La Caball¨¦ canta en Madrid
Un nuevo recital de Montserrat Caball¨¦, acompa?ada por el pianista bonaerense Manuel Brugueras, llev¨® mucho p¨²blico al Auditorio Nacional. Y con su arte personal¨ªsimo y de la mejor ley, cant¨®, encant¨® y entusiasm¨® a trav¨¦s de sus versiones excelentes y creativas de Rossini. Un par de melod¨ªas de singular belleza y las arias de Maometo II (L'ora fatal s'apressa) y Tancredi (Di tantipalpiti), nos trajeron el tan conocido y querido arte de la cantante, pues derroch¨® cuantos dones y saberes conforman su estilo brillante, ¨ªntimo y concentrado, con algo m¨¢gico que en ocasiones nos atrae en contra de nuestro mismo pensamiento.Es el caso, por ejemplo, de sus versiones de Vivaldi. Responden a conceptos dif¨ªcilmente aceptables hoy para el barroco italiano y Caball¨¦ parece adelantar los pentagramas de Vivaldi hasta -el siglo XIX. Cierto, pero a pesar de todo, o¨ªrla cantar Agitata da due venti, no s¨®lo constituye una fruicci¨®n de est¨¦tica sino un atractivo irresistible.
Montserrat Caball¨¦
Montserrat Caball¨¦ (soprano), Manuel Brugueras (piano). Obras de Vivaldl, Rossini, Massenet, Granados y Turina. Auditorio Nacional. Madrid, 19 de septiembre.
En la segunda parte, tras un par de melod¨ªas de Massenet que convienen de manera particular a nuestra soprano, como son Eleg¨ªa y Cherubin, pasamos a otro rom¨¢ntico rezagado: el leridano Enrique Granados del que Caball¨¦ nos dio la Eleg¨ªa eterna y La maja y el ruise?or, de la ¨®pera Goyescas. Este costado romanticista de la m¨²sica espa?ola te?ido de evidentes connotaciones popularistas tiene un continuador ilustre en el sevillano Joaqu¨ªn Turina, un autor igualmente id¨®neo para Caball¨¦. Cantares sobre Campoamor; Tu pupila es azul, sobre B¨¦cquer, y Canci¨®n de cuna, encontraron veracidad y hondura en el arte de Montserrat Caball¨¦ y asistencia muy inteligente por parte del pianista Brugueras. Ante los aplausos dedicados a Caball¨¦, ¨¦sta anunci¨® un par de "propinas" originales de Puccini y Jos¨¦ Serrano. Y cuando inici¨® la canci¨®n de Marinela, un runruneo de satisfacci¨®n se escuch¨® en la sala.
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