Desaf¨ªo
Vamos a estar tanto tiempo muertos que no hay por qu¨¦ precipitarse. Brindemos, pues, ahora. Tendremos toda la eternidad para so?ar que la muerte ha convertido cualquier ambici¨®n en polvo de cangrejos. Durante ese largo sue?o o¨ªremos en el fondo del mar indefinidamente la nana que nos cantaba nuestra madre, e incluso remando all¨ª abajo en la barca de Caronte perderemos la tripa sin necesidad de seguir el r¨¦gimen de las zanahorias, pero mientras la muerte no llega, al menos que el desd¨¦n nos mantenga vivos e ilesos. Ahora los pol¨ªticos no cesan de recordar que estamos muy cerca del abismo. Una forma de resistencia civil consiste en bailar el tango al borde de ese acantilado que ellos nos deparan. Empieza a ser de mal gusto hablar de crisis en ciertos c¨ªrculos refinados. Tampoco los rebeldes comentan ya las moscas de Somalia ni las bombas de Sarajevo, aun en el caso en que ¨¦stas transforman de repente una panader¨ªa en una carnicer¨ªa. Cada uno tiene su propio refugio dentro de la insolidaridad general. Unos necesitan la ira para sobrevivir; a otros s¨®lo les basta el miedo. Los m¨¢s sabios han buscado cobijo en el peque?o placer de cada d¨ªa, cuyo techo est¨¢ acorazado contra los agoreros que bombardean nuestra existencia con pr¨®ximas calamidades. Habiendo quedado claro hasta qu¨¦ profundidad puede llegar la miseria humana, algunos esp¨ªritus muy avanzados creen que, encontrando en el interior de uno mismo un poco de dignidad o de belleza, toda la humanidad se regenera, del mismo modo que si uno se siente vivo, toda la vida se salva. Ya no hay infierno. Ahora s¨®lo existe la crisis. Y ¨¦sta tambi¨¦n tiene sus profetas, que la usan para amedrentarnos. Por todas partes suenan clamores de nuevas pestes y de inmediatas cat¨¢strofes econ¨®micas. Las im¨¢genes de hambre y fuego y el horror que ellas sustentan sirven de cobertura a nuestros pol¨ªticos para que les agradezcamos las dos raspas de sardinas que nos aguardan. Un modo de evadirse de la realidad consiste en seguir viviendo.
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