Europa, 'oui'; Maastricht, 'non'
Quien quiera saber por qu¨¦ la reyerta acerca del Tratado de Maastricht se ha vuelto, poco a poco, una especie de juego a la ruleta de resultado absolutamente incierto, deber¨ªa observar lo que est¨¢ pasando actualmente en Francia.Para referirse al refer¨¦ndum, convocado por ¨¦l mismo para el 20 de septiembre, Fran?ois Mitterrand habla de "una batalla m¨¢s dura de lo que yo mismo hab¨ªa supuesto". Su primer ministro, Pierre B¨¦r¨¦govoy, afirma: "Un no conducir¨ªa a la separaci¨®n entre Francia y Alemania. Los alemanes reconquistar¨ªan, de nuevo, su autonom¨ªa y mirar¨ªan en el futuro m¨¢s hacia el Este que hacia el Oeste". Un antecesor, el primer ministro Michel Rocard, echa mano, sin m¨¢s, de la artiller¨ªa pesada: "No convirtamos el 20 de septiembre en otro M¨²nich pol¨ªtico". Se ve llamado, adem¨¢s, a proteger a Alemania de sus demonios, mientras el ministro de Asuntos Humanitarios, Bernard Kouchner, presume que la generaci¨®n de Helmut Kohl ser¨¢ la ¨²ltima europe¨ªsta de Alemania, pues tras ella vendr¨ªan los skinheads de Rostock. Bueno, todos sabemos que tambi¨¦n Francia estuvo y est¨¢ pose¨ªda por demonios, de los que hay razones para ponerse a salvo. Pero lo que nos tiene que intranquilizar es el hecho de que la tan abjurada amistad francoalemana apenas exista en la praxis.
Alemania ratificar¨¢, sin un pero, el Tratado de Maastricht, no por razones econ¨®micas, las cuales est¨¢n mayoritariamente en su contra, sino porque el canciller Kohl se inclina, por si acaso, dos veces ante la tricolor. La carta europea es entre nosotros un triunfo, tenga el aspecto que tenga. En Francia eso no es tan seguro. Ya el gran Charles de Gaulle, un hombre de Estado de los de libro, convoc¨® en 1969 un refer¨¦ndum absolutamente innecesario, lo perdi¨® y, a continuaci¨®n, como si fuera cosa evidente, se retir¨®. Ahora se invierten totalmente las cosas. Puesto que, debido a graves errores, Mitterrand no se encuentra precisamente en la cumbre de su popularidad, Jean d'Ormesson, columnista de Le Figaro, le propone dimitir en caso de una aprobaci¨®n de los franceses a Maastricht. Ahora bien, normalmente los pol¨ªticos no est¨¢n hechos de esa pasta, especialmente los monarcas. ?Por qu¨¦ deber¨ªa retirarse uno como ¨¦ste, que hace cerrar la calle en la que vive para no ser molestado por el tr¨¢fico, si saca adelante algo que le parece bueno para los intereses franceses? Eso no presupondr¨ªa s¨®lo grandeza de alma, ser¨ªa tambi¨¦n pol¨ªticamente poco inteligente.
Los franceses normales, sencillos, no tienen temor alguno a Alemania. ?Por qu¨¦ habr¨ªan de tenerlo? Por primera vez en su historia, Alemania es un territorio con fronteras seguras, sin reivindicaciones especiales, y es m¨¢s rep¨²blica que esa Francia de contornos constitucionales imprecisos. Bien, Mitterrand ha cometido, a pesar de que, como le gusta decir a ¨¦l mismo, lo calcule absolutamente todo, un error. El querer forzar ahora el s¨ª de los franceses con un no contra Alemania es algo mezquino y adem¨¢s poco inteligente. Muestra ¨²nicamente que, para Mitterrand, de lo que se trata en primera instancia no es de conseguir una Europa capaz de funcionar y realista, como Jean-Louis Debr¨¦ le echa en cara. Su padre, que fue primer ministro con De Gaulle, ha hecho la afirmaci¨®n, algo demag¨®gica, de que De Gaulle votar¨ªa con un no, pero Laval, premier de Vichy por la gracia de Hitler, con un s¨ª. El anterior jefe del Estado, Val¨¦ry Giscard d'Estaing, prev¨¦ una "preponderancia alemana en Europa". Tambi¨¦n se pint¨® el demonio de la dominaci¨®n de un luchador de sumo japon¨¦s y de un cowboy americano, pero se borr¨® enseguida. En el sistema capitalista, el m¨¢s h¨¢bil siempre ir¨¢ por delante, pero con eso no conseguir¨¢ la dominaci¨®n.
