pregunt¨¢ndolo muchos de los mejores espa?oles. Siga planteada la cuesti¨®n. Cualesquiera que sean las causas del hecho, lo que verdaderamente importa es el remedio, y a ¨¦ste yo lo veo formulado en los tres siguientes puntos:
1. La europeizaci¨®n de Espa?a no puede consistir en una apresurada tecnologizaci¨®n; en nuestra japonizaci¨®n, dir¨ªa Unamuno. En un mundo intercomunicado y, pese a todo, solidario ser¨ªa est¨²pido o demencial el proyecto de racionalizar la vida espa?ola para que nuestro pa¨ªs compita tecnol¨®gicamente con Alemania, Estados Unidos y Jap¨®n. Contaba Eugenio d'Ors que un docente barcelon¨¦s de Medicina dec¨ªa a sus alumnos, all¨¢ por 1880: "Del microscopio, se?ores, conviene usar, pero no abusar". Con mayor raz¨®n cabr¨ªa decir a los que, con detrimento de su costado human¨ªstico, en la tecnificaci¨®n de la vida y en el gobierno t¨¦cnico de la naturaleza ven el ¨²nico camino posible hacia el siglo XXI: "De la tecnologizaci¨®n, hijos m¨ªos, conviene usar, pero no abusar". He aqu¨ª mi f¨®rmula: "En cuanto a la tecnolog¨ªa, la reforma de la vida espa?ola deber¨ªa limitarse al logro de una suficiencia te¨®rica y pr¨¢ctica que nos permita gobernar por nosotros mismos invenciones y recursos que necesariamente hemos de importar, y perfeccionarlos en alguna medida". Inventen ellos y, en cuanto podamos, inventemos nosotros lo suficiente para utilizar competentemente y a nuestro modo las invenciones importadas; no nos convirtamos en esclavos -en esclavos- de la tecnologizaci¨®n.
2. Sobre la base de una tecnificaci¨®n suficiente, pero no idolizada, la europeizaci¨®n de Espa?a, y, por consiguiente, su m¨¢s propia aportaci¨®n a la cultura universal, deber¨ªa tener como tarea fundamental la armoniosa combinaci¨®n de estos dos motivos: el cultivo de las ciencias llamadas puras o b¨¢sicas, incluidas las humanidades, puesto que ellas son el nervio de la racionalizaci¨®n de la vida, y la actualizaci¨®n creadora de la actitud ante el mundo en que tuvieron su ra¨ªz las mejores expresiones de nuestro pueblo; la "prolongaci¨®n del perfil de Cervantes", dir¨ªa Ortega. Menudean los homenajes a los hombres de las generaciones del 98, del 14 y del 27; ?pero cu¨¢ntos son los que realmente se afanan por actualizar creativamente el porvenir que para Espa?a quisieron los mejores de esos hombres? El modo europeo de ser hombre se enriquecer¨ªa en no pocas de sus dimensiones: estilo ¨¦tico del vivir, pensamiento filos¨®fico, sociol¨®gico e historiol¨®gico, conciencia integralmente europea, tantas m¨¢s. En la supertecnificada Alemania, Heidegger -el segundo Heidegger- postulaba una cultura en la cual las mentes, aceptando de buen grado la tecnificaci¨®n de la vida que el nivel de la historia ineludiblemente impone, supieran trascenderla mediante el ejercicio teor¨¦tico y vital de la Gelassenheit, palabra alemana que a la vez significa "serenidad" y "desasimiento". Si con serenidad y desasimiento cervantinos am¨¢semos al mundo los espa?oles de hoy, y si nos esforz¨¢semos de veras por expresar con rigor intelectual y est¨¦tico la realidad de ese amor, ?no es cierto que una Espa?a decentemente tecnologizada, capaz, por tanto, de realizar por s¨ª misma las virtualidades de la mentalidad europea antes apuntadas, aportar¨ªa a la cultura universal bienes que otros pueblos occidentales no produjeron en medida suficiente?
Pol¨ªtica exterior
3. Sin mengua de la interna diversidad de la cultura espa?ola, al contrario, sobre la base de ella, pienso que la pol¨ªtica exterior de Espa?a, concebida y realizada como proyecci¨®n de la actividad de los espa?oles hacia el universo mundo, no s¨®lo como propaganda tur¨ªstica o como intercambio comercial de productos, adquirir¨ªa un acento nuevo, seguramente sugestivo y eficaz. La idea de que las embajadas de la Espa?a una y diversa sean centros de irradiaci¨®n universal de una cultura as¨ª concebida y conjuntamente realizada en la lengua com¨²n y en las distintas lenguas auton¨®micas, ?es un sue?o ut¨®pico o un proyecto realizable, si en los espa?oles prevalecen la inteligencia y el buen ¨¢nimo? Grave cosa ser¨ªa, a mi ver, que al fin se impusiese el primer t¨¦rmino de ese dilema. Grave cosa, si s¨®lo a trav¨¦s de sus respectivas lenguas planean catalanes, vascos y gallegos su integraci¨®n en la cultura europea, y que s¨®lo parcialmente, s¨®lo seg¨²n la lengua de todos y lo que a los ojos oficiales parezca ser cultura, act¨²an como espa?oles los principales centros de nuestrapresencia en el mundo.
Para que esta presencia y la correspondiente pol¨ªtica exterior del Estado tengan eficacia y unidad, no sean una mal concertada adici¨®n de miembros dispares, es condici¨®n rigurosamente necesaria, claro est¨¢, la, existencia de instituciones y actividades unitariamente estatales: una superior jefatura del Estado -la actual monarquia-, un Ej¨¦rcito, una administraci¨®n de la justicia respetuosa de las peculiaridades auton¨®micas, pero severamente atenida a normas comunes, una pol¨ªtica econ¨®mica estatalmente planificada y ejecutada... Digan los iuspublicistas y los pol¨ªticos lo no poco que a este respecto habr¨ªa que decir. Yo debo y quiero limitarme a recordar que junto a la l¨ªnea europea de la necesaria reforma de nuestra vida p¨²blica hay y debe haber otra a un tiempo exigida por nuestra historia y nuestra realidad: la l¨ªnea hispanoamericana de nuestra existencia en el mundo.
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