ANTONIO MU?OZ MOLINA Una fiesta barroca
"Voto a Dios, que me espanta esta grandeza": la exclamaci¨®n del vacuo espadach¨ªn al que retrata Cervantes maravill¨¢ndose delante del t¨²mulo funerario levantado en Sevilla para las exequias de Felipe II parece la m¨¢s adecuada no ya en estos d¨ªas ni en los ¨²ltimos meses, sino en todos los a?os que lleva celebr¨¢ndose a nuestro alrededor y delante de nosotros una especie de fiesta insensata y car¨ªsima, de la que lo ¨²nico cierto que vamos sabiendo hasta ahora es que nos lleva a la ruina. Esta m¨¢quina insigne, esta riqueza, se estaba pareciendo tanto a los feroces despilfarros de la Espa?a barroca que el Ayuntamiento de Madrid ha preferido, en lugar de los circunloquios tecnol¨®gicos de Sevilla, montar directamente una fiesta como de los tiempos de Cervantes o de Calder¨®n, con autos sacramentales, arquitecturas ef¨ªmeras, carretas de m¨¢scaras y alegor¨ªas tiradas por bueyes y qui¨¦n sabe si tambi¨¦n mendigos trapaceros con p¨²stulas y remolinos de hambriento embob¨¢ndose con el est¨®mago vac¨ªo al paso de la procesi¨®n. Debe de ser el signo de los tiempos: lo que las autoridades llaman la apuesta por el futuro nos lleva directamente al pasado, a lo peor del pasado, y si un d¨ªa, reci¨¦n inaugurada la Expo, nos despertamos en medio de un entusiasmo informativo y genuflexo que tiene algo de las celebraciones de los 25 a?os de paz, al siguiente vivimos las ceremonias colosales e in¨²tiles del siglo XVII, con su fascinaci¨®n por la apariencia y su irrealidad patol¨®gica, con su fervor por el desperdicio perfectamente compatible con la m¨¢s negra pobreza. El futuro, por ejemplo, eran hace unos cuantos a?os las emisoras privadas de televisi¨®n, gracias a las cuales estamos volviendo a ver como una pesadilla las m¨¢s s¨®rdidas pel¨ªculas franquistas. El futuro era que cada comarca pudiera disponer de su propio Gobierno y Parlamento, y gracias a ¨¦l un ministro de Informaci¨®n y Turismo que dirigi¨® aquellos fastos del primer cuarto de siglo de la tiran¨ªa ahora es presidente de una tierra en la que, seg¨²n ha escrito memorablemente Manuel Rivas, todo cambia muy r¨¢pido, salvo la realidad.Ahora, el futuro, ya convertido en vertiginoso presente, es la fiesta barroca de Madrid. De modo que para entender lo que nos ocurre, lo que inevitablemente va a ocurrirnos, no debemos acudir a la futurolog¨ªa ni a la sociolog¨ªa, ni a cualesquiera otras de las ciencias ocultas que tanto ¨¦xito tienen en la actualidad, sino a la arqueolog¨ªa y a la literatura. Cuando un guardia jurado mata de un tiro a un minero habr¨ªa que releer Luces de bohemia, y ya de paso descubrir otra vez las p¨¢ginas tremendas de La Corte de los milagros, con sus reatas de internacionales sometidos a la ley de fugas, sus reinas golfas y jamonas y sus banqueros de omnipotencia asi¨¢tica. Cuando un pa¨ªs gasta cientos de millones en una cabalgata de fantoches que recorren cada tarde la isla de la Cartuja mientras al mismo tiempo se le niega a un trabajador despedido el subsidio del paro estar¨ªa bien encomendarse a los cesantes pat¨¦ticos de Gald¨®s para averiguar cu¨¢l puede ser el porvenir de cualquiera. En cuanto a los dispendios siderales de Sevilla, Cervantes nos ofrece r¨¢ su Rinconete y Cortadillo, su Retablo de las maravillas y ese soneto al t¨²mulo de Felipe II que los estudiantes de bachillerato de hace 20 a?os, a¨²n no liberados de la lectura por la bondad de los gobernantes V los pedagogos, nos aprend¨ªamos de memoria. Pero tal vez por eso ha emprendido este r¨¦gimen con tan esforzada sa?a la tarea de expulsar los libros y la literatura de la escuela, y de, borrar todo rastro de memoria civil: para que nadie sepa que el futuro cada vez va pareci¨¦ndose m¨¢s al pasado, y que detr¨¢s de las escenograf¨ªas barrocas lo ¨²nico que hay es lo que hubo siempre: una mezcla insultante de penuria y de lujo, un teatro de apariciones resplandecientes que s¨®lo permanecen invisibles para quienes no posean un certificado de limpieza de sangre.Estar¨ªa bien que la franqueza de las autoridades culturales de Madrid que patrocinan esa fiesta barroca no se agotara o se interrumpiera en ella. Los vecinos de un pueblo catal¨¢n ya han dado un ejemplo de disposici¨®n hacia el futuro repitiendo la expulsi¨®n de los moriscos, aunque no es obligatorio suponer que haya sido la lectura de Cervantes lo que ha despertado en ellos ese celo de cristianos viejos, tan meritorio como el de los patriotas vascos que le recitan a uno los ocho primeros apellidos de su linaje. Cuando se retiren de la plaza Mayor los tinglados de cart¨®n piedra pintados de purpurina dorada y las arquitecturas teol¨®gicas de los autos sacramentales, no estar¨ªa mal que se diera un nuevo paso hacia el porvenir y se escenificara un auto de fe. Aunque de verdad no quemen todav¨ªa a nadie: aunque s¨®lo se trate de un ensayo general.
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