Alemania no va a separarse de la OTAN como lo hizo Francia, menos a¨²n todav¨ªa de Estados Unidos. Como conjetura The International Herald Tribune, el Eurocorp francoalem¨¢n es apropiado, como mucho, para asegurar a la Comunidad Europea frente a Austria o Suiza. Los alemanes no lo necesitan; la classe politique en Par¨ªs, por lo que se ve, s¨ª, para mantener, por lo menos simb¨®licamente, un dedo ciertamente car¨ªsimo metido en la masa alemana. La postura, cargada de prejuicios, de Francia no es, a la larga, en este pa¨ªs publicitariamente eficaz. No deseamos grandeur ni a los alemanes ni a los franceses, ni tampoco glorie. Que hay demasiados alemanes, eso nos tiene que pesar m¨¢s a nosotros que a los dem¨¢s. Lo sucedido no puede borrarse, pero tampoco puede cementarse artificialmente. Los j¨®venes alemanes olvidan, como los j¨®venes de los dem¨¢s sitios, los de Francia incluidos, y no los ¨²ltimos. Pero, los problemas que no se solucionen ahora tendr¨¢n que cargar ellos con ellos, cuando ya todos los hacedores de Maastricht hayan dejado el negocio y se encuentren c¨®modamente sentados en su baranda.
La ¨²nica garant¨ªa que tienen que esperar los alemanes de la futura Europa de Maastricht son los econ¨®micos, as¨ª los sacrificios afirma Mitterrand, as¨ª lo afirma Giscard. Ambos utilizan la palabra v¨ªctima. En lo que no est¨¢ del todo claro que los superh¨¢biles franceses no tengan que acabar pagando tambi¨¦n de m¨¢s. No ser¨ªa la primera vez, desde Richelieu, que prefieran da?arse a s¨ª mismos antes que concederle ventajas a Alemania; totalmente al estilo de Federico el Grande, quien aceptaba da?os para Prusia si pod¨ªa solmenarle, de paso, una a Sajonia.
Lo que apunta Hans D. Barbier en el Frankfurter Allgemeine Zeitung deber¨ªan repensarlo de verdad los pol¨ªticos: "Coyuntura, mercado de capitales y decisiones de inversi¨®n viven tambi¨¦n de la confianza de los ciudadanos en que los gobernantes respectivos se pongan al trabajo con ganas y confianza". Los ciudadanos de nuestro pa¨ªs hace ya mucho tiempo que sienten que se les toma el pelo. No, no le debemos a Mitterrand agradecimiento alguno (como nos ense?¨® De Gaulle), sino amistad leal. La batida en Francia contra la pol¨ªtica del Bundesbank de dinero caro no deber¨ªa impresionarle a ¨¦ste. El ancla de estabilidad de ese tapiz hecho de remiendos, de Europa, est¨¢, tal y como son las cosas, en Alemania. "Puede", escribe el Newsweek, "que Europa le est¨¦ un d¨ªa agradecida a los alemanes. La inflaci¨®n en los principales pa¨ªses europeos ha bajado por debajo del 6%, debido, en primera instancia, a su estricta pol¨ªtica monetaria y a las restricciones del sistema monetario europeo (EWS). Por qu¨¦ no convertir entonces al Bundesbank en el domador. En definitiva, ha ayudado a Europa a llegar tan lejos". Cuando se lee en el Die Zeit que el presidente del Bundessbank, Helmut
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Helmut Schlesinger, "deber¨ªa ampliar su horizonte" habr¨¢ que atribuirle esa groser¨ªa a un colega del Die Zeit llamado Helmut (Schmidt). Schlesinger dispone a¨²n de un a?o, que puede utilizar para imponerse a la mentalidad inflacionista de muchos de sus colegas europeos. Adem¨¢s de estar militarmente atados, no nos gustar¨ªa que se atase encima al Bundesbank.
O sea que ?de Europa nada? S¨ª, pero otra Europa. La nueva y necesaria renegociaci¨®n del Tratado de Maastricht, debido a los daneses, no va a suavizar el doble lenguaje de Mitterrand. Ya se ha mostrado como el primer disidente (Karl Schiller). ?Por qu¨¦? Tras manifestarse p¨²blicamente favorable a un Banco Central Europeo con la disciplina del Bundesbank, empieza a hablar ahora del monstruo fr¨ªo administrativo (del que ¨¦l es parte). Y de que la ¨²ltima decisi¨®n en pol¨ªtica monetaria no debe estar en manos de un "poder abstracto" (que ¨¦l encama). ?En manos de qui¨¦n si no? "En manos del Consejo", en el que cada Estado puede "co-decidir".
