Una correosa corrida a la antigua
Una corrida a la antigua; as¨ª fue el festejo de Colmenar. Una corrida a la antigua, en realidad de las malas -que eran la mayor¨ªa- pero con todas las emociones que conlleva la lidia del toro ¨ªntegro, serio, fuerte, correoso y fiero.La ¨²nica diferencia con aquellas corridas que cimentaron la afici¨®n profunda a la fiesta de los toros estuvo en los toreros. Los toreros antiguos, malos o buenos, estaban acostumbrados a estas batallas, conoc¨ªan los recursos adecuados para resolver los m¨²ltiples problemas del toro de casta en su versi¨®n dura (distinto es que fueran capaces de aplicarlos), y pose¨ªan un ampl¨ªsimo repertorio de suertes con las que imprimir variedad, belleza y armon¨ªa a los m¨¢s dispares trasteos.
Viento / Ortega, Ojeda, Rinc¨®n
Cinco toros de Viento Verde y 3? de Peralta, con trap¨ªo, mansos, poderosos (alguno recibi¨® cinco varas), duros de pezu?a, recrecidos y dif¨ªciles; 6? de casta desbordante.Ortega Cano: estocada corta ca¨ªda trasera a toro arrancado y descabello (bronca monumental); pinchazo tendido ca¨ªdo y dos descabellos (gran bronca). Paco Ojeda: pinchazo hondo atravesado y cuatro descabellos (silencio); pinchazo hondo trasero ca¨ªdo y rueda de peones (protestas). C¨¦sar Rinc¨®n: pinchazo hondo tendido trasero ladeado, rueda de peones en la que uno ahonda el estoque y dos descabellos (silencio); pinchazo hondo trasero ladeado, rueda de peones -aviso con adelanto- y cinco descabellos (palmas). Ortega Cano abandon¨® la plaza bajo una lluvia de almohadillas, protegido por la Guardia Civil. Plaza de Colmenar Viejo, 31 de agosto. Tercera corrida de feria. Lleno.
Los toreros de ayer en Colmenar, en cambio (cabr¨ªa decir los toreros de hoy; casi todos: pocos se salvan), no ten¨ªan costumbre de pelear con el toro fiero, que les causaba espanto, y de los recursos para dominarlo, ni idea. En la mayor¨ªa de sus intervenciones, lo merodeaban con sigilo, recib¨ªan la violenta embestida en franca hu¨ªda, trapaceaban medrosos y mataban, ech¨¢ndose fuera.
Ortega Cano lo hizo as¨ª, y se gan¨® dos broncas monumentales. Se las gan¨® a pulso. Un torero puede no tener su tarde, puede incluso tener miedo. Lo que no puede es pretender justificarse encar¨¢ndose con el p¨²blico. Resolvi¨® Ortega quitarse de en medio al cuarto toro -precisamente el menos agresivo de la corrida-, protest¨® el p¨²blico, y se le qued¨® mirando con expresi¨®n de reproche y aires de incomprendido.
Aquello ya era demasiado. Una cosa es que esta figura y todas las dem¨¢s se paseen en triunfo por esas ferias abatiendo imp¨²nemente borregas inv¨¢lidas y otra bien distinta que pretendan convertir semejante abuso en un derecho adquirido, y se consideren ofendidas cuando el p¨²blico les exige lidiar con decoro el toro verdadero. A Paco Ojeda, el p¨²blico colmenare?o le puso firmes. En cuanto tom¨® de muleta al quinto -un torazo poderoso- y se le fue suelto de la suerte, hizo con el brazo un gesto como queriendo decir "Anda y que te den...", se precipit¨® a la barrera a por el estoque y entonces la protesta del p¨²blico le hizo parar en seco y volver a la faena, aunque s¨®lo fuera para cumplir con un par de muletazos.
Ojeda hab¨ªa intentado embarcar por derechazos al tercero, pero se le vino encima con todo su temperamento combativo, y resolvi¨® ali?ar. Rinc¨®n tambi¨¦n ensay¨® derechazos al tercero, sin conseguir reducirle la violencia.
Con el sexto, sin embargo, se descar¨®. Un detalle de verg¨¹enza torera. El sexto era un toro de casta desbordante y al plantearle Rinc¨®n la pelea de poder, hubo en la plaza una emoci¨®n intensa. Lamentablemente, dur¨® poco. Aquel toro, noble y fiero, no se someti¨® nunca porque Rinc¨®n no se atrevi¨® a ligarle los pases, se distanciaba tras cada derechazo e incluso cometi¨® el error de irse lejos, despu¨¦s de una tanda comprometida, posiblemente a respirar. Cuando volvi¨®, el toro ya era otro. Mejor dicho: hab¨ªa vuelto a ser el del principio de la faena, pujante, retador, due?o de la situaci¨®n, y a partir de aqu¨ª desbord¨® a Rinc¨®n en todos los frentes.
Acab¨® la fiesta como el rosario de la aurora. Ortega Cano abandon¨® la plaza protegido por la Guardia Civil. La gente estaba indignada pues cre¨ªa que los toreros "no hab¨ªan querido". Pero s¨ª hab¨ªan querido; lo que ocurri¨® fue que no hab¨ªan podido. Si saliera siempre el toro, el escalaf¨®n de matadores dar¨ªa tal vuelco, que no lo iba a reconocer ni su padre.
Babelia
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