La oficina del 'capo'
Un marroqu¨ª monopoliza desde su chabola la construcci¨®n de nuevas chozas
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Hace tres semanas, a las ocho de la tarde, Pe?a Grande parec¨ªa una aldea marroqu¨ª: los hombres charlaban, con m¨²sica ¨¢rabe de fondo, los ni?os jugaban y las madres preparaban la cena. Un periodista que no se identific¨® pregunt¨® a unjoven apostado en su Renault 5 si era posible construirse all¨ª una chabola. "Est¨¢ muy dificil, macho; la polic¨ªa te la echa abajo". Era lo mismo que ' respondieron una hora antes en varios poblados de gitanos. "Pero, espera", prosigui¨®, "que te presento a Enrique". Ah¨ª comenz¨® la negociaci¨®n.
Los gitanos del Alto de San Isidro, del cerro de la Mica fueron m¨¢s cautos a la hora de negociar. La respuesta, cuando se les preguntaba sobre la posibilidad de levantar una chabola, siempre era la misma: "Habla con el Ayuntamiento". Los responsables del Consorcio para el Realojamiento de la Poblaci¨®n Marginal aseguran que los gitanos s¨®lo dejan fabricar chabolas en caso de que el inquilino sea pariente.En el poblado gitano de Ricote, a cinco minutos en coche del centro comercial de la Vaguada y a cien pasos de Pe?a Grande, un gitano levant¨® la barbilla diciendo: "Aqu¨ª no se pueden hacer, pero habla con los moros".
Al rato, el chico del Renault 5 le dijo en ¨¢rabe a Enrique que hab¨ªa uno que quer¨ªa una chabola. Enrique, sin camisa y con pantalones de ch¨¢ndal, dec¨ªa que de espa?oles nada, que la polic¨ªa lo met¨ªa despu¨¦s a ¨¦l en la c¨¢rcel.
-?Por qu¨¦?
-Porque a ti, colega, te puede estar buscando la polic¨ªa y me mosquea mucho -su mirada nunca trat¨® de disimularlo- que un espa?ol quiera vivir en una chabola.
Mientras tanto, Enrique hablaba con otros marroqu¨ªes en su lengua. Tras cinco minutos abri¨® una puerta y orden¨®: "Entra aqu¨ª'. Al pasar a su chabola, la primera imagen fue una navaja abierta sobre una mesa, una mujer joven con un papel de plata y una dosis de hero¨ªna.
-Que dice que quiere una chabola -le explica a la chica.
-?Uuuufff, qu¨¦ mosqueo! -se alarm¨® ella- A ver si va a ser polic¨ªa. ?C¨®mo te llamas, de d¨®nde eres?
La chica no se fiaba. Quer¨ªa ver el DNI, y lo vio. Despu¨¦s justific¨® su cautela:
-Aqu¨ª -dec¨ªa la mujer- hemos tenido problemas porque siempre que se levanta una chabola saben que lo ha hecho ¨¦l, y no quiero que ¨¦ste vaya m¨¢s a la c¨¢rcel.
-No me voy a chivar.
-Ya, pero los moros, s¨ª replic¨® Enrique-. Te puedo ofrecer vivir con otros.
-?A qu¨¦ precio?
-Ya lo ver¨ªamos t¨² y yo.
-No; prefiero una chabola.
-Bueno, probablemente no te la haga yo, sino que mando a dos o tres chavales. ?De qu¨¦ tama?o la quieres?
-Unos cuatro metros cuadrados.
-Bueno, eso puede salir por unas noventa.
-Doy s¨®lo ochenta.
-Vale. Pero yo necesito la mitad para d¨¢rsela a los gitanos y que ellos me traigan la madera. Despu¨¦s, la otra mitad me la das cuando ya est¨¦ acabada. Si te preguntan los moros, les dices que eres un familiar de mi mujer. ?D¨®nde la quieres?
-En un sitio tranquilo.
-Vamos a verlo...
Hasta la madrugada del pasado 2 de mayo, Enrique s¨®lo depend¨ªa de que los gitanos le trajeran las puertas. Aquella noche ardi¨® una veintena de chabolas en el poblado y el desarrollo de la negociaci¨®n cambi¨®. Enrique y su mujer se excusaban.
-Es muy dif¨ªcil hacer el chabolo ahora, porque est¨¢n los del Ayuntamiento mosqueados.
De inmediato se ofrecieron, tremendamente hospitalarios.
-Si no tienes sitio donde dormir -a?ad¨ªa la mujer- puedes hacerlo en nuestra chabola, y si quieres vivir solo, no te preocupes, que nosotros nos vamos unos d¨ªas y te dejamos ah¨ª s¨®lo.
La invitaci¨®n no parec¨ªa un cumplido. En su chabola pernoctaron en dos semanas varios amigos de ellos. La choza de Enrique es peque?a. "Tengo lo justo, porque la polic¨ªa siempre me est¨¢ buscando y nos vamos de un lado a otro cada cierto tiempo". A la media hora de entrar all¨ª, si el inquilino siente pellizcos en los pies, Enrique aporta el remedio. "Son las hormigas; ¨¦chale agua, que ya ver¨¢s c¨®mo desaparecen un rato".
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