De qu¨¦ manera se llega a esas decisiones lo ha explicado el ministro de Transportes franc¨¦s, Jean-Louis Bianco: , "Los ¨²nicos que tienen algo que perder en la uni¨®n monetaria son los alemanes; tienen que compartir el poder del marco". El secretario de Estado Klaus K?hler, el ¨²nico t¨¦cnico en el Tratado de Maastricht por parte alemana, puede que se sienta a estas horas como un idiota. Todav¨ªa no se ha secado la tinta del acuerdo, y ya Mitterrand le hace llegar que est¨¢ dispuesto a cobrar sus promesas.
Maastriclit no ha acercado a los europeos, sino que los ha separado. Los antiguos ministros franceses Philippe S¨¦guin y Charles Pasqua, que no cuentan con un no de los franceses pero que lo consideran, sin embargo, posible, quisieran como nosotros una Europa. Pero, parte de ella es tambi¨¦n el respeto necesario a cada pa¨ªs comunitario, entre los que evidentemente se cuentan Alemania y Francia. Confiemos, pues, en S¨¦guin y Pasqua, en el refer¨¦ndum franc¨¦s, donde algunos miles de s¨ªes o noes de personas que no entienden nada del asunto pueden inclinar la balanza. No puede desearse un Estado, sin quererlo. El Reino Unido seguir¨¢ siendo el caballo de Troya de Estados Unidos, y en materia de seguridad nosotros siempre preferiremos a los anglosajones a los franceses. Lo que Kohl, junto con toda esa tropa de Genscher, Kinkel, Waigel, Lambsdorff, nos concede es el lifting del presidente en Par¨ªs, es cosm¨¦tica.
Puede hacerse desaparecer el Estado nacional, si se quiere. Los franceses no quieren. Ellos deben, si pueden, producir coches mejores y m¨¢s baratos que Estados Unidos, Jap¨®n y Alemania. Pero tendr¨¢n que renunciar a su porci¨®n extra, a su constante papel especial. Desde Carlomagno, ha existido muchas veces un monstruo estatal en la historia occidental. Pero construir artificialmente un monstruo con pleno conocimiento de su monstruosidad, con plena conciencia de su absoluta inmanejabilidad, es m¨¢s, que un error grave. Y todo ello s¨®lo por serle agradecido a un pol¨ªtico de 75 a?os y simp¨¢ticos a un pa¨ªs econ¨®mica y demogr¨¢ficamente debilitado. Eso es puro nonsens.
El spagat entre Estados Unidos y Francia, que no le sali¨® bien ni al, mism¨ªsimo gran jefe Konrad Adenauer, llega ahora a su final. Nuestros pol¨ªticos no tienen clase suficiente para decir no, para lo que, en este caso, ser¨ªa, de cualquier manera, ya demasiado tarde. Rechazar¨¢n, como deshonra cualquier elecci¨®n entre dos principios antag¨®nicos, cualquier alternativa, para intentar poder disculparse posteriormente con que ellos hubieran querido decir propiamente s¨ª, pero. As¨ª es nuestra clase pol¨ªtica.
Fundar un Estado como en el siglo XIX, tal y como lo lograron entonces Italia, el Deutsche Reich y Estados Unidos, es hoy y sin guerra una empresa inimaginable. De los tres pa¨ªses principales de la Comunidad, Francia y el Reino Unido no quieren ese Estado unitario. Una guerra civil como la que llev¨® a cabo Abraham Lincoln en 1860, no tanto por la liberaci¨®n de los esclavos sino por el mantenimiento de la Uni¨®n, no es hoy imaginable por motivos evidentes. Pero la meta estaba entonces clara. Ahora, por el contrario, tenemos que unimos a los pragm¨¢ticos ingleses, quienes, ciertamente, consideran la uni¨®n de Europa como un proceso imparable, pero, por otra parte, no toman un no del refer¨¦ndum franc¨¦s como una cat¨¢strofe. La ampliaci¨®n de la colaboraci¨®n europea no quedar¨ªa frenada con eso, ha dicho el premier John Major. Con seguridad, no. Pues ese juego incierto a ruleta del refer¨¦ndum franc¨¦s ha venido forzado artificialmente por la debilidad de Mitterrand en el interior y por la unidad alemana en el exterior. F¨¢cticamente, el circo sigue adelante.
Posdata: Fran?ois Mitterrand ha puesto de manifiesto, en la discusi¨®n televisada ante 22 millones de compatriotas, una cultura pol¨ªtica que todos tenemos que envidiarle a Francia.
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